Siempre

La traición de las imágenes en la estética del covid

Cuando el arte evade la condición humana y se convierte en deslumbrante mercancía, muere en su propia luz

FOTOGALERÍA
02.08.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Desde hace varias décadas hemos visto cómo en las artes visuales se ha venido instalando una práctica que los teóricos han llamado “Estetización de la realidad”. Esta consiste en embellecer los acontecimientos que generan tensiones, drama y dolor pero, a su vez, también se estetiza toda actividad social o acción política que tiende a disfrazar los mecanismos del poder.

María José Alcaraz, nos dice que “estetizamos algo cuando le otorgamos una apariencia que no le corresponde con el fin de hacerlo más atractivo o cuando presentamos un objeto para su apreciación estética a pesar de que dicha actitud no resulta la más adecuada para el objeto en cuestión”.

Todo parece indicar que el término estetización tiene que ver con dotar de atributos estéticos a algo que en principio no ha de ser –o no debe ser- experimentado estéticamente, porque el objeto no ha sido concebido con ese propósito, tal como sucedió con la exposición fotográfica “S21”, celebrada en el MOMA en el año 1997, y que consistió en estetizar las imágenes de los prisioneros que iban a ser asesinados en los campos de exterminio del régimen de Pol Pot en Camboya, ¿quién puede, moralmente, disfrutar de esas fotografías?

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El covid como realidad estetizada

El covid-19 ha puesto en evidencia con toda su crudeza este fenómeno, muchos artistas se han sumado a las campañas oficiales del Gobierno, exhibiendo un comportamiento más cercano al publicista de oficio que al creador visual; otros, envilecidos por el mundo fashion de la mercancía, proponen obras para el deleite del mercado; existen obras que no pasan de tener “buenas intenciones”, es decir, que buscan problematizar la crisis, pero terminan produciendo objetos bellos, anulando o neutralizando el potencial de su planteamiento crítico.

Cuando estetizamos la pandemia no solo presentamos una falsa lectura del objeto, otorgándole una apariencia que no le corresponde, sino que al hacerlo también manipulamos los modos de recepción del público, tornándolo pasivo cuando debiera tener una actitud no conformista. La producción de imágenes estetizadas tiene el propósito de desnaturalizar y desmovilizar la conciencia crítica de quien las percibe, son como “analgésicos visuales” que disuaden nuestra acción sobre las políticas sanitarias que han implementado gobiernos corruptos, provocando la muerte y agonía de los pueblos.

La estetización no es propia de Honduras, es una práctica generalizada en todo el mundo.

Estos fenómenos de estetización del covid-19 bien pueden emparentarse, a manera de ejemplo, con las imágenes de hileras e hileras de favelas en las fotografías de la revista National Geographic, en las que se destaca el aparente orden que surge del caos de estas extensiones de viviendas improvisadas y maltrechas, donde todo aparece bañado por una luz tenue que casi inspira paz. El resultado es el mismo: presentar un mundo idealizado, alejado de la realidad.

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La pandemia, una referencialidad idealizada

La mascarilla y el eslogan gubernamental “Quédate en casa” se han convertido en los referentes o motivos para la elaboración del discurso visual entre la mayoría de artistas hondureños. Practican un arte de viñetas, como sostiene Bergson: “No vemos las cosas mismas, nos reducimos, las más de las veces, a leer etiquetas pegadas sobre ellas”. El arte que sólo expresa la función más general y banal de las cosas, oculta ante nuestros ojos la verdadera forma de estas, es por ello que las imágenes sobre el covid están impregnadas de irrealidad, transitando abiertamente por los caminos de la estetización.

Nuestros “pandemiosos” artistas no comprenden que el arte debe cumplir una función reconstructiva de la realidad, presentando nuevas alternativas perceptivas que evidencien nuevas cualidades en los objetos, tomando distancia así de las generalidades aceptadas convencional y socialmente, en fin, no terminan de asimilar que el arte nos invita a distanciarnos de toda práctica que enmascara la realidad para ponernos cara a cara frente a esa misma realidad. No es posible que en un soporte plástico se idealice a los médicos como héroes, sin advertir que esos héroes están muriendo por la irresponsabilidad del gobierno al no proporcionarles el equipo adecuado para afrontar la crisis.

Nuestro arte covid carece de sentido crítico, se mueve en los marcos de una emocionalidad melodramática o en una exaltación oportunista y rastrera; el sistema es astuto al embellecer la pandemia mediante imágenes televisivas que exaltan la heroicidad de médicos, bomberos, militares y funcionarios públicos mediante recursos visuales teatralizados que marcan la pauta de esta estetización. Aun cuando algunas campañas tengan buenos propósitos, Gerard Vilar advierte que pueden fracasar porque la fuerza de su dimensión estética barre con sus objetivos informativos, persuasorios, seductivos e inductores; algo parecido sucede con ciertos artistas, que intentando construir un discurso crítico, a falta de argumentos, terminan realizando imágenes románticas y estereotipadas, mostrando una realidad sublimada y falsa; sucumben frente a una cultura de la imagen que se encuentra enraizada en la estetización o fetichización del mundo.

En este punto, es necesario aclarar que no estoy en contra de lo “estético” en el arte, es más, muchas veces he sostenido que lo estético es determinante en el arte a condición de que se articule dentro de un aparato conceptual que vincule el arte a la vida; lo que cuestionamos es la “estetización” porque esta es una fórmula del sistema que busca anestesiarnos frente a la realidad, es simulacro y evasión.

Vivimos presos de una realidad hipercodificada y automatizada que reduce la función del arte a una simple y llana “trasmisión de la realidad”, el arte no es “correa de trasmisión”; un arte así solo fortalece los códigos automatizados, su estructura es portadora de lo que ya existe o vemos, paradójicamente, lo que “existe” no existe, se ha disuelto en lo aparente.

El mundo que conocemos es una realidad construida desde el poder; una imagen artística, para dar fe de lo que verdaderamente existe, debe ser absolutamente subversiva, rompiendo con las formas alienantes y utilizando los recursos y medios diversos para desnudar esa realidad que el sistema oculta. Reproducir los modelos estetizantes de lo ya visto, lo ya presentido o vivido, es introducir en la obra el Caballo de Troya de la ideología burguesa que define de antemano lo que debemos ver, sentir, opinar y desear.

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