Crímenes

Grandes Crímenes: El caso del violador oloroso (Parte II)

Se dice que muchos se van al infierno... disfrutando el viaje
08.02.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- (Segunda parte) Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

LEA AQUÍ: El caso del violador oloroso (parte I)

Un hombre enmascarado entra a una casa y viola a una mujer amenazándola con un arma. Los agentes de la DPI encuentran en la habitación principal un pedazo de plástico de la envoltura de un preservativo y olor a perfume en una almohada. Una experta identifica los perfumes y pone a los detectives tras una buena pista.

Ninguna puerta ni ventana fue violentada, los perros no ladraron y el delincuente se conducía como si conociera bien la casa. La mujer asegura que la amenazó con hacer daño a sus hijos y con dispararle a ella en la columna vertebral. Pero todavía no les había dicho todo a los policías, hasta que el violador atacó de nuevo.

Caso

Sucedió una madrugada fría de noviembre. La mujer se despertó asustada cuando sintió el cañón helado de una pistola cerca de su nariz.

“Si gritás, te mato” –le dijo su atacante, un hombre alto, fornido y que vestía completamente de negro.

“¿Lo reconoció, señora?” –le preguntó el agente de la Dirección Policial de Investigaciones.

“No, señor –respondió ella–; no lo vi bien. El cuarto estaba oscuro. Yo cierro las cortinas cuando no está mi esposo, y no dejo ninguna luz encendida”.

“O sea, que el ataque fue en la oscuridad…”

“Él llevaba un foco pequeño, y me alumbró con él la cara. Yo no lo pude ver…”

“¿Sabe si llevaba alguna máscara, un pasamontañas?”

“Creo que sí”.

“¿Por qué lo cree?”

La mujer esperó antes de responder. Estaba avergonzada. Su esposo le dio ánimos.

“Es que cuando él me besó las piernas sentí algo así como de lana… pero… después se lo quitó y solo sentí su piel”.

“Ya”.

Tampoco en esta ocasión se encontraron ventanas o puertas forzadas. El perro de la casa no hizo ruido esa madrugada y los detectives imaginaron que el atacante tenía alguna llave maestra o tenía algún duplicado de las llaves de la casa.

“Si tiene una llave maestra –dijo uno de los agentes–, se trata de un delincuente organizado que escoge bien a sus víctimas…”.

“Y que vive cerca de aquí”.

“Y que pudo haber dejado rastros, indicios, como el atacante de la vez pasada”.

“¿Olor a perfume?”

“Es posible”.

“Nada perdemos con investigar”.

“Según veo, opera de la misma forma que el violador anterior”.

“Eso es porque, seguramente, se trata del mismo”.

“Eso iba a decirte…”.

“¿Ya notaste que la primera víctima es amiga de la segunda?”

“Sí; y los esposos son amigos…”.

“Son cinco por todos… Los mismos que estuvieron en la escena de la primera violación apoyando al esposo de la ofendida. Estuvieron con ellos todo el tiempo”.

“Y, aquí están hoy, apoyando al segundo marido ofendido”.

“Según parece, son más unidos que los dedos de una mano”.

“Y, por lo que se ve, son gente adinerada…”.

“Bueno, para juzgar eso empecemos por ver dónde viven las dos ofendidas…”.

“Ese es un buen detalle… La primera vive a menos de trescientos metros de aquí…”.

“Ya lo había notado”.

“Y estos riquitos huelen bien…”.

“Ya lo había notado”.

“Y, supongo, que estás pensando los mismo que yo”.

Los agentes se miraron entre sí.

“¿Qué el violador está entre los amiguitos de las víctimas?”

“Sí”.

“Es posible”.

“Esta gente es rara. Tienen dinero, lo pueden comprar todo, y aun así, no están satisfechos; siempre les falta algo, siempre desean más… Placeres, vicios, cosas materiales…”.

“Y las mujeres de sus mejores amigos”.

“Es posible”.

“Y, como no la pueden conseguir por la buena, pues, se meten a la casa y las obligan a hacer cosas”.

“Eso es lo que me hace sospechar de esta gente… Yo creo que las mujeres saben bien quién fue el que las atacó…”.

“Ya había pensado en eso”.

“Pero no podemos hablar de estas cosas aquí…”.

“Al contrario, la escena del crimen es el mejor lugar para hacer las hipótesis; además, estamos solos, los muchachos de inspecciones oculares trabajan en la habitación principal, y los amigos consuelan a los amigos, y las amigas a las amigas…”.

Parecido

Cuando la fiscal llegó a la casa, se acercó a los policías.

“Así que el violador atacó de nuevo” –dijo.

“Sí, abogada; así es… Y lo hizo de la misma forma que antes”.

“O sea, que se trata del mismo hombre”.

“Creemos que sí. Además, actuó de la misma forma… Entró a la casa en la madrugada, no violó ninguna puerta ni ninguna ventana, el perro no ladró…”.

“Igual que la vez anterior –interrumpió la fiscal–, lo que significa que los animales lo conocen”.

“Exactamente; a menos que sea un encantador de perros”.

“Lo cual no es posible”.

“Pero lo que sí es posible –dijo la fiscal–, es que sea un allegado a las víctimas…”.

“Eso creemos nosotros”.

“Podría ser uno de los que están consolando al marido ofendido”.

“También creemos eso”.

Hubo una pausa.

“Podríamos buscar los perfumes que reconoció la mujer en las casas de los amigos”.

La fiscal levantó los ojos.

“¿Qué creés que me diría el juez si llego donde él y le digo que vamos a buscar perfumes en las casas de los amigos de la primera víctima? Me sacaría de su oficina…”.

“Cualquiera puede usar esos perfumes…”.

“Así es…”.

Nuevo silencio.

“Díganme –dijo la fiscal–, ¿ya declaró la víctima?”

“Dijo que el hombre llegó hasta ella en la oscuridad, que la amenazó con una pistola, la obligó a desnudarse, y… la acarició por todas partes antes de violarla”.

“¿Cómo así? ¿Qué significa eso?”

“Pues que el violador se comportó como todo un amante”.

“Esto es diferente a lo que pasó la primera vez”.

“Pues, no, abogada. Hablamos con la primera víctima y nos dijo que a ella le hizo lo mismo, pero que no lo había dicho por vergüenza y porque pensaba que el esposo la iba a repudiar”.

“Entonces, ¿también a la segunda la violó dos veces?”

“Así es”.

“Y, ¿se quedó descansando en la cama mientras…”.

“Así es, abogada”.

“Y, supongo que dejó su olor en la almohada del marido”.

“Es posible, pero no hemos entrado a la habitación hasta que los técnicos de inspecciones oculares hayan terminado su trabajo, y como usted no había llegado…”.

“Es que me tardé porque mi esposo está enfermo… Pero, bueno; ya estoy aquí… Y me gustaría oler la almohada… ¿Dijo la mujer que el hombre se acostó en la cama después del ataque?”

“Exactamente de la misma forma que la primera vez”.

“Entonces, es el mismo”.

“Y las ofendidas lo conocen”.

“Seguramente”.

“Si nos fijamos bien, abogada, las dos víctimas se parecen mucho. Son hermosas, jóvenes, bonitas… bien cuidadas”.

“Sí; y eso abrió el apetito del violador”.

“Quien, de alguna manera, se hizo con las llaves de las casas…”.

“Y se hizo amigo de los perros”.

“Exacto. Un conocido de las familias afectadas”.

Perfume

Tal y como lo pensó la fiscal, había un olor especial en una de las almohadas.

La fiscal dijo:

“Este hombre es osado, pero un poco descuidado. Sabe cuándo su víctima se quedará sola; ya se ha conseguido las llaves de la casa, entra, ataca, se porta como un novio enamorado, se relaja, ataca de nuevo, y se va, pero viene a la escena bien perfumado, seguramente bien bañado, y deja su marca creyendo que está cometiendo el crimen perfecto… Llamen a la ofendida y a su esposo”.

Cuando la pareja estuvo en la habitación, la fiscal les dijo:

“Ustedes conocieron bien el caso anterior, y, como en ese caso, el violador dejó aquí su marca. ¿Reconoce este perfume, señor? ¿Es suyo?”

El hombre acercó la nariz a la almohada.

“No, señora; no es mío…”.

“¿Y usted?” –le dijo a la esposa.

Ella lo olió por largos segundos.

Al final, dijo:

“No lo había sentido antes”.

Indicio

El agente hace una pausa en su relato y, al final, dice:

“Era un perfume fuerte, delicioso, que se metía en los poros y se quedaba allí por horas y horas. A mí me encantó. Lo sorprendente fue cuando llegó la mujer de la perfumería. Venía como el pavo real, alta la frente y brillante la mirada, con una enorme sonrisa en la cara. Olió la almohada, se detuvo por un momento, arrugó la frente, como dudando, volvió a oler, olió aun una vez más, y dijo: ‘Abogada, este es un perfume nuevo…’”.

“¿Sabe cuál es?”.

“Se llama ‘Sarastro’ de Emec Cherenfant”.

Todos se miraron asombrados.

“¿De Emec Cherenfant, el doctor…?”.

“Sí, del doctor Emec Cherenfant. ¿No sabía que el doctor tiene una línea de perfumes?… ‘Ébano’, se llama, y este es un perfume especial para hombres y se llama ‘Sarastro’. A nosotros nos llegaron las muestras… Se produce en París y va a ser lanzado al mercado en junio o julio… Y, por supuesto, es caro; muy caro…”.

“Permítame, señora; si el perfume no ha sido lanzado al mercado, ¿cómo es posible que alguien lo esté usando ya?”

“No ha sido lanzado a la venta pública, pero la marca ‘Ébano’ vendió por catálogo hace apenas dos meses…”.

“Y, a Honduras solo han llegado las muestras…”.

“Así es”.

“El doctor Cherenfant sabe esto, por supuesto”.

“No lo sé… Él es el dueño… La empresa trata con la casa matriz en París…”.

“Y, en Honduras, este perfume es raro”.

“No lo usa cualquiera”.

“¿Cuántas muestras les llegaron a ustedes?”

“Cinco”.

“Y, ¿todas las tienen en la tienda?”

“Pues, así debería ser; hasta el lanzamiento…”.

“¿Está segura?”

“No sabría decirle”.

“¿Podemos confirmarlo?”

“Con una simple llamada”.

“Sarastro”

En la tienda solo habían cuatro de las cinco muestras.

“Creo que ahora sí tenemos algo para convencer al juez” –dijo la fiscal.

“Mejor hagamos algo, abogada” –dijo el agente a cargo del caso.

“¿Qué cosa?”

El policía se llevó a la mujer a una lugar apartado.

“Señora –le dijo–, nosotros agradecemos su ayuda, pero necesitamos que nos diga algo más…”.

“¿En qué puedo servirle?” –dijo la perfumista.

“Necesitamos resolver estos casos, o el violador va a atacar de nuevo, y, tal vez, haga más daño…”.

“¿Y yo qué puedo hacer para ayudarles?”

“Ya ha hecho bastante, señora, y solo le pido algo más”.

“Dígame”.

“¿Quién pudo llevarse el perfume que falta?”

“No sabría decirle”.

“¿Es posible que alguna empleada lo haya tomado para venderlo?”

“No sé; tal vez”.

“¿Podemos hablar con las empleadas de la perfumería?”

La mujer se puso nerviosa.

“No sé –dijo–; habría que hablar con el dueño”.

“La fiscal hablará con él”.

Conversación

“Ya sabemos que el ‘Sarastro’ que falta lo tomó una de ustedes y lo vendió –dijo el detective, hablando en voz baja, delante del gerente de la tienda, de la fiscal del Ministerio Público y de uno de los hijos del dueño–; no vamos a hacer nada contra la persona que se lo robó, pero solo si nos dice a quién se lo vendió”.

La fiscal intervino.

“Si cooperan con nosotros, nos olvidamos del tema; si no nos ayudan, las vamos a llevar a la fiscalía para interrogarlas como sospechosas de robo continuado… y les aseguro que eso no es muy agradable…”.

Asustada, una de las muchachas levantó una mano.

“Yo no me lo robé, señora –dijo–; fue el sobrino del dueño el que me dijo que se lo prestara porque iba para una boda y quería impresionar a sus amigas… Y me dijo que me lo iba a devolver…”.

“¿Cómo se llama el sobrino del dueño?”

La muchacha le dio un nombre.

“Excelente”.

Cuando regresaron a la casa de la segunda víctima, la fiscal llamó a las dos mujeres ofendidas.

“¿Conocen a fulano de tal?” –les preguntó.

Las mujeres se miraron entre sí.

“Sí –dijeron a coro–; lo conocemos…”.

“¿Quién es?”.

“Es… un amigo de mi esposo” –dijo la primera.

“Y del mío también” –exclamó la segunda, temblando de pies a cabeza.

“Es alto, fornido, huele bien…” –dijo la fiscal.

“Sí” –respondieron ellas.

“Llamen a los esposos” –ordenó la fiscal.

Los dos hombres se acercaron a ella, les dijo el nombre, dijeron que lo conocían bien, que se visitaban con frecuencia y que eran amigos desde el kínder en la Escuela Americana.

“Él es el violador de sus esposas”.

Los hombres se miraron.

La fiscal añadió:

“Voy a llamar al juez… Si encontramos los tres perfumes en su casa, lo detendremos por violación…”.

Uno de los hombres la interrumpió.

“Espere, abogada… Vamos a consultar con nuestros padres y con los abogados… ¿Usted sabe quién es ese malnacido? No, ¿verdad? Un escándalo arruinaría a varias familias y no vamos a seguir con esto hasta que hablemos con mi papá… Usted entenderá…”.

“¿Me está pidiendo que deje el caso así como así?”.

“No le pedimos eso –dijo el segundo esposo–; solo le digo que espere… Mi papá hablará con algunos amigos…”.

La fiscal miró a los hombres y luego a las mujeres.

“Y, ¿ustedes están de acuerdo con esto?” –les preguntó a las dos.

Bajaron la cabeza.

La fiscal levantó la suya.

“Saque a sus hombres de aquí –le dijo al agente de la DPI–. Que hagan lo que quieran”.