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Marcel Duchamp o la transgresión estética del siglo XX

No se puede alardear de revolucionario, siendo reaccionario en el arte. los buenos artistas son coherentes

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07.03.2019

Tegucigalpa, Honduras
Si hay un artista incomprendido en el medio artístico local, ese es el francés Marcel Duchamp. Su visión del arte no es novedad en los círculos académicos y artísticos de países con una larga tradición en el arte moderno y contemporáneo, pero en Honduras, e incluso en sectores conservadores de la cultura mundial, aún provoca escozor.

Si los pintores impresionistas fueron considerados “mancha telas extravagantes”, Duchamp fue visto como un artista “aberrante”. En 1913 ofrecía al público la “Rueda de una bicicleta”, un objeto cotidiano, profano que formó parte de una serie de objetos que él llamó “Ready-made”; pero la obra que conmocionó el mundo del arte hasta nuestros días es “Urinoir” o “La fuente”. Se trata de un urinario común que fue enviado en 1917 a una exposición famosa de la cual Duchamp era jurado. La pieza fue firmada con el seudónimo de “R. Mutt”.

Cada vez que intenté explicar esta obra a mis alumnos de la Escuela Nacional de Bellas Artes me encontré con prejuicios bien arraigados, sobre todo en una escuela acostumbrada a enseñar que arte solo es la ejecución pictórica o escultórica vinculada a los cánones del arte clásico, que desgraciadamente, hoy ha derivado en artesanía de souvenir.

Recuerdo que una alumna me dijo que arrancaría todos los urinarios del baño de varones y los exhibiría en la “Exposición anual de estudiantes”. Planteó que si la intentaban expulsar diría que es seguidora de Marcel Duchamp y que si un profesor como yo dice que eso es arte, estaría a salvo de cualquier represalia. A la muchacha le pareció que su respuesta era un extraordinario acto de rebeldía contra mis enseñanzas, sin embargo, me encantó la idea, inmediatamente visualice su ironía como un hermoso performance duchampiano.

Este tipo de comportamiento me parece normal hasta cierto punto, somos herederos de la tradición del oficio, de los bien hecho o mal hecho, pero hecho al fin, es decir, salido de las manos del artista. El problema es que ya pasaron 102 años desde que Duchamp exhibió esa obra, y a partir de ella, el arte ha sido objeto de grandes revoluciones estéticas que han modificado el concepto de arte y de práctica artística.

Sobre esta obra, que fue rechazada en su momento, Duchamp escribió: “Algunos afirman que 'La fuente’ de R. Mutt es inmoral, vulgar; otros, que es un plagio, un simple artículo de instalación, pero esta es tan inmoral como lo puede ser una bañera... Que el señor Mutt haya producido o no 'La fuente’ con sus propias manos es irrelevante. La ha elegido. Ha tomado un elemento normal de nuestra existencia y lo ha dispuesto de tal forma que su determinación de finalidad desaparece detrás del nuevo título y del nuevo punto de vista; ha encontrado un nuevo pensamiento para este objeto”.

La revolución del gesto
Contrario a lo que podría pensarse, esta revolución estética no se generó en un cambio radical de la técnica pictórica (aunque Duchamp fue un gran pintor, así lo constata en la obra “Desnudo bajando la escalera”), este cambio de paradigma que modificó sustancialmente el mundo del arte se dio en el “gesto”, en la elección voluntaria de un objeto al que Duchamp le dio la categoría de “artístico”, despojándolo del sentido de utilidad que le había facturado la industria.

Su gesto fue una postura contra el gusto burgués y contra la idea romántica que concebía al artista como un ser “iluminado”, idea que había prevalecido desde el renacimiento. Ya no se trató de embellecer un objeto mediante la representación del mismo en un lienzo, esa idea de arte ya no sorprendía a nadie en un contexto donde el dominio técnico, lejos de crear optimismo e ilusión en el progreso humano, acarreaba desastres, miseria y explotación. El arte necesitaba una sacudida y la encontró en el movimiento dadaísta, pero especialmente en la figura de Marcel Duchamp.

Si el arte se había caracterizado por la representación, Duchamp propuso la apropiación más directa de la realidad: la presentación concreta del objeto, este se presentó libre de todo residuo imitativo. Las consecuencias de esta propuesta sobre el mundo del arte fueron profundas, yo diría que todos los movimientos de posvanguardia le deben a Duchamp su existencia; toda la ironía, la irreverencia, los impulsos anarquistas y virulentos del arte contemporáneo, ese sentido permanente de perplejidad, se los debemos a Marcel Duchamp y a toda la rebelión que desde el impresionismo empezó a “querellar” el arte.

Un nuevo sentido del oficio
Duchamp no solo se apropió de objetos encontrados, en otros momentos mandó a hacer construcciones o montajes tal como sucedió con Fresh Widow ('La viuda alegre', 1920), donde contrató a un carpintero para que hiciera el marco verde y los cristales de cuero negro; el “Gran vidrio” o “Gran cristal” y muchas obras más también fueron concebidas de la misma manera. Hago mención de esta experiencia estética porque en nuestro medio, muchos artistas, y sobre todo, docentes y estudiantes de la ENBA consideran que es un sacrilegio que un artista mande a hacer parte de su obra, o la obra entera con un carpintero, un albañil, un soldador o cualquier otro artesano.

Para Duchamp, el artista dejó de ser el portador exclusivo del oficio, entendió que el tipo de arte que él quería proponer ya no descansaba en sus manos sino en la idea, en el concepto. No renegó del oficio, simplemente este adquirió un nuevo sentido, fue desplazado como fundamento central de la obra y pasó a ser un elemento subordinado al concepto; en Duchamp encontramos los primeros rasgos del arte conceptual que más tarde se convirtió en todo un programa estético. Para él lo que importaba era la carga irónica del objeto, su capacidad de rivalizar con la realidad cotidiana, su potencia para derribar estereotipos y prácticas alienantes, si eso era posible, entonces el objeto hecho o mandado a hacer tenía sentido.

Una valoración final
Frente a códigos estéticos históricamente establecidos, ante una cultura visual arraigada en lo que Duchamp llamó arte “retiniano” (elaborado y aceptado a partir de la retina), es fácil descalificar a este artista, de allí los epítetos de “loco”, “desadaptado”, “vulgar” y cuanto calificativo grosero pueda endilgarse contra su obra, especialmente contra sus “Ready-made” y su objeto más emblemático: “La fuente”; sin embargo, es imposible entender la sensibilidad contemporánea sin la obra de Marcel Duchamp, quizá las descalificaciones contra el maestro solo sean la expresión de nuestra propia incompetencia para entender que más allá de nuestros gustos, el arte cambió para siempre.