Crímenes

Grandes Crimenes: Matar a un general, segunda parte

06.01.2018

Este relato narra un caso real.
Se han respetado los nombres.
Serie 2/2

l jueves 19 de diciembre de 1991, en una meseta cercana al pueblo de Cacaopera, en el departamento de Morazán, El Salvador, guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) atacaron a balazos a un helicóptero UH-1H de la Fuerza Aérea Hondureña; en él viajaban nueve personas, todos militares.

Personal de la ONU los encontró muertos. Los guerrilleros dijeron que murieron en combate. Denis Castro Bobadilla, forense contratado por las Naciones Unidas para investigar el caso, no estaba de acuerdo… Entre los muertos estaba un coronel cuyo liderazgo lo ubicaba como primer candidato a comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Entonces, ¿cómo murieron los militares hondureños?

FMLN
Hacía frío en las montañas a pesar de que el sol se mostraba como un disco de fuego a lo lejos. El helicóptero volaba a unos doscientos metros del suelo, para evitar los vientos fuertes, y avanzaba rápido en un giro en media luna que lo alejaba de los picos de los cerros.

Abajo, todo parecía solitario, con excepción de algunos pájaros que salían asustados de las ramas de los árboles ante el estruendo de los motores. Sin embargo, muchos pares de ojos seguían la ruta del helicóptero desde tierra.

“Es hondureño” –dijo un hombre que estaba camuflado en el bosque.
“¿Qué hace en territorio salvadoreño?” –preguntó, entonces, otro, quitándose los binoculares del rostro.
“Seguramente están identificando nuestras posiciones”.

Nadie dijo nada.

El helicóptero avanzaba hacia ellos estremeciendo el cielo con un ruido que hacía vibrar
la tierra.

“¡Fuego a discreción!” –gritó, de repente, un comandante.

Acto seguido, un estruendo de fusilería se unió al ruido de los motores. Una lluvia de balas se estrelló contra el blindaje del helicóptero y el piloto hizo una maniobra apresurada
para ascender.

“¡Nos atacan, señor!” –gritó.

“¡Sáquenos de aquí, teniente! Son guerrilleros…”
“El motor principal pierde presión, señor –gritó el copiloto–; nos dieron…”

Las llamadas de auxilio no se hicieron esperar.

“¡Aquí Bravo-Tango-Lima-Dos, estamos bajo fuego enemigo”.
“¿Cuál es su posición?”

El copiloto no pudo contestar, el helicóptero se estremeció, un ruido sordo salió del motor y el aparato empezó a caer, dando un giro sobre sí mismo.

“¡Preparados para el impacto!”

Mientras tanto, los guerrilleros del Farabundo seguían disparando.

“¡Vamos a estrellarnos!”

El piloto no contestó. Hacía supremos esfuerzos por controlar el helicóptero que, por un momento se estabilizó y empezó a descender despacio. En eso, de entre los árboles salió un ejército de hombres armados que gritaban
como poseídos.

“¡Qué nadie dispare!” –gritó alguien dentro del helicóptero.

En ese momento, con un golpe fuerte, el helicóptero tocó tierra, el piloto apagó los motores, de los que empezaba a salir humo negro, y una voz ordenó:

“¡Todos a tierra!”

Dos hombres salieron del helicóptero justo en el momento en que un grupo de guerrilleros se acercaba a él.

Investigación
“Doctor –le dijo a Denis Castro el representante de la ONU–, tenemos la conversación del piloto con la torre de control de Palmerola… Parece que el piloto se desvió de su ruta e ingresó a territorio salvadoreño”.

“Eso es normal en este tipo de vuelos –respondió el doctor Castro–, pero no es mi trabajo averiguar qué fue lo que hizo el piloto… Estoy aquí para saber cómo murieron los
militares hondureños…”

“Eso es fácil, señor –intervino un comandante del FMLN–, el helicóptero atacó posiciones del Frente y nosotros respondimos al fuego…”

“¿Con qué armas los atacó el helicóptero, señor? –replicó el doctor Castro–. ¿Podría explicarlo usted?”

El hombre se quedó callado.

“Si vemos bien, este helicóptero no está artillado y las armas de los soldados no parece que fueran disparadas… Creo, más bien, que el helicóptero se dirigía a alguna parte y, a causa del mal tiempo, desvió un poco su ruta, con la mala suerte de pasar cerca de ustedes…”

“Le repito que nos atacaron primero, señor –rugió el comandante–, y nosotros respondimos al fuego…”

“Y, ¿puede explicar, entonces, cómo es que los soldados hondureños murieron dentro del helicóptero? En mi opinión, los disparos asesinos los recibieron a quemarropa, o sea, a corta distancia… En otras palabras, creo que fueron ejecutados cuando el helicóptero cayó al suelo y los soldados se habían rendido”.

El hombre cambió de colores.

“¡Murieron en combate!”

“Señor –contestó el doctor–, debe saber que la Medicina Forense es una ciencia exacta, y mi trabajo es demostrar la forma de muerte de los militares hondureños…”

Ejecución
Los minutos pasaron despacio y bajo una terrible tensión. El viento soplaba con fuerza sobre la meseta y agitaba la hierba. Los miembros de la ONU seguían paso a paso lo que hacía el doctor Castro y evitaban hablar con los guerrilleros. Cuando le quitó la camisa a uno de los dos hombres que estaban muertos lejos del helicóptero, el representante de los Cascos Azules dijo:

“Este tiene la pistola en la funda”.

“Creí que no lo había notado” –replicó
el doctor.

“Eso significa…”

“Que se rindieron al caer el helicóptero a tierra y que no hicieron nada para defenderse…”

“Es el coronel Carvajal”.

“Así es –respondió el doctor–, terminando de ponerse los guantes–, y era uno de los candidatos más fuertes a suceder al general Discua Elvir en el cargo de comandante en jefe”.

“Es una lástima”.

“Bonito favor le hicieron los guerrilleros a los adversarios de Carvajal Molina”.

El doctor dijo esto y se mordió la lengua, se inclinó sobre el cuerpo, con un bisturí en una mano y unas pinzas en la otra, y dijo:

“Este es el lugar menos indicado para
tomar muestras…”

“Y los guerrilleros se están impacientando…”

“Debemos llevar a estos hombres a Tegucigalpa”. “En los helicópteros de la ONU…”

“Así es” –dijo Denis Castro, viendo más a fondo la herida que Carvajal Molina tenía en
el pecho.

“¿Cuál es su conclusión, doctor?”

El doctor esperó unos segundos, luego, dijo:

“¿Ve esto en la ropa? –preguntó, mostrando la parte de la camisa de Carvajal Molina por donde entró la bala–. Se conoce como signo de deshilachamiento de Nerio Rojas, el desgarro que sufre la ropa en forma de cruz… Y estos bordes ennegrecidos nos dicen que el disparo del arma de fuego se hizo a corta distancia. Ahora, vea
la piel…”

El representante de la ONU y varios de sus acompañantes, se acercaron. El comandante guerrillero y dos de sus hombres lo veían todo con atención.

“¿Pueden ver estas líneas sobre la piel?”

El doctor, con la punta del bisturí, señaló varias líneas delgadas que formaban cuadros pequeñísimos sobre la piel exageradamente rosada.

“A esto se le conoce como signo de calcado de Bonnet –agregó el doctor–, y se produce cuando el humo y los vapores calientes del disparo a boca de jarro, o a quemarropa, reproducen la trama de la tela y la pintan o la graban, por así decirlo, en la piel, como en este caso…”

Alrededor se hizo el silencio.

“Y la exagerada coloración rosada de esta parte de la piel del oficial –añadió–, es por efecto de la acumulación de una proteína conocida como carboxihemoglobina, que resulta de la unión del monóxido de carbono con la hemoglobina…”

Nadie entendió la explicación, sin embargo, el doctor hablaba consigo mismo:

“Los gases del disparo desplazaron el oxígeno de esta área de la piel y causaron esta coloración súper rosada… Este es un efecto irreversible…”

Nadie dijo una palabra.

Más allá, el sol brillaba con fuerza, subiendo lentamente en el cielo; abajo, el frío se acentuaba gracias a la fuerza del viento.

“¿Cuál es su conclusión, doctor?”

El doctor Castro se puso de pie, guardó el bisturí y la pinza en su maletín, y se quitó
los guantes:

“Sencillo, caballeros –dijo después–, estos hombres no murieron en combate; a estos hombres los ejecutaron a sangre fría…”

El comandante guerrillero dio un golpe en el suelo, dio media vuelta y se alejó.

Llamada
En aquel momento un oficial de los Cascos Azules de la ONU se acercó al doctor Castro.

“Tiene una llamada, doctor” –le dijo.

“Doctor –exclamó una voz, al otro lado de la línea–, Carlos Andrés Pérez lo saluda…”

El doctor no respondió.

“Sabemos que está en el sitio del accidente –añadió el presidente de Venezuela–, y deseo pedirle que la autopsia a los cuerpos se haga en Caracas… Para eso envié un avión de la Fuerza Aérea que lo espera en Toncontín… Mi embajador en Tegucigalpa lo acompañará y el presidente Callejas Romero está de acuerdo en recibir nuestro apoyo para aclarar este
penoso incidente”.

“Nada de penoso, señor presidente –replicó el doctor–; aquí todo está claro… Los militares hondureños fueron ejecutados cuando se habían rendido… Y, si no me equivoco, el comandante de los guerrilleros que asesinaron a estos hombres es un compatriota suyo, un militar
de carrera…”

“¿Cómo puede asegurar eso, doctor?”

“Porque lo he tenido a menos de un metro de mis ojos, señor presidente…”

Al otro lado de la línea se hizo el silencio.

“Entonces es cierto” –murmuró Carlos Andrés Pérez, hablando consigo mismo.

Avión
En la morgue de Tegucigalpa, el doctor Castro tomó las muestras de los cadáveres para el análisis.

“Las llevaremos a Venezuela” –le dijo un oficial del Estado Mayor de la Fuerzas Armadas
de Honduras.

“No, señor –respondió el doctor–; irán a Miami… Es un laboratorio más confiable…”

“¿Por qué, doctor?”

“Porque en Venezuela nos van a decir que estas heridas son de bala, pero que fueron hechas a larga distancia, como si fueran heridas de combate, y no a quemarropa, como en realidad fueron hechas…”

“¿Está seguro?”

“Los venezolanos tienen mucho que ocultar… como que militares de su ejército combaten con los guerrilleros de El Salvador… Dicen que son leales a un teniente coronel llamado Hugo Chávez, que es amigo de Cuba y simpatiza con los comunistas”.

“¡Esos malditos!”

“Doctor –dijo, en eso, un funcionario de la Embajada de Venezuela en Honduras, que entró a la sala en compañía de un representante de Relaciones Exteriores de Honduras–, un avión C-130 de la Fuerza Aérea de Venezuela lo espera en Toncontín…”

“Pues, deberá esperar un poco más –respondió el doctor–, porque todavía no termino aquí y debo ir a mi casa…”

“Tenemos órdenes del presidente Carlos Andrés de esperarlo el tiempo que sea
necesario, doctor”.

Denis Castro no dijo nada.

“Sin embargo –agregó el diplomático venezolano–, deseamos que sea antes de las seis de la tarde porque a esa hora es el límite que tenemos para que despegue el avión…”

El doctor no dijo nada, embaló las muestras, las entregó a un oficial de las Fuerzas Armadas de Honduras, y este salió con ellas sin ser visto, luego, fue a su casa, donde esperó hasta las seis y treinta de la tarde. El Hércules C-130 venezolano despegó sin él…

Nota final
A finales de enero, dos batallones salvadoreños, el Atlacátl y el Cuscatlán, atacaron las posiciones guerrilleras en Cacaopera. Desde Honduras, dos batallones entrenados en contrainsurgencia los atacaron desde territorio hondureño. Muchos llamaron a esta la Operación Sándwich. Los guerrilleros resistieron hasta el último hombre. Los soldados tenían órdenes claras. “Sin prisioneros”. Los mataron a todos.

Fue por esos días que, con apoyo de las Naciones Unidas, varios aviones C-130 de la Fuerza Aérea de Venezuela aterrizaron en Toncontín. Los testigos dicen que cargaron “muchos” ataúdes sellados.

“Eran los soldados –guerrilleros de Hugo Chávez, dice el doctor Castro– que murieron en la Operación Sándwich... Dicen que eran ciento cincuenta… tal vez más…”.

El doctor guarda silencio.

“En aquel tiempo, Hugo Chávez Frías era un desconocido –agrega–, hasta que quiso darle golpe de Estado a Carlos Andrés Pérez… Pero lo importante de todo esto es que la muerte del general Carvajal Molina, que alegró a muchos, no quedó impune… Los asesinos fueron… asesinados… ¡Así como lo oye!”.

Hace una pausa, sonríe con malicia y, al final, agrega:

“Otro día voy a contarle cómo mataron al general de División, don Gustavo Adolfo Álvarez Martínez… Y solo para que se entusiasme con este caso, le diré que la orden vino de Estados Unidos… El caso podría llamarse: Operación Cinco Estrellas. ¿Qué le parece?”