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El arte: entre la ruptura y la belleza

El arte multiplica puntos de vista, refractando la realidad cotidiana en un caleidoscopio multicolor, multisonido, multipalabra

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09.05.2019

Tegucigalpa, Honduras
El día de hoy, presentamos un artículo de Raúl Arechavala, escritor argentino residente en el país, con estudios especializados en filosofía. El texto aborda las diferentes perspectivas o puntos de vista que el arte puede adoptar como fenómeno autónomo, esa mirada nos permite comprender el universo de rupturas que lo han acompañado desde la época del Renacimiento, rupturas que han estado acompañadas por un debate que aún persiste: el problema de la belleza como promesa de felicidad.

Por Carlos Lanza.

Una primera precisión. Cuando hablo de arte, al menos en este contexto, me estoy refiriendo a las obras producidas a partir del Renacimiento (es decir, en el período que se inicia en el 1400 y que abarca aproximadamente hasta el 1600), y también estoy hablando aquí de arte en el sentido más general, no como lo hacen los anglosajones, que cuando se refieren al arte, piensan en las artes visuales. Estoy tratando de hacer algunas consideraciones sumamente generales, que podrían abarcar el amplio espectro de lo que llamamos frecuentemente, en occidente, las artes.

El arte, como el amor o el tiempo, son conceptos tremendamente difíciles de definir, al menos si pretendemos una definición rigurosa que no admita las ambigüedades propias de la poesía. Hay un libro de Roland Barthes, que lleva un título muy sugestivo: “Lo obvio y lo obtuso”, donde el semiólogo francés trabaja sutilmente acercamientos a distintas formas del arte, desde la fotografía, el cine, la plástica y la música.

San Agustín de Hipona quedó perplejo frente a la paradoja del tiempo diciendo, “cuando no me lo preguntan, lo sé; cuando me lo preguntan, no lo sé”. Quizás para el amor diríamos: cuando lo vivo, lo sé; cuando no, me es muy difícil decir qué es. Pero igual que con el amor, el arte provoca, evidentemente, una profunda emoción que nos cambia la vida, que nos permite decir que las cosas pueden verse de otra manera (desde el punto de vista de Miguel Ángel, Dante, Cervantes, Magritte, Van Gogh, Bach o Schönberg). Posiblemente esto sea lo más importante del arte, el hecho de que muestra las cosas desde diversos puntos de vista de cada artista, muy diferente al de la cotidianidad, al del sentido común. El arte, y sobre todo el arte de las vanguardias, es como una cachetada al sentido común; lo desafía, lo obliga a salirse de los estereotipos, como para despertarnos a los multiversos, el de la diversidad de especies con que cohabitamos, el de otras culturas diferentes que aguardan nuestra comprensión.

En este sentido, quiero arriesgar aquí una hipótesis que verdaderamente no sé si alguien la habría planteado antes, pero que me parece interesante: ¿qué tal si el Aleph, así como lo concibe Borges a través de un personaje del cuento homónimo, sea una metáfora del arte? Planteo esto porque así es definido en el cuento, con estas breves palabras: “el lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”.

Lo que quiero destacar aquí, relacionando el Aleph con el arte es esta frase: “todos los lugares vistos (…) desde todos los ángulos”. Otro infinito, pero ahora el del punto de vista, tan importante para la teoría literaria, pero que también está presente en las demás artes. La pregunta que lo preside es: ¿desde dónde escribo, veo, escucho, pienso? ¿desde dónde percibo la realidad?

Barthes, a quien había mencionado antes, llama sentido obtuso al que permite acceder a lo “poético” (podríamos decir en otras palabras, a lo artístico). Lo obtuso es lo contrario de lo directo, de la línea recta, es un sentido tangencial, que nos permite acercarnos al objeto por las periferias, tratando de alcanzar la esencia. Este sentido obtuso, también casi imposible de definir, sería, según el autor, lo que nos orienta en el arte.

Raúl Arechavala. Catedrático universitario, articulista, ensayista, escritor en revistas y en editoriales, nacionales y extranjeras.

Raúl Arechavala Silva. Catedrático universitario, articulista, ensayista, escritor en revistas y en editoriales, nacionales y extranjeras.



Arthur Danto, crítico y filósofo norteamericano del arte, siguiendo a Belting, quien había publicado un libro llamado “La imagen antes de la era del arte”, es decir, la imagen desde la época de los romanos hasta el 1400, comienzo del Renacimiento, concluye que el arte comenzaría a partir de esa época. No es que antes no hubiera habido arte en un sentido amplio, como dice Danto, sino que en esa producción no figuraba el sentido de arte que aparece a partir del Renacimiento. Lo que llamamos genéricamente arte para otras épocas o para otras culturas y civilizaciones, pero que tenía funciones sociales muy diferentes al del arte occidental a partir del 1400, es un uso muy amplio del término.

En todo caso, la historia del arte no es una historia de continuidad, sino que en ella se han producido múltiples cortes, discontinuidades, que tienen que ver con los cambios de época, con la imagen del mundo de cada época histórica. En este sentido, siguiendo ahora a un gran historiador del arte, Greenberg, apunta Danto, que entre mediados y finales del siglo XIX comienza a aparecer algo extraño en el arte, así, Van Gogh y Gauguin son los primeros pintores modernistas.

Pero no sólo en la pintura comienzan a aparecer “cosas extrañas”, también sucedió en la música (el impresionismo musical, representado sobre todo por Debussy) y más tarde en la literatura (el dadaísmo y luego el surrealismo). En fin, aparecieron muchas cosas raras. En verdad estas rupturas siempre causaron sorpresa, porque los oídos y la vista se acostumbran a unos sonidos, a unas armonías, a unas combinaciones de colores, que, cuando cambian causan sorpresa y hasta estupefacción. Así sucedió con las primeras obras propiamente beethovenianas de Beethoven, es decir, cuando Beethoven se separa claramente del estilo de Mozart y Haydn. Hubo incomprensión y hasta escándalo.

Pero posiblemente uno de los escándalos más sonoros en la historia del arte fue el de Duchamp, cuando colocó un urinario en una exposición de 1917, llamándolo “La fuente”. En 1900 murió el filósofo Friedrich Nietzsche, quien significó un corte transversal en la historia del pensamiento occidental. Y en 1905 se publica la Teoría de la Relatividad Restringida de Einstein, que cambió completamente nuestra visión del tiempo, de la luz y del mundo físico en general, tal como se había concebido a partir de Galileo y Newton.

De alguna manera, el arte ha ido acompañando estas rupturas y ha producido las suyas propias. Sin embargo nos queda permanentemente una pregunta fundamental: ¿Es posible el arte sin belleza o sublimidad? Porque infinidad de veces, en exposiciones, en conciertos, en recitales, encontramos propuestas que parecieran estar alejadas de este hálito divino para los antiguos, que finalmente es lo que podríamos llamar “lo poético” en una obra, y que es justamente lo que provoca esa emoción profunda que llamamos emoción estética.