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Nostalgia del color

'Travieso desconoce lo foráneo reniega del antiguo ‘vicio’ a la referencia extranjera'

06.02.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Jorge Federico Travieso escribió “Patria: nostalgia del color” a comienzos de la década de 1950.

El poema es un símbolo de la tradición poética hondureña, pero fue, en su tiempo, más que un poema de la transición entre el modernismo y la vanguardia centroamericanos: fue un manifiesto literario para reivindicar la tradición nacional ante la influencia extranjera.

Como toda su obra, el texto fue publicado de manera póstuma, cuando en 1959 Francisco Salvador reunió una selección de la poesía de Travieso en “La espera infinita”, siete años después de la muerte del poeta (víctima de suicidio), un 8 de junio de 1953, mientras ejercía como representante de la delegación hondureña en Río de Janeiro.

El poema conserva el ritmo y la sonoridad del modernismo, pero el lenguaje poético rehúye la adjetivación innecesaria, y busca la creación de figuras e imágenes más sobrias, desde una circunstancia pasional que se mueve alrededor de un sentido de pertenencia y nacionalidad.

Su tono es una afrenta al remanente cultural que cincuenta años después del auge de Darío y Molina -a quienes emuló en su adolescencia- seguía construyendo su poesía con los restos de una poética anacrónica para un país convulso en permanente cambio.

Travieso desconoce lo foráneo, reniega del antiguo “vicio” a la referencia extranjera, de la tradición desconocida, de los mundos e imaginarios construidos a partir de universos ajenos y lejanos, de metáforas e imágenes inconexas con nuestra realidad y nuestro entorno.

Más allá del reclamo nacionalista, el poeta escribe desde el hartazgo, desde el cansancio que produce la idea -persistente en nuestros días- de que escribir sobre Honduras es un quehacer tercermundista y provinciano; y que para escribir literatura de valía es preciso escribir como se escribe afuera, sobre lo que se escribe afuera.

Paradójicamente, la gran literatura nacional que pervive entre nosotros (Ramón Amaya Amador, Roberto Sosa, Roberto Castillo) ocurre lejos del “gran mundo” y los grandes deslumbramientos; sucede en la marginalidad, en el ambiente rural, con personajes que reflejan lugares y personas comunes. Por esa certeza, el poeta reclama una literatura hondureña: “Ah, no me deis los nórdicos océanos/ color de plomo al mediodía triste/ (...) dadme mi mar, azul como mi cielo/ blanco de alas, púrpura de picos/ mis islas verdes, mis espumas albas/ ¡Dadme a Honduras, magnífica y terrible!”.

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