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Arte contemporáneo: la rebelión contra el gusto y los sentidos

La incomprensión del arte contemporáneo no reside en su propuesta, sino en juzgarlo con categorías del pasado

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12.10.2018

Tegucigalpa, Honduras
La historia de la humanidad es la historia de su cultura o de los modos en que esta se produce; esa misma historia da testimonio de las distintas fracturas espirituales en una sociedad determinada, a veces estas irrupciones se dan en la misma época, por ejemplo, la modernidad se ha caracterizado por ser un enjambre de algaradas culturales tan constantes que Octavio Paz la ha definido como la “tradición de la ruptura”, al ser la ruptura una práctica permanente, se ha convertido ya en una tradición.

Lo que sucedió a finales del siglo XIX y principios del siglo XX movió los cimientos de las diferentes expresiones artísticas, en ese período histórico, como nunca antes, se empezaron a gestar o movilizar nuevas perspectivas con respecto al valor estético.

Es importante destacar que el arte del siglo XX no surge de una evolución natural del arte del siglo XIX; al contrario, surge de una ruptura con todos los valores que cohesionaban a la sociedad decimonónica. Para decirlo de otra manera, esta ruptura no se puede explicar desde una perspectiva estrictamente estética, semejante unilateralidad desvirtúa el método y empobrece la historia. Mario de Micheli se pregunta ¿qué fue, pues, lo que provocó tal ruptura?, y él mismo responde: “Pero la misma pregunta, implícitamente, plantea también otro problema: el de la unidad espiritual y cultural del siglo XIX. Efectivamente, fue esta la unidad que se quebró, y de la polémica, de la protesta y de las revueltas que estallaron en el interior de tal unidad nació el nuevo arte”.

“Constrictora”, Léster Rodríguez. Bella escultura, desnuda ese mundo asfixiante y opresivo del inmigrante, el remo es la metáfora de un cuerpo triturado por la angustia. Este trabajo forma parte del proyecto “El orden de las cosas”, presentado el 4 de octubre de 2018 en la galería Nueveochenta, de Bogotá, Colombia.



Lo que estaba en precario era la sociedad burguesa que pregonaba el “bienestar común”, la “unidad nacional” y las “verdades morales eternas”. La crisis de la sociedad burguesa que se abre en la segunda mitad del siglo XIX no es un aspaviento cualquiera, es el inicio de la crisis estructural de la moderna sociedad capitalista, es la crisis de la razón.

El contexto señalado es el que explica el surgimiento de las vanguardias artísticas del siglo XX, asimismo, las contradicciones que se gestaron y profundizaron al interior de este mismo contexto son las que en los años sesenta dieron origen a los movimientos de posvanguardia, que a su vez, tejió la base espiritual y cultural para el surgimiento de lo que hoy se conoce como arte contemporáneo.

Con este dibujo rápido de las condiciones socio-históricas que dieron lugar a sucesivos e intensos cambios de paradigmas estéticos, he querido señalar que el surgimiento del arte contemporáneo no es antojadizo, obedece a las leyes de la producción artístico-cultural en la sociedad capitalista actual.

La revuelta cultural iniciada en los años sesenta desbordó los límites, empezamos a movernos en una zona de inestabilidad que no termina, el estallido se convirtió en el nuevo manifiesto de los movimientos posvanguardistas; el arte contemporáneo surge dentro de este nuevo desgarramiento o fractura cultural. Surge para dialogar con los nuevos tiempos y no acepta concesiones, su estética se resuelve de cara a las expresiones degradantes y decadentes del capitalismo tardío; es desde esa realidad que articula su respuesta artístico-cultural, por eso, el arte contemporáneo es irónico y terriblemente corrosivo, es incierto, volátil e indómito; no es un arte moral porque se alimenta de una sociedad que ya días pulverizó la moral, no defiende un ideal estético porque su fundamento está en la negación, no vive de acuerdos, vive de tensiones; no se adormece en lo armonioso, el caos y las transgresiones es su hábitat natural y, más aún, no busca ser aceptado, vive a contracorriente del llamado “gusto estético”; se le acusa de efímero y ¿qué otra cosa puede ser si tiene su origen en el tiempo de una sociedad vertiginosa, fugaz, que vive del pantallazo veloz e inaudito?; el arte contemporáneo se nutre de una nueva temporalidad que es propia del capitalismo: el frenesí, no le exijamos entonces eternidad y atemporalidad, es hijo de la alteridad.

El arte contemporáneo no es la cuerda que amarra la piedra, es el artista inconforme que ahorca el mármol para que vomite la escultura; tampoco es el tarro de pintura lanzado sobre el lienzo, ese gesto ya pertenece a la tradición y a la historia del arte; es la pintura devorando el lienzo, subvirtiendo la lógica del espacio, donde el color, lejos de cantar victorias cromáticas, se despeña por las grutas de lo insondable.

El arte contemporáneo tampoco es un nuevo paradigma de la arbitrariedad y lo irracional, de ninguna manera, el hecho de que dialogue desde un mundo irracional y decadente no lo torna oscuro, es luz, pero una luz turbia y tenebrosa, la caverna del indeseado.
El arte contemporáneo reflexiona desde una racionalidad superior porque su lenguaje es el producto de un detenido examen de la realidad actual pero, naciendo del caos y la ruina de un sistema oprobioso, solo puede expresarse desde una plataforma desacralizante y demoledora, es decir, desde una mirada dionisíaca. No es un arte ligero, disuelve sin piedad todo aquello que signifique la negación del cambio.

El arte contemporáneo no es mostrar “cualquier cosa” porque la cosa contemporánea ya no es el objeto en sí, es el residuo de ese objeto, es el problema de ese objeto, es la historia buena o mala de ese objeto, por lo tanto, el término “cualquier cosa” deja de tener sentido en un mundo donde la vida es “cualquier cosa” y se mata por “cualquier cosa”.

“Asepsiófono”, Adán Vallecillo. La pieza sugiere una necesaria higiene que nos mueva por fuera del control social que implica la razón instrumental mediática, pero seduce por la poderosa carga visual de un objeto construido con asociaciones puntuales y audaces.

“Asepsiófono”, Adán Vallecillo. La pieza sugiere una necesaria higiene que nos mueva por fuera del control social que implica la razón instrumental mediática, pero seduce por la poderosa carga visual de un objeto construido con asociaciones puntuales y audaces.


Hay un cierto cinismo en juzgar el arte contemporáneo, se habla de “arte chatarra”, lo mismo se dijo de los pintores impresionistas, se les llamó artistas sin gusto, pintores decadentes, “mancha telas”, en fin, fueron objeto de los mayores improperios, hoy se reconoce que iniciaron una gran revolución en la pintura.

No estoy diciendo que todo arte contemporáneo cumple una función estética, todo arte que no construya con solvencia el lenguaje que le dicta su época carece de trascendencia, solo quiero indicar que la denominación “arte chatarra” es muy pobre para debatir sobre los grandes problemas estéticos, sociales y políticos que nos plantea el arte contemporáneo.

Hay una nueva realidad llamada “arte contemporáneo”, podría tener otro nombre, no importa, lo que importa es si funciona o no como arte de su tiempo y con su tiempo. Si la convención fuera llamarlo “arte chatarra” no tendría ningún inconveniente en aceptarlo si la misma convención no encerrara un agravio, entonces hablaríamos de “arte chatarra” como hoy se habla de “land art”, “body art”, “pop art”, etc.

Esta nueva realidad artística está aquí, podemos criticarla pero no negarla, ya soportó las descalificaciones más soberbias e ingratas y sigue entre nosotros provocando acuerdos y desacuerdos, he ahí su lúcida presencia.