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Una propuesta para evitar que la Bienal del IHCI haga una travesía en el desierto

Solo un tipo de evento merece aquí, en Honduras, estímulo, simpatía y atención: aquel que contribuya a superar el problema de la profesionalización artística en el país

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04.08.2018

Tegucigalpa, Honduras
En la última entrega de esta sección (EL HERALDO, 21/07/2018), el crítico de arte Carlos Lanza señaló que la crisis que agobia a la Bienal del IHCI constituye un reflejo cruel del estado en que se encuentra el sistema de producción artística en el país.

Tras sus cuestionamientos se ocultaba un noble deseo, como pudo comprobarse al final del artículo: que el IHCI se reinvente y retome su lugar en el panorama cultural hondureño. Ese mismo espíritu es el que hoy nos rige, convencidos de que toda crítica –así lo entendía Octavio Paz-, aun la adversa, encierra un elemento de solidaridad.

Una Bienal resquebrajada
Si el IHCI aspira a evitar una travesía en el desierto, tiene que dar desde ahora muestras claras de sus intenciones por reestructurar su certamen insigne. Esta advertencia vale también para el CAC-UNAH. Porque ni la XXVI Bienal de Pintura del IHCI (2018) ni la IV Bienal de Artes Visuales del CAC Pablo Zelaya Sierra (2016) ofrecieron algo de valía y trascendencia para el país. Por el contrario, ambas batieron sus progresivas marcas de ajenidad y desafección interior, exhibiendo obras sin rasgos interesantes y destacados, y muy lejanas de aquellas que han dado fisonomía a nuestro arte.

La del IHCI es una Bienal que desde hace mucho viene siendo reprobada y desdeñada por las estancias más sensibles y conscientes del ámbito local. En el debate no ha sido difícil encontrar testimonios vivos que pintan una situación de fracaso absoluto, voces que propugnan por la cancelación del certamen como una solución violenta y extrema ante el deterioro, pero sin proponer alternativa alguna. Otros insisten en la resignación, en la aceptación cobarde y cínica de que en Honduras nada cambiará. Hay quienes comulgan con las ideas de Bernstein y proponen un cambio por parcelas, reformas graduales: hoy las bases, mañana el jurado y después el premio...

Estamos de acuerdo con que la Bienal del IHCI necesita un potentísimo aliento de vida y una regeneración intensa para ponerse a la altura de las necesidades y posibilidades del medio. Pero antes de aventurar una cura para el enfermo, habría que detenerse a identificar cuál es el problema de fondo. Dedicar tiempo a ello no resultará muy popular en un país donde cuestiones mucho más simples y básicas para la sociedad suelen permanecer en el olvido, en el abandono o en la indiferencia, pero también el arte es parte de la vida y exige respuestas.

El problema es de concepción y ausencia de objetivos
Existe un problema fundamental que explica el desplome de la Bienal del IHCI y que se relaciona con la concepción que dicha institución tiene del certamen. La Bienal ha sido entendida como un simple salón de arte. De ahí que la labor de los organizadores se reduzca a lanzar una convocatoria, recepcionar obras, contratar un jurado que se encargue de la selección, gestionar el premio y esperar la noche del brindis, como si de un cumpleaños o boda se tratase. Es este un esquema malsano justificado por la tradición, transmitido hasta nuestros días como un valor naturalizado a lo largo de los años.

Una Bienal es algo más que un salón de arte. Es una plataforma cuyo propósito es ser un indicador de los avances y logros de las artes visuales en un área geográfica y período de tiempo determinado. Supone un inmenso esfuerzo de infraestructura y un complejo trabajo logístico sostenido en el tiempo. En sí misma, ella responde a objetivos estratégicos.

La Bienal de Sao Paulo, por ejemplo, ha tenido como objetivo mostrar el arte contemporáneo internacional en Brasil y acercar el arte brasileño a un público internacional. Con el tiempo, ese objetivo ha sido elevado a un nivel más complejo.

Otro ejemplo es la Bienal de La Habana, cuyo objetivo es inclusivo: servir de vitrina mundial para el arte del “tercer mundo”. Estos objetivos devienen en sus propias señas de identidad. ¿Qué objetivos persigue la Bienal del IHCI? Nadie los conoce, ni siquiera sus propios organizadores. A esta Bienal le ha faltado la voluntad de buscar una auténtica seña de identidad, algo que la distinga.

La Bienal del IHCI debe privilegiar la profesionalización artística
El remedio a este mal no es la cancelación de la Bienal, sino el trabajo paciente: abonar mucho el terreno, despejar el camino de nuestra cultura y reajustar nuestras instituciones y certámenes a las necesidades apremiantes del presente.

Creemos que la reestructuración de la Bienal del IHCI sigue siendo una tarea indispensable, pero, después de tantos tropiezos, ha dejado de ser tan urgente. Lo que sí urge es que sus organizadores transmitan a la audiencia el mensaje nítido de que están dispuestos a replantearse sus prácticas y a hacer un gran esfuerzo por unir a la comunidad artística en un destino común.

¿Cuál puede ser ese destino común? La respuesta es simple. Cuando pensamos en la desesperante pobreza del ambiente espiritual hondureño, en la orfandad a que nos condena la falta de tradición cultural, en la chapucería, charlatanismo e informalidad de quienes gobiernan, y en la desorganización y esterilidad del sistema educativo en su conjunto, caemos en la cuenta que solo un tipo de evento merece aquí, en Honduras, estímulo, simpatía y atención: aquel que contribuya a superar el problema de la profesionalización artística en el país.

Para hacerlo no requerimos de un milagro, sino de un empeño institucional. Es hora de que el IHCI abra sus puertas y ventanas para que en sus salas circule el aire fresco de la renovación.

Su apuesta debe ser la de contribuir a profesionalizar un sector hoy por hoy instalado en el impulso individual y el voluntarismo, la de reencaminar esta manera rústica de hacer arte que privilegia el medio hacer y el medio resolver, la de promover a aquellos creadores esmerados en transformar el actual sistema de representación visual y discriminar a aquellos que fácilmente se confunden en enunciados incoherentes y confusos, la de despertar el goce estético en otros sectores de la población y la de crear diques para la difusión y comercialización de la obra de arte. Ese debe ser el gran desafío de la Bienal del IHCI.