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Adalid Irías Martínez: La voz que les canta las verdades a los especuladores

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14.04.2017

A sus 52 es un convencido de que en un país como Honduras es necesario impulsar la “Pedagogía del oprimido”, de Paulo Freire, para enseñarle al 65% de los pobres a liberarse de la ignorancia y volverse personas críticas de las situaciones que viven y sufren.

Irías, graduado como periodista y a punto de obtener su título de abogado, también cuenta con una especialidad en derecho indígena y multiculturalidad obtenida en Chile.

Desde hace 22 años está involucrado en la defensoría de los derechos humanos y actualmente es la voz de los consumidores, en una lucha abierta contra los acaparadores y especuladores. Así le cuenta a EL HERALDO su procedencia y sus luchas.

¿Cómo fue su vida de niño?

Yo tenía dos años cuando mis padres se trasladaron a Tegucigalpa. Vivimos en lo que fue una invasión frente al estadio nacional, exactamente donde hoy se realiza la feria del agricultor, pero luego, según mi mamá, nos trasladaron en unos carros para Las Ayestas, aquí era una selva.

Desde niño la situación fue difícil porque había que ganarnos la vida. Mi mamá hacía y vendía tortillas y mi papá era vigilante de Banafom.

¿Cuántos hermanos son?

Cuatro de mamá y papá, pero mi padre tenía otros cuatro hijos que al final se vinieron a vivir con nosotros, éramos ocho por todos.

¿Usted trabajó de niño?

Sí, vendía tortillas. Me acostaba a las 7:00 de la noche oyendo “cuentos y leyendas de Honduras” y a la 1:00 de la madrugada ya me levantaba con mi mamá para ayudarle a hacer tortillas, cuando estas costaban un centavo. A las 5:00 de la mañana ya iba a dejar el primer canasto de 400 tortillas a unos puestos de venta en el Chiverito.

¿Una vida dura entonces?

Crecí en una vida de mucho esfuerzo. Pero en este barrio todos vivíamos en la mismas condiciones, no mirábamos la diferencia, todos éramos pobres, no teníamos agua potable ni luz eléctrica, nos alumbramos con candiles, no poseíamos televisión.

¿A qué escuela asistió?

A la Simón Bolívar, que está en el barrio Los Profesores. Aquí venimos cuando nos sacaron de la zona del estadio, me imagino que estábamos dando mal aspecto ahí.

¿Y a qué colegio fue?

Al instituto Central Vicente Cáceres, entré en el 78. Desde pequeño sabía que tenía que prepararme. De mis hermanos solo yo estudié y por eso mi mamá me daba algunos privilegios, dentro de las limitaciones, y ellos se enojaban porque yo comía primero porque tenía que irme al colegio y ella les decía: es el único que se esfuerza estudiando y ustedes no quieren estudiar. Así me gradué de perito mercantil y contador público.

¿Y su papá no les exigía a sus hermanos estudiar?

No. Es que quien tomaba las riendas de la casa era mi mamá. Ella era la que ponía mano dura, establecía orden en todo; mi papá era tranquilo, él daba el dinero de la comida y otras cosas que podía, por lo demás mi mamá se partía el pecho por nosotros. Mi mamá, además de hacer tortillas, preparaba sopa de mondongo.

¿Practicó algún deporte?

Al principio jugaba fútbol pero siempre me lesionaba, entonces mi mamá le decía a mi tío que era sobador: topalo duro para que no siga jodiendo porque cada rato viene zafado; entonces mejor dejé el fútbol y me dediqué a la guitarra.

¿Y ganó dinero cantando?

No, más fue para tocar en la iglesia, en los grupos juveniles, amenizábamos la misa, pero también les dábamos serenata a las madres y a las muchachas. Así conseguimos las primeras novias.

¿Con la guitarra conquistó a sus esposa?

Sí, sí... así la conseguimos. vivía aquí cerca, le cantaba canciones de Leonardo Favio, Leo Dan, de los galos y aquella música romántica. Yo le toco entre 800 y 900 canciones románticas, las que más me gustaban eran las de Leo Dan, luego las de José Luis Perales; después me fui por la trova cubana y la música nicaragüense de Carlos Mejía Godoy.

¿Cuándo entró a la universidad?

Al salir del colegio perdí un año por el papeleo, pero en ese tiempo mi papá me mandó a sacar un curso de mecanografía. Recuerdo que le dije: para que voy a necesitar eso, y él me respondió: a qué cipote más bruto, eso te va a servir en la vida, y en realidad me ha servido mucho en el periodismo y la abogacía.

¿Tenía claro lo que iba a estudiar?

Ingresé a la universidad a estudiar contaduría pública y no me gustó. Yo quería estudiar sociología, pero no existía la carrera, entonces opté por periodismo. Me gradué como periodista en 1993, soy de la promoción de Renato Álvarez, Edgardo Melgar y Geovanny Castro.

¿Cuál ha sido su experiencia como periodista?

Como siempre me han interesado los temas sociales, en Casa Alianza fui el vocero de los niños de la calle por seis años. Al salir de ahí me fui a trabajar con los pueblos indígenas. Un día Natán Pravia me dijo: “indio”, vení a trabajar conmigo para que levantemos la Confederación Nacional de Pueblos Autóctonos (Conpah).

¿Qué apodos le han dicho a lo largo de la vida?

A veces en la casa es donde le ponen apodos a uno, mi papá me decía “el semitón” porque era medio cabezón.

¿Cuándo decide estudiar derecho?

Cuando estuve en Casa Alianza llevaba las relaciones públicas, a veces tenía que redactar los informes de prensa donde se tocaba mucho el Código de la Niñez y de la Adolescencia. Una vez me mandaron a Costa Rica a tratar el tema de la niñez y como iba un poco nulo dije que al regresar me matricularía en derecho y así lo hice.

¿Ha viajado mucho?

Bastante, sobre todo con los pueblos indígenas, cuando trabajé con la Conpah, fui a estudiar una especialidad en derecho indígena y multiculturalidad a Chile.

¿En qué momento se le ocurre defender a los consumidores?

Cuando salí de la Conpah me fui a apoyar a la organización Codeco, que dirigía Gloria Pérez. Allí fue donde conocí mucho de la situación y de cómo estaba su tutela y defensoría.

¿Hay muchos acaparadores en el comercio?

¡Uh!, muchísimos. Aquí el Estado muchas veces se hace de la vista gorda con los grandes acaparadores. Entendí que la protección de los consumidores hay que comenzarla desde arriba, es un poder muy fuerte.

¿Así fundó su propia organización?

Fundé la Asociación para la defensa de la Canasta Básica (Asocabah), que realmente encarna los intereses de los consumidores. En este país un 65 por ciento de la población lucha por su supervivencia.

¿Se ha enriquecido defendiendo a los consumidores?

Para nada, operamos con nuestros propios aportes y con la ayuda de los miembros de la junta directiva. Así sacamos monitores que son más exactos que los que realiza la Dirección de Protección al Consumidor y que los mismos que hace el Banco Central.

¿Y cómo hace para sobrevivir y apoyar a su familia?

Es que aparte de trabajar el tema de los consumidores yo soy periodista, y en el tema de derechos humanos ya voy a ser abogado, entonces hago consultorías y doy capacitaciones sobre derechos indígenas.

¿Se considera el látigo de los acapadores?

Sí, porque yo les respondo y les exijo precios justos. Estoy muy informado, yo me doy cuenta cuando va a subir un producto y no es porque los grandes especuladores me lo dicen, sino porque quienes lo llevan a los vendedores les avisan que los precios van a subir. Entonces esas son las alarmas que lanzo.

¿Y en los mercados cómo lo tratan?

Muy bien, porque mi lucha no es atacar a los vendedores de los mercados, ellos se están ganando la vida también, son luchadores. Mi lucha no es contra ellos sino contra los grandes acaparadores y especuladores que están arriba y son los que muchas veces tienen la venia del gobierno, no estoy diciendo que es cómplice, sino que es permisivo.

¿Y le hacen rebaja en los mercados?

Me tratan con consideración y me hacen algunas rebajas. No es que compro las grandes cantidades, pero siempre me dan buen precio. Esa es la mayor ganancia que tengo por ser la voz de los que guardan silencio.

¿Cómo se define don Adalid Irías?

Soy un librepensador, no me gusta que me impongan ideas. Soy un convencido de la “Pedagogía del oprimido”, de Paulo Freire, de que hay que enseñarle al pobre a liberarse de la ignorancia para que se vuelva una persona más crítica de la situación que vive.

¿Y su familia?

Tengo cuatro hijos, dos varones y dos hembras. Mi esposa Xiomara Patrica Cruz se fue para Estados Unidos a trabajar y a mí me ha tocado la tutela de los niños: yo les lavo, les plancho, les hago el desayuno, los llevo a la escuela, trato de que a ellos nada les haga falta, también cubro ese vacío de afectividad materna.

¿Se arrepiente de algo en la vida?

No, de nada, creo que lo que sucede es lo mejor. Hay gente que se lamenta de la vida, pero cada día uno debe seguir adelante.