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Luciano Durón: 'Sentir el humo del puro es uno de mis placeres”

Luciano Durón, un arquitecto empedernido. El diseñador del Cristo de El Picacho revela su lado más íntimo

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26.01.2018

Tegucigalpa, Honduras
Cada línea que inventa es un barrilete cósmico que le da sentido a su vida. Es martes y por la tarde se reunirá con sus cuatro herederos -tres hijas y un varón- para comer verduras y frutas, mientras piensa como ajedrecista en la siguiente jugada: “Soy de espacios grandes”, advierte Luciano Durón, fundador del Colegio de Arquitectos de Honduras que declara su pasión por La Ronda, su barrio, poco antes de sentenciar: “Mi placer es hacer las cosas bien, no el dinero”.

Él no lo dice, pero se sabe que no cobró un centavo por diseñar el Cristo de El Picacho, una de sus obras maestras. Mientras habla, con su puro en la mano, a veces parece discurrir el pequeño estudiante del San Francisco al que los más pícaros le “bautizaban” con furia los zapatos nuevos y a veces el más sanguíneo habitante de la capital: “Soy Honduras y Tegucigalpa a morir, amo el centro, amo mi ciudad”.

Papel y escalímetro en mano, Luciano Durón inicia la aventura para conocer el lado oculto de un maestro de la arquitectura en Honduras.

¿En qué momento de su vida se encendió la chispa de la arquitectura?
Mi papá era muy amigo de don “Paco” Prats, el arquitecto que hizo el Estadio Nacional. Tendría yo unos ocho años y don Paco me llevaba a sus obras... ahí me daba placer el olor de la arena, del ladrillo, de la mezcla. Luego íbamos a su estudio de dibujo y así, sin querer, se me fue metiendo esa idea en la cabeza.

Miserable de carnes, el pequeño burgués que se resbalaba con patines en el legendario Parque Valle apostaba su niñez con un amigo: “Él dibujaba los aviones y yo los personajes. Así creamos un comic book de tres páginas”.

No eran ningunos pillos, más bien nerdos que se la pasaban entre libros de la escuela. “Mientras mis primos y hermanos iban al cine o a fiestas yo me quedaba haciendo tareas, era un niño bien portado, me sabía todos los himnos de América”.

1979

nace el Colegio de
Arquitectos de
Honduras, bajo la
égida de L. Durón.

Ya en el colegio San Francisco el tímido Luciano empieza a conocer “mis primeras malas palabras” hasta que el mes de junio del remoto 1963 se interpone en su camino.

A Tegucigalpa llega el arquitecto Luciano Durón, graduado del Tecnológico de Monterrey, espabilado, con ganas de comerse el mundo.

Ya empiezan a brotar las novias, ¿no?
No puedo negar que recién graduado y soltero, manejando un auto Rambler American de dos puertas, andaba para arriba y para abajo y siempre me ha gustado la belleza de las mujeres; pero eso no quiere decir que era un don Juan ni nada que ver.

Ja, ja, ja... hasta que llega Ana María López, que luego sería su esposa, ¿eh?
Yo le llevaba seis años y no la traté mucho recién llegado de Monterrey. Pero cuando ya tenía 34 nos encontramos de nuevo y ella no estaba casada. Además de bella era una mujer inteligente, viajada, hablaba cuatro idiomas a la perfección y era una gran cocinera. No tenía planes de casarme, pero como dicen que por la boca muere el pez... ja, ja... de ella me enamoré y nos casamos un febrero 9, yo con 35 años.

¡Cuarenta y tres años de casados!
Felizmente. Mi lección para los jóvenes es que busquen una mujer inteligente, preparada, porque no se andan metiendo en tonterías y les resuelven todos los problemas. Y ella me aceptó así como soy, porque no soy un tipo de regalos ni flores ni chocolates.

Nos contaron que tiene una biblioteca muy grande. ¿Desde cuándo lee?
Aunque no me lo crea, empecé a leer ya mayor. Ahora leo bastante y de temas que ni se imagina, porque soy curioso: cómo funciona el cerebro; la meditación; el espacio, los algoritmos; la ciencia de lo pequeño y, por supuesto, los chismes de Hollywood desde los tiempos de Cary Grant, Gary Cooper y demás.

¿Fanático del cine?
Ahora voy menos, pero en mis tiempos mozos iba al cine sábados y domingos. En el Clamer daban dos películas: a las 2:00 y a las 4:00 de la tarde. Íbamos con mi hermano Mauricio Durón, uno de los que más sabe de cine en el país. Teníamos una colección de 500 cómics.

En Monterrey recuerdo que un día inauguraron un cine muy lejos del Tec, pero como era una película de Brigitte Bardot, la primera actriz que empezó a enseñar pierna, lo llenamos solo de estudiantes... ja, ja, ja.

Es inicio de semana en la oficina de don Luciano en el barrio La Leona. Una ligera capa de humo invade el lugar, lleno de fotos viejas y un busto del poeta cubano José Martí (“un legado de mi padre”, aclara el creativo del Palacio de Deportes de la UNAH, amigo íntimo de Carlos Flores Facussé, devoto del catolicismo y del Partido Nacional).

Casi artísticamente los dedos de don Luciano encienden la hoguera para activar el primer puro del día. Es de Danlí, “de los mejores, compitiendo con los cubanos y dominicanos”, dice, mientras se relaja y sigue contando su peculiar historia.

“Hasta los 30 años fumé cigarro, unos 12 al día. Cuando me empezó a molestar el estómago me cambié a café, probé con chocolate, chile y nada. Hasta que conocí el puro, cuyo humo no se aspira, se queda en la boca. Sentir el humo del puro es uno de mis placeres más grandes. Paso solo con dos por día”.

¿O sea que con el deporte no se llevaba bien?
¡No!, qué va a ser. Intenté, sí. Pero una pelota de baloncesto me dobló un dedo, en el béisbol no llegaba una pelota de tercera a primera. ¿Fútbol? Con la primera patada abandoné... ja, ja, ja... eso sí, soy Motagua desde el tiempo de Zacarías Arzú, en los años cincuenta, y me encantaba ir a ver jugar a Lempira Reina.

¿Se acuerda de su primer diseño profesional?
¡Claro! Fue una casa pequeña en la colonia Humuya. ¡Cómo no! Hace unos años pasé y ahí está todavía. Pero mi primer gran diseño fue el Hotel Honduras Maya. Le cuento la historia.

El proyecto original fue del mejor arquitecto que ha nacido en Honduras: Mario Valenzuela, pero como pasaba muy ocupado me llamaron a mí y yo les pongo una sola condición: respetaré la base original, pero haré mi propio diseño: los grandes ventanales del piso 10; los elementos mayas, los detalles fueron míos. Con menos de 30 años fue mi primera prueba de fuego. La inauguramos en 1972.

¿Cuál considera que sería su obra maestra?
El Palacio José Cecilio del Valle, antigua sede de la Cancillería y Casa de Gobierno desde que me lo pidió Carlos Flores Facussé. Una vieja terraza la convertí en Altar Q y cuando ustedes vayan de nuevo fíjense en los detalles de las columnas, algo impresionante; mi idea era darle al visitante la sensación de que en Honduras respetamos la historia del país.

Y seguido viene el Cristo de El Picacho, ¿no es así?
En 1997 me llama Armida de López Contreras y me dice: “¿Qué hacemos, Luciano?, el monseñor Óscar Andrés Rodríguez quiere una estatua de Cristo gigante para celebrar el Jubileo del año 2000”. Fuimos a muchos lados hasta que encontré el mejor de todos: El Picacho. Al ahora cardenal le pareció, también al presidente Carlos Roberto Reina, a tal grado que nos cedió casi dos manzanas para la Fundación Cristo de El Picacho.

Y comenzaron de lleno a trabajar, entonces.
Comenzamos prácticamente en un barranco y como en esa zona oeste hay muchos árboles, el Cristo tenía que estar por encima de las copas, lo que significaba construir una base de 10 metros para que la estatua tuviera 20 metros de elevación; en 20 años hemos hecho tantas cosas, plantamos 450 tipos de plantas y ahora queremos ponerles vitrales de colores a las columnas, iluminar la cara del Cristo, instalar sonido ambiental, construir portones y finalizar con la obra macro: el teleférico desde El Bosque hasta el mirador del Cristo.

Para finalizar le pido que termine la frase: un buen arquitecto debe ser...
Creativo, eso es lo más importante. Luego, lógico, que ame la carrera, que ame la belleza, el arte... que se interese por la cultura y que viaje mucho para darle energía a la creatividad. Por ejemplo, cuando yo fui a Florencia y miré en vivo el David, la escultura de Miguel Ángel, me dejó pasmado.