TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “Solo me queda un rescoldo de materia gris que me advierte de todo peligro...” (p. 104)
“Profesor de humanidades” es el título que le ha puesto León Leiva Gallardo a su más reciente novela, recién publicada por Nautilus Ediciones, en España.
A este autor amapalino, residente en Chicago, se le conocía por sus novelas “Guadalajara de noche” (2006) y “La casa del cementerio” (2008), ambas publicadas por Tusquets Editores, en México.
Como se sabe, el supremo precepto del novelista es el rigor, y en esta obra Leiva Gallardo ha sabido hacer acopio de ello en base al libre juego de su imaginación literaria y a su capacidad para administrar la intensidad del hilo narrativo.
La voz del narrador en “Profesor de humanidades” pertenece a Amílcar, un docente universitario recluido en un centro de detención y “redención” espiritual, una “cova, donde estoy en confinamiento voluntario” (p. 106).
Desde esa pantomima de encierro, inseparable de la militancia religiosa, el lector asiste a un largo monólogo en el que cohabita un mercado negro de sentimientos que no están sujetos al control consciente junto a las turbulencias propias de la interacción humana. Se trata de una argumentación constante en la cual las ideas adquieren vida y secuencia.
Así, se suscita un flujo de prosa crítica donde las elipsis, las discontinuidades y oscuridades juegan un papel relevante, y el autor despliega su habilidad para moldear un discurso verbal con singular libertad imaginativa, al calor de frecuentes citas de Schopenhauer, cuyo libro de aforismos constituye para el narrador “su evangelio apócrifo de cabecera” (p. 133).
“Profesor de humanidades” resulta ser un “cuaderno de apuntes” (p. 152), de dolorosas autodisecciones, y en el que “poco a poco, paso a paso, como una seducción” (p. 152) la lógica de lo irracional se asoma con descaro.
El narrador, maestro del impasse retórico, adicto a respirar el aire de la teoría pura, se siente “anegado en la marea negra de la melancolía” (p. 101).
Le redime su capacidad de ser autocrítico: “Mi mediocridad ha alcanzado niveles de erudición” (p. 69), o “siempre caigo en obviedades. No soy más que un profesor con ínfulas” (p. 127).
En esta crónica, que a veces corre el riesgo de parecer monótona, se alude, sin inhibición alguna, a los deseos y temores del protagonista y se yuxtaponen períodos temporales diversos.
Los fuegos infernales constituyen el hábitat apropiado para la negación de la humanidad en el entendido de que los eventuales logros terrenales nunca podrán disipar la verdadera fuente de ansiedad: el temor a la muerte.
León Leiva Gallardo le recuerda al lector que, lejos de las nimiedades o de las veleidades, hay algo constantemente risible en la naturaleza humana.
La experiencia filtrada en “Profesor de humanidades” a través de capas sucesivas de percepción y capacidad reflexiva se vuelve objeto de sátira y al mismo tiempo pelea cada milímetro contra la irracionalidad.
Sobre el autor
Hernán Antonio Bermúdez. Escritor y crítico literario. Perteneció a los grupos de vanguardia cultural Vidanueva (a finales de los años 60) y Tauanka (a principios de los años 70). Ha formado parte de consejos editoriales de varias revistas literarias de Honduras, como “Coloquio”, “Señales”, “Alcaraván”, “Astrolabio” y “Galatea”. Fue uno de los fundadores de la Editorial Guaymuras en 1980. Ha publicado los libros “Retahíla” (1980), “Cinco poetas hondureños” (1981), “Afinidades” (2007), reeditado por Mimalapalabra en 2011, y “Resquicios” (2021).