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El performance: La libertad de expresarse desde el cuerpo

En Honduras la mayor actividad performática se remonta a los 90, aunque hay registros anteriores que hacen eco. Considerado el “patito feo” del arte, sigue siendo un medio de expresión híbrido, que busca acercarse a la gente desde la libertad
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26.11.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS. - El arte es una expresión de múltiples avenidas, y dentro de ellas el performance toma su lugar.

En Honduras, en los años 80 hubo ecos del performance que venían de Estados Unidos y que se diluyeron en una que otra acción, pero para los 90 despegó en el país una actividad que quedó marcada en la historia del arte de Honduras desde una expresión que al día de hoy sigue siendo vista con los ojos entrecerrados.

A consideración de Pancho López, comunicador, autor y artista mexicano, el performance ha sido visto en las artes como el “patito feo”, y sigue luchando por tener un espacio propio y no una esquina en los museos y centros culturales.

A propósito del performance, López estuvo en Honduras presentando en el Centro Cultural de España en Tegucigalpa (CCET) su libro “Centroamérica en acción. Una aproximación al performance centroamericano y algunos de sus protagonistas”, y aprovechamos esta visita para conversar con él y hacer un esbozo del performance hondureño.

Pero antes de entrar en materia nacional, remontémonos a los orígenes de esta actividad.
Señala López que el performance es un arte que empezó a manifestarse desde tiempos inmemoriales, “desde el tiempo de los cavernícolas que empezaron a buscar maneras de comunicarse y recurrían al gesto, al movimiento, al dibujo y otras prácticas, ya que no había un lenguaje oral establecido, y empezaron a encontrar mecanismo para expresar lo que querían y sentían. Por supuesto, el performance no tenía ese nombre, era simplemente una manera de hacer y decir las cosas”.

Pero si nos aproximamos a un tiempo más cercano —los años 60—, el principal antecedente del performance fue el movimiento artístico conocido como Happening en Estados Unidos, y que tuvo como uno de sus principales actores a Allan Kaprow y su muy conocida pieza 18 Happening in 6 Parts, que fue una propuesta que invitaba al público a manipular objetos, tomar la iniciativa y dejar el papel de espectador pasivo.

Acercándonos a América Latina, López menciona a la argentina Marta Minujín como una figura relevante de este campo, y en México fue Juan José Burrola quien hizo el primer performance llamado como tal también en los 60. América del Sur fue decantando el performance más hacia las artes visuales, mientras América del Norte y Europa lo hicieron hacia las artes escénicas, detalla nuestro entrevistado.

Breve retrato del performance

El performance es una acción que rompe con lo tradicional, que resignifica no solo los hechos, sino también los objetos, y que tiene como principal herramienta de comunicación el cuerpo humano.

Puede ser un acto multimedia que involucra otras disciplinas como el cine, la danza, el teatro, la pintura, la escultura, el canto, y que tiene como sello particular ser híbrido, en ocasiones efímero e irrepetible.

“El performance muchas veces se discrimina porque hay un componente ahí que es el azar, la improvisación, entonces pareciera que es un arte sin fundamentos”.

También es un arte ligado a la precariedad, “una cosa que desata la creatividad, ya que al no tener ciertos elementos materiales, el artista del performance recurre al cuerpo, al elemento que tiene más cerca, a su voz, al movimiento”, expresa Pancho López, quien lo considera como un medio de comunicación alternativo, “en donde muchos artistas hemos encontrado la posibilidad de expresar lo que queremos decir sin la necesidad de recurrir a una cuestión convencional/tradicional... Es un medio muy abierto y mucha gente lo defiende como un espacio de libertad”. No obstante, es una acción de riesgos, que puede estar carente de un análisis profundo por parte del espectador. La subjetividad es otro rasgo, “al no llevar un guión, un formato establecido, puede ser cualquier cosa...”.

Para artistas como el hondureño César Manzanares, el performance es una experiencia de autosuficiencia y de liberación, “interactuar con la gente prescindiendo de la institución, de curadores, festivales y a veces hasta del mismo registro, lo que ninguna de las otras disciplinas me ha permitido” (del libro “Centroamérica en acción”).

En Honduras...

“Honduras, el sitio de los locos de todo tipo”, así titula López su apartado sobre el país en su libro. Señala el autor que la situación política, económica, migratoria, pobre y violenta de Honduras ha nutrido desde los 90 las propuestas performáticas de los artistas.

López recuerda una acción llevada a cabo por Aníbal Cruz, y registra en su libro: “Nos remontamos a aquellos tiempo cuando los capitalinos veían a un hombre vestido de negro portando —sobre su cuerpo— una invitación para asistir a una inauguración en las inmediaciones del Cementerio General de Tegucigalpa. No solo resultaba extraño pensar en una exposición en un cementerio, era inusual ver un cuerpo convertido en escaparate”.

“—En Honduras— la sociedad se reorganiza, y ni la impunidad ni la muerte ni las catástrofes naturales, frenan su creatividad”.
Pancho López




Pero si de performance consciente hablamos, se levanta aquí una figura que han sido trascendental en el campo: César Manzanares, “un artista entregado, muy serio, formal y que tiene una disciplina muy grande en torno al performance”.

López también menciona a otros como Adán Vallecillo, quien ha recurrido a elementos del performance en su obra individual y en proyectos colectivos con Leonardo González.

Jorge Oquelí, Léster Rodríguez, Nora Buchanan, Lía Vallejo, Regina Aguilar, solo por mencionar algunos en una lista de la que quedan fuera muchos otros.

Los trabajos de los hondureños son propuestas que surgen desde la incomodidad, la inconformidad y la denuncia.

Así han surgido obras como la de Fernando Cortés, que en 2018 presentó “Hambre”, que se apropia de la acción del político que le reparte pastel a una multitud y que termina dándolo de forma grosera, para hacer un performance en el que un hombre con cabeza de cerdo reparte al público un pastel con el letrero “Yo siempre miento”.

“Entonces va mucho por ahí el performance en Honduras, a señalar la falla, la violencia, a desvelar los actos de corrupción, de abuso...”.

López destaca que el performance se acopla a los tiempos, va tomando una y otra cosa, “pero sigue con un componente igual: el cuerpo”.

No obstante, pese a las buenas propuestas de los artistas, tiene algo en contra: “Cae mucho en el olvido, y no solo en Honduras, lo hace en toda la región de Latinoamérica”...

Pancho López
Estudió Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Por once años fue jefe del Departamento de Performance y Arte Actual del Museo Universitario del Chopo.
Ha coordinado encuentros internacionales de performance y participado en muestras y festivales de performance en países de Sudamérica, Centroamérica, Europa y Asia.