Siempre

'¿Querés meterle fuego a Los Corredores del Midence Soto?”

A don Mario Hernán Ramírez le ofrecieron cinco mil “bolitas” por prenderle fuego al viejo edificio de dos plantas
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17.11.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS. - Alguien gritó “¡Fuego!” con tanta fuerza, que 57 años después se sigue escuchando el eco de esas cinco letras por el Parque Central: F-U-E-G-O.

En cuestión de horas, las gigantescas lenguas de fuego se deleitaron con el viejo edificio conocido como Los Corredores del Midence Soto.

Todo quedó hecho cenizas, incluyendo las ratas.

Pero unos días antes del incendio, a don Mario Hernán Ramírez le ofrecieron una buena cantidad de dinero por rociar Los Corredores del Midence Soto con gasolina.

“¿Te querés ganar cinco mil pesos?”, le preguntó Roberto Ochoa Córdova, vocal de la Alcaldía de Tegucigalpa. “¿Qué tengo que hacer?”, respondió don Mario, en ese entonces de treinta años.

Esto le dijo Ochoa Córdova: “Vas a venir por la noche y habrá dos galones de gasolina y fósforos allí en la azotea del Palacio Municipal. Ya todo está listo para que te dejen pasar”.

Pensé que se trataba de una broma o de una trampa de Roberto para meterme a la Penitenciaría Central, porque en ese tiempo yo bebía bastante alcohol –me cuenta don Mario.

Según le reveló Ochoa Córdova a don Mario, las autoridades de la Alcaldía le habían pedido por todos los medios a la familia Midence Soto, dueña del edificio, que lo reparara y que fumigara para acabar con la plaga de ratas, cucarachas y alacranes.

“Pero estos jodidos se hacen los locos, así que vamos a tener que proceder nosotros y le meteremos fuego”, dijo Ochoa Córdova. “¿Te animás?”.

Don Mario seguía creyendo que se trataba de una broma. O quizás de una trampa.

Una banana split por treinta centavos

A Los Corredores del Midence Soto (hoy conocido simplemente como el Midence Soto) llegaban los intelectuales de la época al Café de París o a la famosa cantina— con aires de legendaria— La India.

Ah, y estaban los billares Pirigallo. ¡Buena bola!

“Si alguien tenía dolor de muelas, de cabeza o de lo que fuera, allí estaba la farmacia Santa Teresa”, dice don Mario.

A la par de Los Corredores del Midence Soto se encontraba El Salón Verde, a donde se iban a zampar los sábados los alumnos del Zamorano –continúa diciendo.

Una taza de café costaba diez centavos; un pan con frijoles, cinco centavos; y una banana split, treinta centavos.

“Esas bananas split eran una delicia”, dice don Mario.

También había una tienda (La Mascota) cuyo dueño “era un chino más feo que yo”, se carcajea mi amigo.

A la cantina La India, don Mario la describe así: “Era como entrar al infierno, aquello apestaba a orines, a los mil demonios; un lugar juco y asqueroso”.

A los cuatro días de la conversación entre Ochoa Córdova y don Mario, las dos plantas de Los Corredores del Midence Soto agarraron fuego. El primer grito de “¡Fuego!” sonó a las 9:10 de la noche.

Una tarde, don Mario se encontró en el Parque Central a Ochoa Córdova. “Ve, a vos te andaba buscando. Tomá estos cincuenta centavos”, le dijo el vocal de la Alcaldía. “¿Y esto para qué?”, preguntó don Mario. “¡Para que vayás al mercado San Isidro, te comprés un lazo y te colgués por imbécil, por bruto!”.

Los Corredores del Midence Soto —relata don Mario— se incendiaron en 1964 y el pueblo, en lugar de conmoverse, aplaudió cuando el edificio comenzaba a convertirse en cenizas.

Le pregunto a don Mario si sabe quién le metió fuego a Los Corredores del Midence Soto.

Suelta una sonrisa. Es la sonrisa pícara del Viejo Lobo del Periodismo. “Sí, claro que lo sé. Pero de eso hablamos mejor otro día”…