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Marcio Arteaga: el paisaje como metáfora del color

FOTOGALERÍA
23.01.2021

Tegucigalpa, Honduras.

¿Pintura del paisaje o paisaje de la pintura?

El paisaje hondureño ha sido tradicionalmente geográfico, muy descriptivo, naturalista. En un artículo anterior señalé que Celsa Flores, de alguna manera, había esquivado ese esquema al proponer un paisaje interior, un paisaje del alma y no del ojo. Marcio Arteaga está más cerca de un paisajismo exterior, pero a diferencia de la tradición, ubica su paisaje en la estructura del color.

Es el color el agente que define su poética visual. Dirán que todo paisaje tiene color, pero no es lo mismo que el color siga las pautas de la naturaleza a que la naturaleza se defina en las coordenadas del color, en el segundo caso, el color adquiere autonomía, toda la estructura visual se torna independiente.

En esa independencia reside el gran aporte de Arteaga al paisaje hondureño, lo de él es pintura, es una gramática de luz que se resuelve en el lienzo, es un ejercicio molecular que razona a partir de su densidad cromática y, aunque toma apuntes de la realidad, estos son traducidos por el color en una realidad esencialmente pictórica.

La pintura como objeto visual
¿A qué remiten las pinturas de Arteaga? Remiten al color mismo. Su identidad nace en la paleta, no en lo que el ojo ve, o dicho de otra manera, lo que el ojo ve adquiere vida propia en la gama de colores fríos que caracterizan su pintura. Por otro lado, este grado de autonomía es el que le permite a su pintura acercarse a un paisaje de carácter simbólico. Cuando Carlos Garay pintaba una arboleda, era justamente eso, en cambio, cuando Arteaga pinta un árbol, una hojarasca, o un follaje evoca asuntos muy humanos que escapan a la simple descripción natural.

Esa libertad frente a la dictadura de las correspondencias naturales es posible gracias a que el objeto de su trabajo no es el mundo natural, sino la potencia cromática de su pintura. Con un empaste sugerente, denso y sumamente equilibrado, va resolviendo cada obra. En algunos momentos la pintura se adelgaza para dejar ver las notas de un dibujo muy apreciable, pero por lo general, utiliza una texturización cargada que acentúa los tonos, a veces, el exceso de materia tiende a enrarecer la atmósfera. He advertido que en algunas obras hay cierto descontrol en el manejo cromático de la superficie, pero sus últimos trabajos evidencian un magistral manejo de la luz.

Otra característica del paisajismo artegueano es que sustituye la perspectiva por la profundidad. Nuestro paisaje ha sido enfáticamente ilusionista y el diseño en perspectiva ha sido una de sus notas sobresalientes, pero este joven pintor prescinde del punto de fuga por una sencilla razón: alcanza profundidad no sobre las líneas que ordenan los planos y el fondo en orden jerárquico, sino sobre estrictos contrastes de luz. Es la gama y no la línea el eje ordenador de la pintura de Marcio Arteaga.

Siguiendo la lógica de Cézanne, el modelo o referente natural solo es un pretexto para construir un nuevo universo visual; lo que Arteaga hace es proponer una nueva relación con el mundo natural, una relación donde la imaginación y una percepción abierta vayan más allá de lo estrictamente sensorial para evocar experiencias más profundas.

Para el caso, su gama de colores fríos esta signada por una condición estrictamente psicosocial, cito directamente la visión del artista sobre este punto: “Hay varias razones por las que generalmente pinto paisajes fríos, una es porque me encanta la gama de azules, me da esperanzas a que haya un cambio positivo en nosotros. Los azules me dan la sensación de agua y el agua es transparencia; hay otro tipo de paisajes fríos que he pintado, en este caso me refiero a la situación del país que para mí es una realidad fría que aún no podemos controlar”.

El paisaje como expresión simbólica
Esta inteligente conceptualización del artista es la que justifica el carácter simbólico de su paisaje, tal como indiqué al principio de este texto. Lo interesante es que esta representación simbólica del conflicto humano o social no se orienta hacia una iconografía de lo urbano, mucho menos enarbola estandartes de representación ya gastados y predecibles.

Hay, en Marcio Arteaga, una pasión por la naturaleza, es como si esta configurara su visión integral de la vida, al respecto él mismo nos dice: “Pienso que en la naturaleza encontramos la respuesta a muchas preguntas de cómo funciona la vida, por eso trabajo con técnicas experimentales, buscando respuestas positivas a lo que consideramos negativo”. Es precisamente desde el mundo natural que construye su visión del mundo y, sin embargo, está lejos de ese paisaje cientificista que predominó en Latinoamérica durante el siglo XIX, tampoco es un paisaje romántico, lo de Arteaga es un paisaje moderno construido sobre acordes de color.

El artista habla desde la naturaleza porque esta le permite conciliar color y visión del mundo. El simple hecho de que Arteaga trabaje con la “Ley del contraste simultáneo”, como llamó Michel Eugène Chevreul al recurso utilizado por los pintores impresionistas para construir su trama visual, ya ubica su paisaje dentro de la tradición moderna, tan moderna que por algunos momentos su pintura se acerca al dripping de Jackson Pollock como se observa en la obra “Movimiento del agua” del año 2012.

No sería extraño que esta concepción del paisaje decante en una apuesta por lo abstracto, esto es normal cuando un artista hace del manejo del color su oficio, no digo que el referente salga sobrando en su pintura, solo digo que su obsesión es el control del color. El color es el sentido de su obra, en otras palabras, en su obra no es el paisaje en sí mismo lo que importa, sino su ejecución pictórica. ¿De qué habla el paisaje de Arteaga? Habla de la pintura misma. Si en determinado momento este paisaje toca la metáfora o lo simbólico es gracias a esa comprensión moderna del color y no a otra cosa.

El horizonte de su obra
El uso de la espátula para distribuir el color no es una técnica fácil, pero precisamente es este medio el que le permite mostrar esa fuerza visual a su pintura, las huellas dejadas por la espátula en el lienzo le dan un sentido de presencia a su trabajo que no miraba en el paisaje hondureño después de la muerte de Garay, digo esto porque Arteaga sabe reconocer la técnica de los maestros para insertar su obra en un contexto moderno y más libre.

Jóvenes como Marcio Arteaga le vienen a dar un tono fresco a la pintura hondureña y demuestran que nuestro paisaje de larga tradición ha dado un salto cualitativo al pensarse desde el color y la traducción moderna del mundo natural: la nota melancólica ha dado paso a la reflexión pictórica. Pensar el paisaje desde la pintura le otorga a esta un sentido de libertad que la puede llevar a indagar otros motivos y otros géneros, cuando la pintura habla el mundo se ensancha.

Lo diré con sinceridad, Marcio Arteaga me parece mejor pintor que escultor, es en la pintura donde activa toda su operación estética e intelectual en el arte. Su tridimensionalidad es predecible porque el modelo y el material se imponen sobre la forma, en cambio, en su obra pictórica, la pintura construye, domina las formas, la pintura es la gran constructora del espacio y en eso reside su modernidad.

Su perfil
Artista plástico hondureño, egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes en 2009. Cuenta con ocho exposiciones individuales dentro y fuera del país, ha participado en nueve Simposios de Escultura en piedra a nivel nacional e internacional. Su obra ha obtenido dos premios únicos en la Bienal Centroamericana de Escultura del IHCI en los años 2013 y 2019.

Así como el Premio Novísimo en pintura en la Bienal IHCI en el año 2014. También ha sido galardonado con diversas menciones honoríficas en los más destacados eventos artísticos como el Salón Nacional de Arte del CCS y la Bienal de Artes Visuales de la UNAH. Su obra forma parte de diversas colecciones privadas y públicas, como la Galería Nacional de Arte, Museo de Arte MARTE de El Salvador, Pinacoteca del Banco Central BCH, la Escuela Nacional de Bellas Artes, Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI), Instituto Hondureño de Cultura Hispánica (IHCH) y el Centro Cultural Sampedrano (CCS).