Siempre

Una ilusión perpetua de lo porvenir

Para enfrentar su realidad, y no esperar ser salvada por un golpe de suerte en la hora final, Honduras deberá ser más que fuerte y resiliente

28.12.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Durante su estancia en los campos de concentración, donde perdió a sus padres, su hermana y su esposa, el neurólogo austríaco, Viktor Frankl, observó un fenómeno que determinó como la “Ilusión del indulto”: se trataba de la idea de los condenados a muerte de que en el último instante les perdonarían la vida. No sucedía así, por supuesto, pero aquella actitud le demostró a Frankl que a pesar de la certeza de que todo está perdido, la esperanza se queda con nosotros hasta el último aliento.

Es posible, en cambio, que la historia de Frankl sea el símil erróneo para describir la situación de Honduras, pero al menos puede serlo para millones de hondureños que, igual que los compatriotas de Frankl separados de sus familias, sus bienes y sus sueños, se aferran a la vida, a la ilusión de vivir en paz y con dignidad en su propia tierra.

Después de la covid y los huracanes Eta y Iota, Honduras está en ruinas. No solo en ruinas de piedra y cemento, sino, acaso, en una ruina peor: esa “ruina en ruinas” de la que escribe el poeta nacional Leonel Alvarado para referirse a una ruina más honda y terrible que los escombros de lo físico: la ruina del alma, del espíritu, de la imaginación, de la esencia suprema de lo humano, de aquello que llamamos “esperanza”.

Supongo que en el instante en que Marta —que lleva meses en las calles de Tegucigalpa pidiendo una limosna para alimentar a sus hijos, después de que el cilindro de gas de su pequeño negocio explotara y desfigurara su cuerpo a inicios de la pandemia— lea estas palabras (si lo hace), tendrán poca importancia para ella, porque su realidad (ese mundo lleno de dificultades, injusticias y conflictos) parece ser más grande que su voluntad.

Aun así, ese delicado misterio que representa la esperanza hace que, cada día, contra toda adversidad, Marta se levante y salga, adolorida y consciente de su nueva vida, en busca del pan diario para ella y los suyos. Y ahí está su gran amor prolongado, su gran voluntad, su abrumador ejemplo sobre la maravilla de vivir a pesar de la tragedia y el mundo.

Tampoco lo serán para los padres y madres de familia que lo han perdido todo, incluso a sus familias. Ni para los niños que habitan en las riberas del Ulúa, quienes, desde las apocalípticas inundaciones en el valle de Sula durante la tormenta Eta, no logran recobrar la confianza de vivir en sus hogares, ni consiguen conciliar el sueño en los días de lluvia por temor a los horrores del río.

Cuando a principios de noviembre la llena llegó sin aviso a las zonas bajas del valle de Sula, el acuarelista sampredrano, Román Murillo, esposo y padre de dos hijos, solo pudo rescatar de su vivienda algunas obras que preparaba para una exposición en el occidente del país. Luego perdió todo, pero conserva la alegría de su familia a salvo y la riqueza interior que, a lo largo de los siglos, ha sido imprescindible para sobrellevar las experiencias más traumáticas de nuestra especie.

Para enfrentar su realidad, y no esperar ser salvada por un golpe de suerte en la hora final, Honduras deberá ser más que fuerte y resiliente: será necesaria una profunda reflexión y autocrítica sobre nuestras decisiones, nuestros errores y nuestros desafíos como pueblo. Será necesario, además, asumir nuestra parte en el desastre y comprender que somos responsables de nuestro futuro, como lo somos de nuestro presente y pasado.

Después está “el retorno a la cumbre espiritual: el regreso a las cosas humildes”, a las pequeñas cosas que dan sentido a nuestra vida; la fe, el amor, la familia, el arte y la belleza del mundo.

En su maravilloso libro “El hombre en busca de sentido”, Frankl cuenta que en los campos de concentración periféricos donde estuvo, descubrió que las personas que tenían un mundo interior rico (porque habían leído, porque conocían la cultura, porque habían sido músicos, porque habían disfrutado del arte o de la espiritualidad), sobrevivían mejor que aquellas que parecían físicamente más fuertes; “porque al final lo que nos salva en la vida es poder darle sentido a nuestra experiencia y tener un lugar interior donde reflexionar y encontrarnos con el mundo y con nosotros mismos”.

Porque al final lo que nos salva es un porqué vivir, una razón mayor a nuestra propia existencia, una ilusión perpetua de lo porvenir, un sueño, una esperanza.

Perfil del autor

Albany Flores Garca es escritor, historiador y cronista. Autor de los poemarios “Geografía de la ausencia” y “El árbol hace casa al soñador”, del libro de cuentos “La muerte prodigiosa” y del ensayo “Academia y Estado: orígenes de la Universidad de Honduras”. Ha escrito y colaborado para periódicos y revistas de América Latina, EE UU, Italia y España. Es fundador de la revista cultural “El zángano tuerto” y actual editor de la “Revista Caligrama”.

Tags: