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Marco Antonio Madrid: La montaña más alta

Estamos en un mundo bárbaro gobernado por hordas que visten de saco y corbata. Una sociedad donde el relativismo socaba leyes y valores. Pero no olvides que no somos bestias de carga, que somos seres humanos y tenemos derecho a la esperanza

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18.10.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-El ser o esa verdad última de todas las cosas es incapturable –por lo menos desde la óptica racional-, pero también el río no existe –el conocimiento- sin el hombre que se adentre en sus aguas.

Más de dos mil años transcurrieron desde la escuela Jónica hasta el surgimiento del idealismo alemán, de Éfeso a Konigsberg, de Heráclito a Kant. En ese tránsito el río multiplicó sus aguas y dilató sus márgenes; del asombro nació la filosofía y de ese pasmo aquella pregunta de Leibniz tan necesaria y pertinente: ¿Por qué es que hay algo, en vez de nada? Es natural, cuando el ser humano se decide no sólo a vivir, sino a conocer, se convierte en un sujeto del conocimiento, contrario al animal que recibe las impresiones y continúa su andar.

Kant va a abordar el problema del conocimiento en su obra “Crítica de la razón pura”. Es necesario aclarar que utiliza la palabra crítica en su sentido etimológico; del griego Kritikós que significa capaz de discernir,

y no en las acepciones del verbo krinein que significa separar, juzgar. La palabra pura es tomada con la significación del término latino a priori o antes de la experiencia. Es pues, el estudio de la razón antes de la experiencia, en su forma pura, a priori y no a posteriori.

De ese panta rei o fluir incesante del mundo al cual los griegos denominaron cosmos por grande y hermoso –de ahí la palabra cosmético y cosmetología- solamente nos llegan impresiones. No es verdad que en la relación del conocimiento los objetos condicionen al sujeto, es a la inversa. El tiempo, el espacio y demás categorías son formas de la sensibilidad que el sujeto imprime a los objetos. Ese mundo nos llega a través de la ventana de los sentidos en forma de sensaciones: sensaciones táctiles, olfativas, gustativas, visuales y auditivas. El pensamiento va a sintetizar por medio de la razón esas sensaciones en percepciones, y el recuerdo de las percepciones va a conformar los conceptos, las ideas, los juicios que van a ser causa y efecto como eslabones de una cadena ininterrumpida e infinita.

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La matemática, la física y la ciencia son posibles como un conocimiento teorético, porque se basan en el espacio y el tiempo que son condiciones a priori, antes de la experiencia, que el sujeto imprime a los objetos o fenómenos que llegan a él producto de las impresiones.

Los juicios que van a conformar la matemática, la física y la ciencia positivista, son universales por la razón y verificables por la experiencia, son un híbrido de lo sintético y lo analítico. Con respecto a la metafísica, Kant concluye que es imposible como ciencia teorética, porque nuestra razón elabora sus conceptos de contenido con los datos que le aportan los sentidos, y en nuestra vida no hemos recibido ninguna impresión de algo que sea Dios, el alma, el universo o el espíritu. Nosotros hemos elaborado conceptos de Dios o el alma, pero esto se debe a un afán siempre constante de nuestra razón de hacer síntesis con las abstracciones, así se toma una totalidad de nuestras vivencias y se conceptúa el alma, luego, se hace una síntesis mayor con todas nuestras percepciones y se conceptúa a Dios.

Todos los conceptos metafísicos que se han formulado en la filosofía basados en la razón son para Kant inválidos por suprimir o alterar de manera arbitraria las categorías de tiempo, espacio, existencia, pluralidad, cantidad, cualidad, que son condiciones para el conocimiento, y son aportadas por el sujeto. Es muy conocida la refutación que hace Kant al argumento ontológico de la existencia de Dios de San Anselmo, y que con alguna variante es expuesto por Descartes en su “Discurso del método”: El atributo más grande es el de la existencia. En todos los lugares la gente nace con la idea inteligente de un ser perfecto al que llaman Dios. Si Dios no existe le faltaría el atributo más loable, pero Dios es perfecto por eso existe. Kant dirá que no es lo mismo pensar que tengo cien taleros –monedas- en mi bolsillo que tenerlas realmente. La existencia como una categoría está bien definida, y no se puede pasar de manera caprichosa de una idea a la realidad, porque “sólo la experiencia sensible puede en última instancia probar, certificar, que eso a lo que alude un concepto abstracto existe o no”.

El acto de conocer es tan sólo una pequeña parcela de las actividades humanas, vivimos y existimos como homo sapiens, pero también como homo negans, homo luden, homo faber, trabajamos, jugamos, amamos, a veces reímos o lloramos, porque aunque el temple parezca de acero, como el capitán Ahab, frente a la última borrasca, rueda una lágrima, quizá no por miedo sino por soledad.

Es de toda verdad que guardamos en nuestra conciencia teorética el cuadrado de la hipotenusa de Pitágoras, o las leyes de Kepler, concernientes al movimiento de los planetas alrededor del sol, o bien todos los postulados de la ciencia, pero también nuestra conciencia moral guarda las leyes del código Hammurabi, las tablas de la ley mosaica y su correlación con el alfabeto hebreo –según la gematría hay un valor numérico para cada una de las 22 letras del alfabeto hebreo, y los kabalistas sostienen que hay un mandamiento por cada letra, pero que Moisés, por orden de la divinidad, solo debeló diez, el onceavo sería haz tu deber, y el doceavo que tu luz brille. Como para recordarnos que no somos bestias y que tenemos el deber de buscar la luz-, El Gatha de Zaratustra o el primer tratado de ética de la humanidad, la Ley de las XII Tablas en Roma –Lex Duodecim tabularum-, los evangelios crísticos canónicos y apócrifos, las cuatro nobles verdades y el óctuple sendero del budismo. En esta conciencia moral y su nous practikós establecerá Kant una nueva metafísica.

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El filósofo va a dilucidar qué es la moralidad y sobre quién recae el acto moral, para ello es fundamental lo que el hombre hace y lo que quiere hacer, lo hecho y lo omitido. La moral no puede caer sobre los objetos, ni sobre los actos, una pistola no es buena ni es mala, un hombre puede herir de muerte a una o varias personas en un accidente, pero no diremos que es un homicida. Sólo la voluntad humana puede ser buena o puede ser mala, sólo en ella se efectúa el acto de la moralidad. Todo acto de la voluntad se presenta en nuestro interior como un mandato: no robes, no delincas, pero cuando actuamos pensando en el castigo, en el temor de ir presos, el mandato se vuelve hipotético y no categórico como debe de ser toda moral. No robamos, no delinquimos, nuestro acto es legal, pero no es moral, porque nuestra voluntad actuó a la sombra del temor y no del deber. El fundamento de la ley moral y su sentido de libertad tendrá en la autonomía y en la heteronomía sus antípodas. Si en la vida actuamos por lo que estipula un código de ética, por los preceptos familiares o de clan, por lo que manda un libro sagrado o los consejos de un guía espiritual, nuestra voluntad será heterónoma, estará en esclavitud y servidumbre a mandatos externos a ella; la ley moral debe de ser autónoma, emanar de la voluntad misma. “Obra de manera que puedas querer que el motivo que te ha llevado a obrar sea una ley universal”, dice Kant.

La voluntad libre se vuelve impersonal, el ser humano no es para ella un medio es un fin. Si existiese un ser sin el más mínimo asomo de heteronomía sería un Dios, y los que caminan hacia la libertad desarraigando de manera paulatina su voluntad de factores externos, serían los santos, los iniciados, los profetas, los ángeles y arcángeles de las religiones, que van adquiriendo en la libertad nuevos estados de conciencia. La voluntad libre tiene un valor absoluto, no es como en lo empírico donde el valor es relativo y las cosas son comparables, en el mundo de la voluntad emancipada todos somos uno, por eso el filósofo ve detestable toda forma de esclavitud. En el mundo teorético de la ciencia, el sujeto estará por correlación del conocimiento esclavizado al objeto, en la conciencia moral por la autonomía de la voluntad, una ventana se abrirá a la ansiada libertad.

Los discípulos continuarán por distintos rumbos la filosofía de Kant, pero siempre bajo el hilo conductor de la libertad. Hegel le llamará el espíritu absoluto; Schopenhauer, continuará la búsqueda metafísica en el mundo como representación y voluntad; para Schelling, será el arte; para Fichte, el sujeto absoluto; Nietzsche, discurrirá sobre la metamorfosis del superhombre. Todos conformarán el idealismo alemán y ejercerán una influencia decisiva en ese movimiento extraordinario de la literatura que se llamó romanticismo.

Estamos en un mundo bárbaro gobernado por hordas que visten de saco y corbata. Una sociedad donde el relativismo socava leyes y valores. Pero no olvides que no somos bestias de carga, que somos seres humanos y tenemos derecho a la esperanza. El bien es el bien y la voluntad libre, razonable –dice Kant- la buena voluntad, aun cuando la suerte le sea adversa o la avaricia de la naturaleza de madrastra la privasen de todos sus medios, ella brillará con su propio resplandor, como una piedra preciosa.

Dicen que un sabio es grande hasta que es poeta y “que el hombre que sube a la montaña más alta se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida”. Así habló Zaratustra. Recuérdalo, Y haz tu deber, que tu luz brille.

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