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Modernidad y posmodernidad: las claves de un debate

El buen arte, ese que no cree ni en el cielo ni en el infierno, sino en sus propias posibilidades, está más allá de ser moderno o posmoderno

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11.10.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-Uno de los debates trascendentales en el terreno de la cultura es el iniciado en los años sesenta del siglo XX y la primera década del siglo XXI, me refiero a la textualidad que se generó en torno a lo moderno y lo posmoderno; la discusión aún continúa pero ha perdido la fuerza que tuvo en ese período de tiempo; quizá este “adelgazamiento” en el debate esté ligado a esta idea de “saturación” posmoderna que, a base de constantes reiteraciones, termina por disolver los nuevos saberes en una suerte de pastiche conceptual, todo se volatiza.

El término posmodernidad es utilizado para referirse a ciertas producciones culturales contemporáneas, pero la polémica se ha centrado en determinar si realmente estamos asistiendo a un nuevo cambio epocal o, por el contrario, estamos ante una continuidad de la modernidad por otras vías.

La llamada Edad Moderna tuvo sus inicios en el renacimiento y se extendió –como dijimos- hasta las primeras seis décadas del siglo XX; ese período de tiempo tuvo momentos álgidos como la revolución industrial en Inglaterra, la revolución burguesa en la Francia de 1789, el primer intento de revolución socialista con la toma de la Bastilla en 1848 y los períodos de las dos guerras mundiales.

Hay quienes al evaluar el impacto cultural que tuvo la revolución francesa en toda la humanidad, ubican allí el inicio de la modernidad (contemporánea).

Los teóricos posmodernos (Lyotard, Derrida, Foucault, entre otros) encuentran que los discursos y prácticas sociales que justificaron la cultura de esa época han perdido vigencia, que los grandes relatos centrados en la ciencia, la moral y la estética moderna ya no pueden explicar el mundo; en cambio, Adorno, Wellmer y, sobre todo, Habermas, sostienen que la modernidad es un proyecto incompleto que todavía pervive en la cultura contemporánea.

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Dos lógicas culturales opuestas

Moderna es la conciencia de una época que a base de sus propias rupturas puede reconocer que ha superado el pasado; moderna es una época que concibió la historia como desarrollo progresivo, lineal y que organizó su actividad social de cara al futuro; moderna es la visión que apostaba por la idea de progreso, depositando toda su confianza en la razón como paradigma universal del gran entendimiento humano; moderna es una era que concibió la cultura sobre las tres grandes esferas que estableció el filósofo moderno Immanuel Kant: la cognoscitiva (ciencia o conocimiento), la moral y la estética. Estas tres esferas se justificaban en la búsqueda de la verdad, el deber y la belleza, su método era la razón, su ideología el progreso.

Posmoderna es una época que desconfía de la razón, que ya no cree en el progreso; posmoderna es la cultura que no admite discursos abarcadores y que aboga por los consensos locales en oposición a los viejos paradigmas universales; posmoderna es una ciencia sometida a los intereses del sistema, justificando ese mezquino proceder en la búsqueda del conocimiento eficaz; es la moral sin mea culpa, sustentada en el cinismo; posmoderna es una estética que desplaza la sensibilidad por la ironía socarrona; es esta época que disolvió al sujeto trascendente de Kant en la fugacidad de los ordenadores digitales; posmoderna es esta época que ya no cree en el discurso de la libertad porque la emancipación concebida por la ilustración y después por el marxismo, perdieron vigencia, primero en la guillotina francesa y luego, en los procesos de Moscú; en fin, posmoderna es esta sociedad que ya no busca la objetividad, mucho menos construir una nueva subjetividad, sino regodearse en el placer del espectáculo y en el engaño del simulacro.

La doctora en filosofía Esther Díaz (“Posmodernidad”, 1999) sostiene que la modernidad es “rica es ismos: iluminismo, modernismo, empirismo, racionalismo, positivismo; la posmodernidad es rica en pos: posestructuralismo, posindustrial, poscrítica, poshistoria, posciencia, posfilosofía, postsexualidad”.

Si reconocemos que el discurso de la modernidad entró en crisis y solo brilla en los estertores de un fuego que se apaga, entonces tenemos derecho a preguntarnos si la llamada posmodernidad es realmente una respuesta al derrumbe de las concepciones modernas. Digo lo anterior porque estamos abiertos a aceptar que ha surgido un nuevo mundo bajo el capitalismo multinacional, cibernético y altamente mediático, el problema es que los teóricos posmodernos ofrecen salidas sobre presupuestos que el marxismo, la corriente más avanzada del pensamiento moderno, hace más de un siglo superó con absoluta solvencia. Aunque se juzgue paradójico, resulta que la falta de consistencia del argumento posmoderno nos hace pensar que solo el marxismo es capaz de explicar con rigurosidad teórica la crisis de la modernidad y los mismos entuertos de este nuevo mundo llamado posmoderno.

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Un nuevo giro en lo artístico

De acuerdo con Irina Vaskes Santchez, “para Fredric Jameson, el modernismo fue una reacción crítica a la cultura burguesa del capitalismo monopolista, funcionó como una contrapartida subversiva y opositora al seno de esa sociedad.

En cambio, el posmodernismo, inscrito en la lógica cultural del capitalismo tardío, esencialmente consumista, ha significado una disminución de la sustancia combativa y revolucionaria que caracterizó a las vanguardias modernistas del siglo XX. La cultura y el arte posmodernista son de acompañamiento al orden económico, de integración comercial y no de antagonismo. El arte de las vanguardias era opositor al espíritu burgués, este patrón le hace falta a la posmodernidad mercantilista, apolítica, complaciente y hedonista”. Esta visión ha dibujado las características propias del arte posmoderno.

Bajo la posmodernidad el arte se torna en bricolaje, en pastiche; se trata de un arte que agrega nuevos valores respecto a la axiología estética moderna o sencillamente los subvierte. Lo “nuevo”, la “novedad”, ya no seducen como antes o, por lo menos, se intenta imprimir una nueva lógica: buscar lo nuevo en el pasado, reciclándolo, recuperándolo en un juego de ironías o con parodias desconcertantes. Ya no se ve al pasado para ordenar nuestra idea de futuro, sino para no morir en el silencio de una época que se quedó sin respuestas en el presente. La ironía moderna, indomable y corrosiva, fundadora de tantas rupturas, ha terminado en la mueca posmoderna. No hay duda que existe un arte posmoderno pero cuando este se torna vital y crítico, ¿acaso no está reviviendo lo mejor de su herencia moderna?