Siempre

Celsa Flores: La otra dimensión del paisaje

Cuando el paisaje sueña en los versos del color, otro mundo se abre en nosotros, una realidad misteriosa nos habita

FOTOGALERÍA
04.10.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-En diciembre del año 2008, Celsa Flores realizó una muestra que tituló “En evolución”; hoy deseo recuperar la memoria de esas obras porque significaron un hito en la historia del paisaje hondureño; digo hito porque es distinto a toda la tradición paisajística que hemos conocido en la paleta de Miguel Ángel Ruiz Matute, Teresita Fortín, Dante Lazzaroni y Carlos Garay, solo para mencionar algunos nombres.

La práctica del paisaje hondureño ha sido motivo de polémica entre artistas, un sector importante lo ha considerado como un “arte menor”; la misma artista cuenta que cuando inició este proyecto, algunos se acercaron para desmotivarla y hubo quien específicamente le dijo: “Usted es buena pintora, cómo es eso de que va a hacer paisajitos”; la palabra “paisajitos” no era inocente, su uso peyorativo lleva implícito el desdén con que este género ha sido visto en el medio; hacer paisaje en Honduras es arriesgarse a ser considerado pintor o pintora de “segunda línea” o de “bajo vuelo”.

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Hacia un paisaje interior

Tradicionalmente, el término paisaje solo es una forma de nombrar un género pictórico asociado a un espacio abierto, ambiental, lleno de luz, lírico y diagramado en perspectiva; siempre hemos relacionado la palabra paisaje con toda ejecución plástica que tiene el propósito de ilustrar la belleza de una geografía exterior, risueña y encantadora. Pero, ¿qué decir de los paisajes de Celsa Flores, pintados a contracorriente de lo común? Allí donde hay luz, Flores afina lo oscuro; allí donde habita lo reconocible, ella oculta, escamotea o desvanece la certeza del ojo; allí donde los planos sucesivos crean la sensación de cercanía y alejamiento, Celsa edifica una extraña profundidad más cercana a un viaje interior que a una exploración exterior. Con estas extrañas paradojas, es difícil afirmar que la artista pinta paisajes; por lo menos aceptemos que sus indagaciones pictóricas van más allá de lo que tradicionalmente nos dice este género.

Celsa Flores visita el paisaje para transitar por el subsuelo humano: desliza su pincel por las grietas del alma, crea un paisaje telúrico y melancólico que ha renunciado a la luz para reedificarse en la sombra. La concepción de paisaje que nos muestra la artista es un recurso para expresar su visión del mundo, visión que se nos presenta compleja y dolorosa; estamos frente a un paisaje subterráneo, como Landívar, Celsa pinta para entrar en las negras cavernas del monte. La luz dejó de ser un misterio, ¡no más alimento para la pupila!, el sol ha naufragado, que sea la sombra el lugar del descubrimiento, el lugar de las oscuras emociones.

No hay duda que el paisaje de Flores va en dirección distinta a la tradición, reafirma su modernidad con una factura que se repliega en el color, la construcción del espacio no siempre sigue las coordenadas del realismo naturalista que ha prevalecido en el medio, al contrario, esta es una pintura de la pintura, sus construcciones espaciales, su sentido de profundidad, su arquitectura de planos, están resueltos con acordes de color; hasta las sombras dejaron de resolverse con el uso del negro, están logradas con matices de tonalidades oscuras, este es un recurso que caracterizó a los pintores impresionistas. Este ejercicio pictórico abre las puertas a esto que bien podríamos llamar “paisaje conceptual”, que es muy distinto al paisaje visual. La técnica utilizada por Celsa Flores está plenamente justificada porque lo de ella es un paisaje emocional, psíquico, carece de realismo geográfico para ahondar en los territorios del alma.

Una pintura así ya no pertenece a ningún lugar, ha evolucionado hasta ser la metamorfosis de la propia pintura, aquí Flores muestra que es capaz de hacer del experimento una estética, se asomó al paisaje y lo hizo con conocimiento y sensibilidad; conocimiento, porque su trabajo es una superación de la tradición, es además, una muestra del comportamiento del color cuando este define la arquitectura formal y la atmósfera espacial de la obra; sensibilidad, porque todo este paisaje es un viaje interior, no es una sensibilidad del ojo sino de las vivencias más íntimas.

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Un espacio de evocaciones

Más que paisaje, lo de Celsa es un diálogo con aquello que no se ve, que no se palpa; pintura parecida a ese oscuro piano de César Vallejo, que como ángel derrumbado siempre “viaja
para adentro”.

El paisaje de Flores en realidad es una metáfora visual para construir un diálogo con el mundo, su diálogo es problematizador, por eso cuando estamos tentados a reconocer una imagen, inmediatamente nos evoca otra. Pintura hecha de ambivalencias: todo es y nada es. Lo único real es la pintura misma. Siempre he celebrado a los pintores que sin desconocer el contexto, entienden que sus lazos de comunicación están en los secretos de la pintura. Celsa ha madurado al punto de reconocer que su primera tarea es apropiarse del lenguaje pictórico para contarnos su historia personal. Gracias a esta lógica de procedimiento es que sus visiones logran transparentarse en las obras; por paradójico que parezca, logra transparencia de sentido mediante un lenguaje pictórico caracterizado por tonalidades oscuras.

En esta muestra observamos cómo las obras se organizan para mostrarse en absoluta libertad y espontaneidad. Aun cuando algunas obras han sido revestidas con trazos reconocibles, se puede percibir que las formas luchan por liberarse de ese ropaje tradicional, evolucionando a masas de color que evocan esos espacios y profundidades llamados paisajes y que, a mi juicio, son pretextos para construir un diálogo desde la pintura. En algunas piezas observamos masas que se articulan como montañas pero, en la obra de Celsa Flores, esas referencias puntuales al mundo real también son aparentes; al final son formas, manchas, volúmenes, texturas, composiciones, color y, sobre todo, son el deseo de traducir ese lenguaje en arte, porque es la única garantía que nos ofrece la artista para hablarnos con propiedad de sus anhelos y obsesiones.

No es cierto que el paisaje es el arte menor de la pintura como algunos despectivamente han señalado; Celsa Flores escapa al exotismo, ella trabaja la pintura con absoluta conciencia y desde esa perspectiva nada se puede desmerecer; Flores nos enseña que el arte es la lúcida articulación entre inteligencia y sensibilidad.

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