Siempre

La pira del fénix

La sociedad es la extensión del individuo y el caos es el propósito del espíritu, el fuego donde arderá como el ave fénix para surgir después más fuerte y más hermoso de entre las cenizas

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05.09.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Lo absoluto es el desiderátum del espíritu, y la marcha del espíritu hacia lo incondicionado deviene en un aprendizaje constante. Es por eso que la vida no debe de ser tomada como un fin en sí misma, sino como un medio. Considerarla como una finalidad, es condenarse a lo perentorio, a lo fugaz. El hoy es luego el ayer, y el estertor de un mundo que fenece y otro que se alza con vigor, es la constante en una naturaleza donde, según Heráclito, lo único permanente es el cambio.

Un grito surge de las edades; es ese tú y ese yo, es ese nosotros. Es esa “onda única en extensión que empieza en el tiempo, y sigue y no tiene edad. O la tiene, sí, como el hombre” para decirlo con un verso de Aleixandre. Es la humanidad y sus distintos trajes, y sus diversas máscaras, soñando el sueño de estar despierta.

Lo plural es el espejo de lo singular, y nada es casual en el devenir de los tiempos; la sociedad es la extensión del individuo y el caos es el propósito del espíritu, el fuego donde arderá como el ave fénix para surgir después más fuerte y más hermoso de entre las cenizas.

“Cuando volvemos la vista al pasado lo primero que vemos es ruinas”, dice Hegel. Pero ese caos que nos trae un sentimiento de desconcierto cuando contemplamos sus innumerables fragmentos, se troca en coherencia al advertir en un concepto dialéctico su sentido de unicidad. Similar a la sociedad del plato roto de Simmel, que nos señala que en la unión de los fragmentos está el propósito de lo total.

La primera manifestación de la razón objetiva o espíritu absoluto en la sociedad es la religión, esta viene a cimentar las bases de la historia.

La primera manifestación de la razón objetiva o espíritu absoluto en la sociedad es la religión, esta viene a cimentar las bases de la historia.

Georg Simmel, refiere que en Alemania existió un grupo llamado la sociedad del plato roto. Cuenta que unos amigos se reunieron para celebrar una conmemoración y al final de la cena y los postres decidieron romper un plato y repartirse los pedazos con el compromiso de que el que fuera muriendo entregara su fragmento a uno de los que estaba vivo. De esta manera el último sobreviviente reconstruiría el plato.

La negación es a posteriori una afirmación. Esta muerte de la idea en otra idea mayor Hegel le llamó “Aufhebung”, y Ortega y Gasset lo traduce como absorción. “Lo absorbido desaparece en el absorbente y, por lo mismo, a la vez que abolido es conservado”, Hegel lo explica con una hermosa metáfora en el prefacio de su obra capital, “La fenomenología del espíritu”: “El capullo desaparece al abrirse la flor, y podría decirse que aquel es refutado por esta; del mismo modo que el fruto hace aparecer la flor como un falso ser allí de la planta, mostrándose como la verdad de esta en vez de aquella. Esta forma no sólo se distingue entre sí, sino que se eliminan las unas a las otras como incompatibles. Pero, en su fluir, constituyen al mismo tiempo otros tantos momentos de una unidad orgánica, en la que, lejos de contradecirse, son todos igualmente necesarios, y esta igual necesidad es cabalmente la que constituye la vida del todo”.

La libertad es el bien más anhelado por el ser humano, y aunque en una sociedad el derecho refleje de manera efectiva lo justo; el medio siempre va a constreñir. Porque en lo finito, la libertad está indisolublemente unida a la razón, al acto moral y al pensamiento como un criterio de verdad. De ahí nuestra paradoja, como señala Baruch Spinosa, de creernos libres cuando nuestra voluntad está condicionada a la necesidad.

El hombre siempre ha anhelado esa luz donde se pueda diluir su ser, esa esfera, mencionada por Giordano Bruno, cuyo centro está en todos los lugares y la circunferencia en ninguno. Ese incondicionado a lo que Hegel llama espíritu absoluto y que por el conocimiento de sí, es filosofía, por la representación de sí, es religión, y por la intuición de sí mismo, es poesía. Según Hegel todas las artes son susceptibles de reducirse a la poesía, arte intelectual y espiritual por excelencia.

La primera manifestación de la razón objetiva o espíritu absoluto en la sociedad es la religión, esta viene a cimentar las bases de la historia, después aparece la filosofía para una reflexión serena de lo vivido, porque e l búho de Minerva alza el vuelo al atardecer. Cuando hablamos de religión creo que lo mejor es guiarnos por el sentido etimológico del término: el prefijo re viene del latín y significa volver a, y ligare, también del latín, significa ligar, unir. Religión significa etimológicamente volver a unir lo que antaño estaba unido y por alguna razón se dispersó, volver a ligar el alma a Dios.

También considero que hay que distinguir entre formas y principios, las formas son perecederas, y los principios son eternos. Una forma religiosa nace crece y muere, y los principios emigran hacia una nueva manifestación. Un estudio comparativo de las religiones nos demostraría esta verdad. La vitalidad o muerte de una forma no estriba en lo cuantitativo, número de feligreses, sino en lo cualitativo, práctica de sus principios. Cuando una religión se convierte en la portavoz espiritual de un imperio comienza su muerte aunque tenga millones de adeptos.

Según Hegel todas las artes son susceptibles de reducirse a la poesía, arte intelectual y espiritual por excelencia.

Según Hegel todas las artes son susceptibles de reducirse a la poesía, arte intelectual y espiritual por excelencia.

Zaratustra, combatió a la antigua casta sacerdotal de su tiempo por ser amantes del lujo y del dinero, pero muchos años después de la muerte del profeta, los persas adoptaron su doctrina como la insignia espiritual del imperio. Esa fue la decadencia y muerte del Mazdaismo. Algo similar sucedió con el cristianismo en la Edad Media y la teoría de las dos espadas -utrumque gladium-, la una espiritual, representada por el papado y la iglesia, y la otra terrenal o temporal, representada por el emperador. ¡Alemania, un nuevo imperio - decía Nietzsche- una nueva estupidez!

“La poesía tiene la misión de representar la verdad en una imagen sensible”, sostiene Hegel, y agrega que, su universalidad descansa en la inmediatez de la imagen y no en su concepto. La idea se materializa en la forma, y sólo ahí adquiere dimensión poética, porque lo bello no es una abstracción en sí, es la concreción de fondo y forma. La simbiosis fondo y forma como amalgama de lo bello escapa a la definición lógica y a la abstracción, porque un poema es una codificación, una velación, que al lector le toca descodificar y desvelar. El poema objeto y el lector sujeto están íntimamente relacionados por las leyes del conocimiento. Pero en la codificación no siempre interviene la conciencia del poeta. El lector descifra el poema y muchos de sus hallazgos no formaron parte del propósito del poeta en la codificación. Este hecho formó parte del credo romántico y de las vanguardias y su teoría de la escritura automática o el fluir de la consciencia.

La poesía al encarnar en el poema lo individualiza y a la vez lo vuelve universal, de este hecho dimana su prodigiosa infinitud. La poesía se concretiza y se reconoce a sí misma en el poema, y ese conocimiento de sí, va a formar parte del conocimiento del otro. El lector sujeto va a encontrar en el poema objeto su verdad, su razón, su existencia. Miremos a guisa de ejemplo el poema “Frente al espejo”, de Eliseo Diego: “En un abrir y cerrar de ojos/ ya no estarás en donde estabas:/ un triste viejo está mirándote/ con qué terror desde tu cara./ Mirándote ávido y mirándote/ mientras la luz te da en su cara:/ en un abrir y cerrar de ojos,/ ni tú, ni él, ni nada”.

El poeta hábilmente nos ha colocado frente al espejo, y el poema nos devela una de las raíces ontológicas más profundas de nuestra existencia. Nuestra ansiedad por existir, nuestro terror a la nada, nuestra angustia de ser, y la gran paradoja de tener una existencia dolorosa, pero - como el náufrago al madero- estar aferrado a ella. Sangrar y abrazar la herida. La razón que el poema ilumina está en nosotros, somos ese destello, esa inflexión, ese haz de luz que se apaga en el tiempo, somos esa verdad plasmada en la forma y en la inmediatez de su imagen. Sujeto lector y objeto poema están unidos de manera indisoluble.

Observemos cuidadosamente el poema “Otoño”, de Walter de la Mare: “Sólo está el viento donde la rosa estaba,/ fría la lluvia donde la dulce hierba estaba,/ y nubes como ovejas trepan por los abruptos y grises cielos donde la alondra estaba./ No está ya el oro donde tu pelo estaba,/ no está el calor donde tu mano estaba,/ sino vago, perdido, debajo del espino, tu espectro está donde tu rostro estaba./ Tristes los viento donde tu voz estaba,/ lágrimas donde mi corazón estaba,/ y ya siempre conmigo, hijo, siempre conmigo, sólo el silencio donde la esperanza estaba”.

La poesía salva al hombre y al mundo por la vía del conocimiento que aunado a la forma engendra la belleza; se hermanan con la religión y la filosofía por el fondo, se diferencian por la forma.

La poesía salva al hombre y al mundo por la vía del conocimiento que aunado a la forma engendra la belleza; se hermanan con la religión y la filosofía por el fondo, se diferencian por la forma.

La poesía no sólo debe de entenderse sino sentirse, y para que ese sentimiento desborde las barreras de lo personal y se afinque en lo universal, el poeta debe dejar reposar en su memoria las emociones, nunca escribir en pleamar, dejar que las aguas regresen a su cauce natural. Pareciera que el poeta escribe desde la borrasca, pero no, lo hace desde la calma de sus evocaciones. Sólo ahí podrá imprimirles el sello universal de la auténtica emoción superior. El poema de Walter de la Mare nos refleja el temor más ancestral que tenemos como raza humana, el de la imposibilidad manifiesta de no poder domeñar a los designios de nuestra voluntad eso que Jasper denomina situaciones límites. Somos seres débiles y falibles en cuya naturaleza encarna la esencia permanente del dolor. Ante nuestra impotencia se abre el camino de la muerte por locura o el de la resignación.


Ante semejante situación el espíritu se contrae y se refugia en el corazón, y por la meditación y la oración entra en un religare. Frente a lo terrible aparece lo grande, dice Séneca. Los espíritus nobles no temen a las circunstancias duras y difíciles; no les importa el qué, sino el cómo las soportan. La virtud se marchita sin adversario, sentencia el filósofo estoico. Si no sucumbimos ante el dolor se da en el espíritu una revalorización, la consciencia de nuestros límites nos proporciona la develación del ser. El ave fénix surge más poderosa y se eleva a la razón objetiva, absoluta, a la esfera de la filosofía.

La poesía salva al hombre y al mundo por la vía del conocimiento que aunado a la forma engendra la belleza; se hermanan con la religión y la filosofía por el fondo, se diferencian por la forma.

Venimos del caos espermático al caos de la historia, pero nada en nosotros y en la historia es casual sino causal. “Es necesario llevar a la historia la fe y el pensamiento de que el mundo de la voluntad no está entregado al acaso. Damos por supuesto, como verdad, que en los acontecimientos de los pueblos domina un fin último, que en la historia universal hay una razón, no la razón de un sujeto particular, sino la razón divina y absoluta” (Hegel, J.G.F. Filosofía de la Historia Universal). “Depura tu miserable barro… Y espera con el ánimo del justo, aunque el dolor le tienda su arco, la hora cierta del triunfo de la razón, la hora de Dios; hora que ha llegado, que está llegando, que llegará siempre”, dice Juan Ramón Molina en su prosa “Exelsior”- aunque los réprobos y los malvados se multipliquen como los peces en el mar y los insectos de la tierra.