Siempre

La fractura espiritual de la modernidad artística

La modernidad frenó su ímpetu, solo el arte pudo sostener la dignidad de una época que naufragó en lo efímero

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30.08.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Es innegable que el arte moderno significó un cambio de ruta a nivel mundial, sobre todo, a partir la revolución de 1848 en París; todo indicaba que algo empezaba a cambiar, una inquietud cada vez más exacerbada recorría Europa.

La segunda mitad del siglo XIX fue el testimonio de un amplio descontento que puso en duda la vigencia de los principios de “Libertad, igualdad y fraternidad”, heredados de la revolución francesa de 1789; también se trajo a tela de juicio los fervorosos avances de la ciencia ya que, poco a poco, se fueron tornando insulsos y aquellos sentimientos de ciego optimismo se esfumaron en el humo negro de las locomotoras o quedaron estrujados entre las rechinantes y ruidosas máquinas de la otrora revolución industrial.

Fueron precisamente los artistas y los poetas quienes le tomaron el pulso a la época y se dieron cuenta, con mayor sensibilidad, que algo se estaba derrumbando; al respecto Mario de Micheli se pregunta “¿qué fue, pues, lo que provocó tal ruptura?” y él mismo responde: “Pero la misma pregunta, implícitamente, plantea también otro problema: el de la unidad espiritual y cultural del siglo XIX. Efectivamente, fue esta la unidad que se quebró, y de la polémica, de la protesta y de las revueltas que estallaron en el interior de tal unidad, nació el nuevo arte”.

Como señalé al principio, la acción por la libertad había creado desilusión, la revolución francesa no resolvió este dilema histórico y por esa misma razón, esta idea fue uno de los ejes de la concepción revolucionaria del siglo XIX. Las ideas liberales, anarquistas y socialistas impulsaban a los intelectuales a batirse no sólo con sus obras sino con las armas en la mano.

Philippe Chenneviéres, al describir las jornadas parisienses de febrero de 1848, cuenta: “Horas más tarde supe que mi amigo Baudelaire fue visto entre los insurgentes con el fusil al hombro. Jamás tantos poetas y literatos se mezclaron de tal manera con la revolución”. El mundo moderno seducía y al mismo tiempo desgarraba el espíritu. Delacroix ya avisaba de los últimos estertores del romanticismo y el poeta Rimbaud era ya la torcedura de todo tradicionalismo.

Baudelaire y el arte moderno

Modernidad, vida moderna y arte moderno son términos que aparecen de manera constante en la obra del poeta, pocos como Baudelaire identificaron el clima intelectual de la época. En “El pintor de la vida moderna”, el poeta concentra su atención en la vida fugaz, en la sugestión de la moda, en las emociones ligeras; el héroe de toda la algarabía moderna es el “Dandy”.

Marshall Berman ha señalado que en la obra de Baudelaire confluyen dos visiones distintas, contrarias, “por un lado la visión utópica que proclama la afinidad natural entre la modernización material y espiritual, y por otro, la que la niega, negando a su vez el progreso”; en un primer momento, el poeta contempla el cambio cultural y económico como un “progreso” no problemático para la humanidad pero, pronto el poeta toma distancia de esa falsa percepción y en el texto “Sobre la idea moderna de progreso aplicado a las bellas artes” pone en evidencia esa confusión entre progreso material y espiritual.

En dicho texto, Baudelaire condena y desprecia el pretendido mundo moderno dejando testimonio de la fractura espiritual al que la humanidad está asistiendo y cuyas atroces consecuencias se observaron a principios del siglo XX.

Ser antimoderno para ser moderno

Por lo menos desde 1860 en adelante, los artistas vivieron dentro de una modernidad problematizada: no fueron ajenos a ese mundo pero tampoco se sumaron pasivamente a sus promesas e ilusiones. Este cambio en las coordenadas espacio-temporales de la cultura supuso también una respuesta desde el arte, los artistas aprovecharon el llamado “momento moderno” para liberarse de la representación mimética de la realidad y propusieron un arte creativo, cargado de una poderosa imaginación que más tarde desembocaría en las vanguardias históricas.

Las categorías de “introducción, nudo y desenlace” que caracterizaron a la novela fueron desplazadas por la simultaneidad, El “Ulises” de James Joyce es un claro ejemplo en la narrativa literaria. El arte plástico eliminó la perspectiva y dejó de depender del tema y la anécdota para volverse autorreflexivo, es decir, se volcó sobre su propio lenguaje y recursos expresivos.

Entre otras variables formales, interesaron la luz, el color, las texturas y la composición, el cuadro “Impresión sol naciente” de Monet se inscribe en esta nueva luminosidad; se abandonó el estudio del taller para ir a buscar la novedad al aire libre, el trazo se volvió espontáneo, ligero, fugaz; el color ya no siguió la pauta de la naturaleza sino la imaginación del artista; todo esto fue necesario para cuestionar una época que exigía un nuevo lenguaje visual y narrativo que, transitando por las mismas avenidas de la modernidad, caminara a contracorriente, desnudando así su atrofia espiritual y su ruina moral; una época, que siendo moderna, también era vacía y frívola, en la que “todo lo sólido se desvanece en el aire” como sentenció Karl Marx en el “Manifiesto comunista”.

La herencia moderna en el arte actual

El arte moderno nació en combate abierto contra la decadencia moderna disfrazada de progreso, libertad y justicia, no nació por el capricho de unos cuantos artistas que aburridos de hacer lo mismo decidieron hacer otra cosa; el arte moderno tiene su origen en una sociedad concretamente determinada, es un producto de la historia.

El arte moderno es la piedra de fundación de todo el arte actual conocido bajo la denominación de arte contemporáneo; el gusto moderno implicó el surgimiento de nuevos paradigmas de receptividad estética y producción artística.

Este nuevo arte nos enseñó que la primera tarea de un artista es interpretar su época, nutrirse de sus contradicciones y sobre la base de ello, mostrarle al sistema su inconformidad, su deseo de cambiarlo todo, pero, a su vez, dejó claro que para convertir su protesta en experiencia estética, era necesario negarse a sí mismo, desmarcarse del mismo lenguaje que en un momento determinado sirvió para sacudir la cultura moderna pero que, por la estrepitosa sucesión de cambios sociales y políticos, dejó de ser funcional. Octavio Paz dice que la modernidad fundó la “tradición de la ruptura”.

La rebeldía del arte contemporáneo es herencia del arte moderno, su única forma de existir es en la permanente negación.

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