Crímenes

Grandes Crímenes: El hombre al que le jugó el abono (parte II)

A fin de cuentas, la venganza nunca es buena…
23.08.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-(Segunda parte) Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

A Juancho lo encontraron muerto cerca de una quebrada, en su aldea. Lo golpearon en la cabeza, por la parte de atrás, y lo asesinaron. Pero, había algo más: lo castraron y le dejaron sus órganos genitales en la boca.

La Policía se preguntaba ¿quién pudo haber hecho eso? Y, siendo la criminalística una ciencia casi exacta, pronto tuvieron respuestas. Solo quedaba corroborarlas.

Aunque no era muy querido en la aldea, la DPI tenía la obligación de resolver su crimen.

¿Qué había pasado con Juancho?

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DPI

En las instalaciones de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), los agentes de Delitos contra la Vida analizaban el caso. Les había llamado la atención el odio con el que se expresaba sobre Juancho un anciano que se apoyaba en un bordón para caminar.

“Bien muerto está ese maldito” –había dicho, y los detectives se acercaron a él. Pero nada sacaron de aquel hombre, en cuyos ojos brillaban la tristeza y el odio, en una mezcla extraña.

“Hay que hablar con el yerno del anciano” –dijo un agente.

“Ya va siendo hora”.

“Mañana vamos a la aldea”.

Los detectives sabían que el asesino de Juancho vivía en la aldea. Sabían también que los motivos del crimen eran poderosos y que se había ejecutado una venganza. Además, el cantinero les dijo que Juancho estuvo bebiendo alcohol hasta las siete de la noche, y cuando ya se caía de borracho, se fue, pero detrás de él salió aquel muchacho, uno que solo había pedido una Pepsi y que veía con rara fijeza a Juancho.

“Este es el principal sospechoso” –dijo el agente a cargo del caso.

“Además –dijo otro–, las palabras y el odio del anciano dicen mucho sobre algo grave que les hizo la víctima…”.

“Recordemos que era un hombre indeseable y que nadie lo quería en la aldea. Hasta el mismo clase III dijo que ya no se soportaba… Robaba, molestaba a las mujeres, era buscapleitos, se drogaba, bebía hasta ahogarse y hacía mil gracias más… Por eso a nadie le dolió que lo hayan matado… Es más, los vecinos hasta se veían complacidos con la muerte de Juancho. Parece que esperaban eso hace mucho tiempo”.

“Hasta aquí vamos bien –dijo un tercer agente–, y tenemos un sospechoso. Solo tenemos que unirlo al motivo… Y el motivo debe ser algo terrible… Algo de orden sexual, porque el hecho de que lo hayan mutilado, de que lo hayan castrado, representa una agresión de ese tipo… Así que, vamos por ese lado…”.

“Es posible que a Juancho se le haya pasado la mano y que haya abusado de alguien, de alguna mujer…”.

“Una mujer cercana al anciano que tanto lo odiaba…”.

“Y muy cercana al sospechoso”.

“Una nieta”.

“Una hermana”.

“O una novia”.

“Porque el odio de ese señor no es por casualidad… Bien dijo que si él hubiera podido, lo hubiera matado él mismo”.

“Entonces, hablemos con el yerno… Creo que por ahí vamos bien”.

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La aldea

Cuando los detectives regresaron a la aldea, la gente los recibió con frialdad.

“Sabemos en qué andan” –les dijo el anciano.

“Queremos hablar con su yerno”.

“¿Para qué?”.

“Solo queremos hacerle unas preguntas”.

“¿Qué preguntas?”.

“Señor, perdone, es que estamos investigando la muerte de Juancho…”.

“Perdiendo el tiempo es que andan ustedes. Aquí a nadie le importa lo que le pasó a ese maldito”.

“¿Por qué lo odiaba tanto?”.

“Ese es asunto mío”.

“No lo creo, señor… Es asunto de la Policía”.

“Bueno, si ustedes lo dicen. Pero, asunto mío no es”.

“Pero, es posible que sea asunto de su yerno…”.

El anciano no dijo nada.

“Dígame, ¿qué es de usted la novia del muchacho?”.

“Es mi nieta”.

“Y, ¿podemos hablar con ella?”.

“No; no pueden hablar con ella…”.

“¿Por qué?”.

“No está… O, bueno, sí está, pero yo no quiero que hable con nadie…”.

Los detectives se armaron de paciencia. Esperaron unos segundos, antes de continuar, y, al final, uno de ellos dijo:

“Con todo respeto, señor, tengo que informarle que si nosotros queremos hablar con su nieta, ella debe hablar con nosotros, y usted no se lo puede impedir… Podemos regresar con una orden judicial y hasta podríamos detenerlo a usted por obstruir una investigación policial”.

“Mire, papa, a mis ochenta y pico de años no hay nada que me haga temblar. Ya pasé por donde asustan, y ustedes no me presionan ni me impresionan… Si les digo que no van a hablar con mi nieta, es porque no van a hablar con ella”.

Hubo un momento de silencio.

“Bueno; usted está en su derecho porque está en su casa, y su nieta es menor de edad, pero, quisiéramos que nos dé su permiso para hablarle…”.

El anciano sonrió.

“Soy viejo, no estúpido. Díganme, ¿de qué quieren hablar con ella?”.

“Señor –dijo el agente a cargo del caso–, creemos que el que mató a Juancho es alguien de la aldea”.

“Son muy sabios ustedes. Vaya, hombre”.

“Y estamos seguros de que el asesino es su yerno”.

El anciano se estremeció, y algo brilló en sus ojos grises.

“Y, ¿por qué creen eso?”.

“No lo creemos, señor; estamos seguros”.

“Ah, ya”.

“Creemos que Juancho le hizo algo grave a su novia, o sea, su nieta, y él se vengó…”.

El anciano empezó a sudar.

“Su yerno estuvo en la cantina la noche en que mataron a Juancho, y bien se sabe en la aldea que el muchacho no toma licor, y que nunca entraba a la cantina. Pero, esa noche, llegó después de Juancho, pidió una Pepsi, estuvo allí hasta que Juancho se fue, y él salió detrás de él… Así que, estamos seguros de que lo estaba vigilando, y que ya había planificado cómo matarlo… Caminó detrás de él, sin que Juancho se diera cuenta, y en el camino, cerca de la quebrada, cuando estaba más oscuro, lo golpeó en la parte de atrás de la cabeza, y, después de esto, lo mató… Y lo golpeó por detrás, porque sabía que Juancho era fuerte, y que podía defenderse…”.

El anciano no dijo nada.

“Bien muerto está ese maldito” –dijo el detective, viéndolo a los ojos.

“¿Por qué me dice eso?” –le preguntó el señor.

“Porque eso fue lo que usted dijo cuando encontraron el cadáver de Juancho…”.

“Aquí nadie quería a ese maldito”.

“Eso ya lo sabemos, señor… Y, creemos que usted lo odiaba porque le hizo algo feo a su nieta, y que fue por eso mismo que lo mató su yerno… ¿Verdad?”.

El anciano se sentó en una vieja silla de madera.

“Yo no puedo decir nada” –murmuró.

“Pero, tal vez su nieta sí nos diga algo”.

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Ella

En aquel momento apareció ante los detectives una muchacha, mejor dicho, una niña. Tímida, menudita, delgada, de grandes ojos oscuros -en los que se notaba una grave tristeza- y pelo hirsuto y mal peinado.

“Él me dijo que no tenía miedo, abuelo” –dijo la muchacha, con voz suave.

“Eso no es un crimen, mija; ese maldito se merecía lo que recibió…”.

“No se preocupe, abuelo… Por más que digamos lo que pasó, no lo van a encontrar…”.

El detective a cargo del caso intervino con voz clara:

“Fue su novio el que lo mató, ¿verdad?”.

La muchacha no contestó. Se limitó a verlo.

“Fue… en venganza, ¿verdad?”.

Ella siguió en silencio.

“¿Desde cuándo son novios?”.

“Desde que yo tenía doce años”.

“Y él, ¿cuántos años tiene?”.

“Diecinueve”.

“¿Y usted?”.

“Quince”.

“Y, se van a casar, ¿verdad?”.

La muchacha se estremeció.

“Ahora, ya quién sabe…” –dijo, con un nudo en la garganta, y miró al suelo con ojos húmedos.

“Porque Juancho la violó, ¿verdad?”.

La muchacha dio un grito y se metió a la casa. Lloraba.

“Ahora tenemos el motivo –dijo el agente–, y tenemos al asesino”.

El anciano, que no había dicho nada en todo ese tiempo, levantó los ojos y miró a los agentes.

“Ahora, ya saben lo que pasó… Mi nieta iba a casarse con él… Pero, un día, cuando venían los dos de comprar del pueblo, se les apareció Juancho, los amenazó con una pistola, amarró a un palo a mi yerno, y violó a la cipota… Y le desgració la vida porque por estos lados, una mujer vale mucho más si conserva su pureza para el que ha de ser su marido”.

Siguió a esto un silencio pesado.

“Y, ¿por eso se vengó su yerno?”.

“¿Usted qué hubiera hecho?”.

El agente no contestó.

“En esta tierra, señor, se cobran esas ofensas con sangre… El maldito se repaseó en mi nieta, y tenía que pagar con su vida… Además, aquí era más valioso un perro o una rata del campo que ese maldito de Juan…”.

Nadie dijo nada.

“Y, ¿dónde podemos encontrar a su yerno?”.

El anciano sonrió.

“Y, sos tan ingenuo, muchacho, como para creer que te lo voy a decir…”.

“Podríamos acusarlo de encubrir a un criminal”.

“Podés acusarme de lo que querrás, muchacho. A mí me vale… Ya estoy para dejar este mundo, y has de creer que podés hacerme temblar con esas amenazas… Por Dios, mijo; deberías aprender a tratar a la gente…”.

El policía no dijo nada.

“No sé dónde está mi yerno, y estoy seguro de que nadie podrá probarle nada, porque aquí nadie lo ha visto desde hace tiempo…”.

“El cantinero nos dijo que estuvo en su negocio la noche que mataron a Juancho”.

“Sería bueno que vayan a preguntarle si lo ha visto… O que le pregunten otra vez si vio esa noche a mi yerno… Van a ver que no vio a nadie…”.

“Él lo declaró”.

“Ustedes querían saber; pues, ya saben. Pero, ¿pueden probar eso? No lo creo porque yo tampoco he dicho nada… ¿Estamos? Y, por si algo no queda claro, vayan a preguntarle al cantinero… Vayan…”.

Nota final

Hasta el día de hoy, el cantinero sigue diciendo que él no habló con los agentes, y que jamás les dijo que el yerno del anciano estuvo esa noche en su negocio. Y el anciano enmudeció al morir. Pero, tampoco se sabe nada de su yerno, aunque se le recuerda con cariño. La nieta se fue de la aldea, y dicen que viven en Bluefields, Nicaragua… Tal vez con su novio desde que tenía doce años… Es posible… Pero la Policía de Nicaragua no sabe nada…