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Nahúm Flores: de los objetos a la piel de la memoria

Los objetos, tocados por la visión del artista, pueden costurar los sueños de la memoria

FOTOGALERÍA
21.12.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Los objetos convocan, atraen, vislumbran; ellos son la memoria inmarcesible o el encanto de un instante. Con el proyecto “Los herederos” (MIN 2016) Nahúm Flores, artista hondureño residente en Canadá, articula un compendio de objetos que frente al vacío contemporáneo redefinen nuestra percepción del entorno; la realidad se vuelve absolutamente simbólica, direccionando nuestra sensibilidad hacia zonas vitales y trascendentes; estos objetos comportan un sentido de pertenencia que hasta hace poco estaba invisibilizado por la cultura de lo útil.

Algunos objetos que forman parte de las vivencias del artista se han subjetivizado en función del sentido y significado que este les ha otorgado; otros objetos han llegado a él por contingencia o generosidad de sus amigos, en cualquiera de los casos, estos forman parte de su memoria individual o colectiva; son agentes transmisores de recuerdos, huellas que han marcado destinos o propósitos, son la piel de la memoria, tersura o cicatriz, pero memoria humana al fin.

Verlos allí detenidos en el tiempo, se perciben como fragmentos de una existencia que se mueve entre lo trascendente y lo precario, las cosas tienen la particularidad de negarnos o afirmarnos. Los recuerdos que se deslizan por la memoria pueden transitar por prados de luz o habitar la oscura espesura de la sangre, el pincel de Renoir o la picana del milico que tortura.

La industria ha producido la pala del campesino, la tenaza del mecánico, el martillo del carpintero, la lámpara del minero; en fin, ha producido los objetos que necesita la sociedad del trabajo pero, al mismo tiempo, el objeto industrial ha desdibujado a la persona que lo produce, la ha convertido en un subproducto de la sociedad posindustrial.

La técnica ha intensificado la producción pero ha generado el contrasentido de la existencia; Octavio Paz ha sostenido que el culto a la utilidad, propio del objeto industrial, concibe la belleza “no como una presencia sino como una función”, su racionalidad se reduce a la fórmula, sirve o no sirve. Si es lo segundo va al basurero, es desechado. Paradójicamente, en el momento en que cesa su función, surge la belleza del objeto o, mejor dicho, es tocado por la magia del arte; de esta manera, lo que antes fue “rendimiento” se convierte en “contemplación desinteresada” tal como la concebía Kant; cuando llegamos a ese punto, entramos a la esfera de lo estético.

Cuando Nahúm Flores desviste estos objetos quitándoles su ropaje utilitario, deja al desnudo el esfuerzo humano, la intención primigenia de crear, de transformar, de sentir la materia en nuestras manos, de moldear una idea, de abrir caminos; los objetos tocados por el misterio de la creación y no de la producción, se instalan en nosotros como vectores extraordinarios de sensibilidad, transitamos de la piel de los objetos a la piel de la memoria.

Las resonancias literarias

Los objetos son constructores de memoria. Las evocaciones de Nahúm Flores son similares a las que hace Marcel Proust en la novela “En busca del tiempo perdido”, cuando de repente, un hombre de edad mediana saborea un pequeño pastel humedecido en una taza de té, una infusión de flores de limón.

El simple acto de saborearlo evoca en Proust una cascada de recuerdos de su juventud, que lo sumerge inmediatamente en el proceso de su propia memoria. Nahúm Flores, al igual que Proust, construye un universo de recuerdos a partir de la memoria involuntaria: en Proust una “infusión de flores de limón”, en Nahúm la “piedra de moler” de la abuela, una vieja pipa, o una piedra fósil.

Existe otra conexión literaria que opera en el mismo sentido del proyecto “Los herederos”, pero esta vez, la referencia es hondureña, se trata del poema “Cuarto sin ventanas”, de John Connolly; aquí, una serie de objetos liberan un mundo de recuerdos que son su única compañía: “… Una guitarra/un piano solidario/la portada de un libro amargo/ y verdadero/una cama/cuatro preguntas de un texto/ a media altura/ y un vuelo equilibrante de insectos/ me acompañan”. Estamos frente a una estética de la memoria evocada, eso que Proust llama “intermitencias del corazón”. Un objeto, un sujeto, un olor, una forma, una textura o cualquier experiencia sensorial nos pueden conectar a la vida, siempre y cuando esa sensorialidad esté conectada al corazón, a ese fuego que enciende toda la pasión de la existencia.

Digo lo anterior porque el proyecto instalacional “Los herederos” tiene profundas resonancias literarias; los objetos seleccionados por Flores son signos evocadores de momentos específicos de su vida y, a su vez, la palabra poética también es un signo que evoca los sentidos y contrasentidos de la vida.

Una antropología de lo estético

Hay un hecho que deseo destacar en este trabajo de Flores, me refiero a su voluntad antropológica; si se le cuestionara de ser muy intimista, tiene un hecho a su favor: la revaloración del objeto a partir del objeto mismo, el objeto como constructor de un universo cultural, como la recuperación de la huella sensible que la función pragmática y utilitaria le quitó.

El objeto como detonador de imágenes en el mismo sentido que lo hace cualquier otro medio utilizado con fines artísticos, la diferencia consiste en que Flores encuentra en los objetos donados o coleccionados por cuenta propia, una hechura que sin nacer en sus manos adquieren, gracias a la voluntad y gesto del artista, un sentido que los lleva más allá de su cotidianidad; como sostuvo Duchamp: “la obra pasa por los sentidos pero no se detiene en ellos”.

Despojados del falso brillo utilitario, el óxido de un objeto o la opacidad del mismo, pueden convertirse en cualidades renovadas, en la textura de una experiencia distinta marcada por el deseo de vivir, de sentir, de amar más allá de las cosas.

Juntar objetos para mostrarlos como parte de una antropología de lo estético, hacen de Nahúm Flores un artista serio que tiene clara la función del objeto artístico como signo que abre múltiples perspectivas de sentido.

Flores va hacia el objeto con una revisión crítica pero dotada de una ternura que nos conmueve: el viejo cementerio de escombros, en manos de Nahúm Flores, puede ser un cálido espacio donde la memoria guiñe su ojo a los recuerdos que nos llaman a la vida otra vez.