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Helen Umaña: 'La literatura me ha dado más a mí que yo a ella”

En esta edición, una entrevista con Helen Umaña, la figura femenina que entregó su vida al estudio de las letras de Honduras

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17.08.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- La mujer que es considerada una referente de la crítica literaria en Honduras conversó con Siempre. Aprovechamos que vino de Guatemala al Festival Internacional de Poesía Los Confines -que fue dedicado a ella- para conversar sobre literatura, sobre esas motivaciones que la llevaron hacia el lado de la crítica, y que se remontan a su niñez, con su padre.

Helen Umaña es un nombre de peso, sinónimo de referente cultural. La crítica literaria adelantó que tiene cuatro textos terminados, y que con ellos cerrará su ciclo, también mencionó otro proyecto, aunque no quiso dar más detalles.

¿Cómo fue su primer encuentro con la literatura?
Fue cuando era niña. Éramos varios hermanos y mi papá nos reunía alrededor de su cama para leernos cuentos, especialmente recuerdo historias como la de “El tío coyote y el tío conejo”, que después yo encontraba en libros.

Curiosamente, mientras escribía mi último trabajo, yo estaba estudiando un poco las leyendas lencas y chortís, y cuando empecé a indagar en algunos textos de Anne Chapman me dije a mí misma: “Pero estos son textos que mi papá me contó hace más de 60 años”.

La satisfacción deriva de comprobar cómo la tradición oral se mantiene, es decir, con cambios, según quién vaya narrando, pero lo importante para mí fue volver a encontrar el núcleo de las historias que yo había oído a la edad de siete u ocho años. Sin duda, mi papá fue un gran estímulo.

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Entonces, ¿desde un inicio se vio inclinada hacia esta rama?
Y no solo a esta. A raíz de que mi papá es un hombre que ama el cine, también empecé a interesarme por las artes visuales, y aunque en su entonces yo no sabía mucho de eso, recibía con agrado sus impresiones. Ya adulta he notado que de ahí derivó mi gran amor por las artes plásticas; me gusta mucho la pintura, especialmente la pintura hondureña, que es a la que yo más me he acercado.

Esto lo digo por la importancia que tienen los papás, siento que si estos no estimulan la imaginación de los niños a través de los libros y de los textos, se recae en una deficiencia, porque el que aprende a leer de pequeño, aprende a entender los significados: leer es comprender.

Yo recuerdo que las películas que yo veía de niña se las explicaba a las trabajadoras de mi casa. Ahí empezaba ya una labor docente, sin que yo
lo supiera.

¿Cómo ligó estas pasiones una vez llegada a Honduras?
Cuando regresé a Honduras, después de estar 37 años en Guatemala, porque me eduqué creyéndome guatemalteca, desconocía todo lo que es Honduras, y cuando digo todo es todo. Pero como conseguí trabajo aquí, sentí que era mi obligación, si es que iba a dar clases, conocer su cultura, su literatura y su arte.

Empecé a buscar libros de autores hondureños, sin sugerencia alguna. El primero que me impactó fue “Un mundo para todos dividido”, de Roberto Sosa. Al comenzar a leerlo me dije: “Pero si esto es lo mismo que está sucediendo en Guatemala”, es decir, son países con una estructura económica y problemas sociales semejantes.

Luego me pasó lo mismo con “Las cosas por su nombre”, de Rigoberto Paredes, y “Entre tanto”, de José Adán Castelar. No tenía orientación de lectura, simplemente iba agarrando los títulos que me gustaban y con ojear un poco supe que había buena poesía.

Puedo decir que entré por la puerta grande de la poesía hondureña, por lo mejor. Mi primera sorpresa fue: “En Honduras hay buenos poetas y yo no lo sabía”.

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¿Fue así que dio inicio a su faceta de crítica literaria?
Al ver la calidad de esos libros me nació el deseo de escribir críticas, porque no hay que olvidar que la crítica no es más que un mensaje segundo, el primero está en el libro del autor. Ahí ocurrió un fenómeno que también es importante, al menos a mi juicio, y que puedo ver a una distancia de décadas, tras llegar de nuevo a Honduras en 1982.

Yo no le tenía amor a Honduras, yo no quería estar aquí, pero al empezar a leer esa literatura tan hermosa y a ver los cuadros que aquí se pintan, sobre todo por cómo ambas ramas reflejan aspectos tan humanos, comencé a tomarle amor.

Ahora que vivo de nuevo en Guatemala, yo añoro Honduras y me hace falta su gente. Al regresar a Guatemala, después de 30 años de estar ausente, mis amigos ya no estaban, perdí mi trabajo en la Universidad de San Carlos, y experimento otro tipo de soledad, que reparo cuando me pongo a leer.

¿Cuál ha sido la mayor recompensa hasta ahora?
Yo creo que dedicar mi vida a la literatura ha sido muy satisfactorio, no tanto por lo que yo he escrito, sino por lo que la literatura me ha dado a mí. Las experiencias con jóvenes son increíblemente hermosas.

Ayer, por ejemplo, en San Manuel de Colohete, dos chicos se acercaron con alegría al saber que yo iba a llegar y me dijeron: “Qué bueno que vino, no sabíamos si en verdad estaría aquí”, se portaron amorosos. Hoy en el parque se me acercó una niñita y me dijo: “Yo voy a leer poesía con ustedes”.

El poema lo había escrito ella y nos lo mostró, lo leyó con una dicción excelente, con buena pronunciación. Luego la chiquita me dijo: “Venite, Hellen, a sentarte aquí”, y me encantó su espontaneidad, como si fuéramos iguales, aunque una fuera una niña y la otra una adulta. La abracé y nos tomamos una foto muy linda, una foto de dos escritoras.

Este año el Festival de Los Confines fue dedicado a usted, ¿cómo recibe este gesto?
Cuando Salvador me dijo que este evento iba a ser un reconocimiento a mi trabajo me conmovió mucho porque pienso que son personas que agradecen, en alguna medida lo que yo he trabajado y eso me anima a seguir escribiendo.

Lo que yo escribo, que tiene muchas limitaciones, y no lo digo por falsa modestia, sino porque así lo pienso, sé que sirve al menos a un grupo de gente que va a entender lo que yo estoy haciendo. Trato de ser clara y precisa con lo que escribo porque tal vez me lean maestros de primaria, alumnos de secundaria, algunos universitarios. Yo pienso en función de la utilidad de mis escritos. Por cierto, tengo cuatro textos casi terminados y creo que con eso cierro el ciclo de lo que yo puedo hacer. Si Dios me da vida, tengo un proyecto ya en mente, pero ese no lo he empezado.

Usted es considerada la crítica literaria más influyente de Honduras, ¿qué piensa sobre esto?
Pienso que quienes dicen eso lo hacen desconociendo trabajos de otras personas que también tienen valiosos aportes. Hay mucha solidaridad y afecto de su parte, y yo les estoy muy agradecida porque no minusvaloran mi trabajo, sino que lo ven como una ventana para aclarar algunas dudas de literatura. Uno no debe perder los pies de la tierra.

Hay generaciones de personas muy especializadas en literatura que yo sé que van a superar muchas cosas de las que yo he hecho y qué bueno que estén teniendo enfoques novedosos. El tiempo es el único que dicta el lugar que uno va a ocupar, ya luego que otro venga y valore.

Yo me encontré en el camino con la oportunidad de dar una especie de inventario general de la literatura, o llamémosle panorama. Aquí en Honduras no se respondía a la pregunta de ¿quiénes han hecho novela? No había un catálogo ni ningún acercamiento a la novela, al cuento o a la poesía, lo que había era estudios fragmentados.

Yo traté de llevar una secuencia cronológica, es decir, de lo primero que se pudo producir, a lo último que yo hago cuando corto el libro, porque hay que cortarlo.

Yo trato de que mis comentarios vayan respaldados por la obra; si digo que un escritor está planteando una situación “x”, quiero demostrarlo al colocar el fragmento de la página que dice eso, y no para hacer mis libros más gruesos, sino para acercar al lector al verdadero texto, al que debió haber sido leído primero.

¿Cómo diferencia una buena obra?
Yo me fijo en cómo está elaborado el texto, no tanto en el tipo de texto que es. No solo gozo la aventura, sino los elementos de los que se valió para impresionarme y cómo los manejó para hacer que ese escrito me gustara o no.

El lenguaje, la forma y la estructura son valiosos y eso me permite apreciar el talento. No pienso en si es mujer u hombre, amigo o enemigo, porque uno tiene preferencias, no es como en las matemáticas, donde dos por dos es igual a cuatro. Aquí es cuestión de gusto y este depende de la formación, de los impactos que se hayan recibido.

No se puede decir “esto es así, tajantemente”. Es solo mi apreciación y puede haber otras tan válidas como esta. Esto es una enseñanza, tratar de entender al otro. También trato de ver en qué medida el texto está reflejando nuestra realidad, porque eso cuenta, que el escritor sea un transmisor de ideas. Al final dejo la puerta abierta para que otro dé otra versión.

A su juicio, ¿qué hace falta para afianzar la literatura en el país?
Al ver el contexto hondureño se puede entender que hay grandes limitaciones todavía. A mí me da mucha tristeza cuando conozco gente con talentos que tienen que ser cultivados y no encuentran a alguien que les muestre una lucesita, una oportunidad.

Yo he criticado mucho a los maestros de español porque siento que dan la literatura simplemente por cumplir un compromiso y ni siquiera lo hacen bien, muchos se podrán ofender, pero es la verdad.

Lo veo a través de mis hijos y nietos, y esto pasa también en Guatemala. Dejan tareas sin ninguna explicación, siendo jóvenes que necesitan una guía de interpretación. Es tan mecánico todo que el alumno lo que hace es detestar la literatura. Si lo hicieran como deberían, los jóvenes por su cuenta continuarían leyendo, y de la curiosidad al gusto les doy un paso.

¿Qué habría sido de Helen Umaña si no hubiese tenido que salir de Guatemala?
La literatura vino a mí porque yo tuve la necesidad de encontrar un objetivo en la vida. Si yo no hubiera tenido que regresar a Honduras, habría seguido en Guatemala la línea que tenía, que era el comentario, pero mi vida siempre habría estado ligada a la literatura, eso no lo dudo. La literatura es mi pasión y esa es la clave para aportar algo a la sociedad, para servir.