Siempre

El estilo y la crítica de César Indiano

Hoy reseñamos “Memorias de un estudiante adolescente”, la novela de un polémico escritor nacional

09.03.2019

César Indiano es un escritor sorprendente. Con una novela de apenas 65 páginas, “Memorias de un estudiante adolescente” (Zafra Editores, 2002), consigue la hazaña impar de enseñarnos moral y aburrirnos impiadosamente, todo esto hilvanado en una prosa hecha con un amaneramiento contundente, falta de ingenio, construcciones reiterativas y tantos errores sintácticos que incluso sonrojarían a un adolescente.

Los hechos giran en torno a Joaquín Briceño. Este mozalbete pierde a su padre a causa del cáncer, regenta un taller de ebanistería, aprende filosofía en un asilo de ancianos, rescata a su hermano mayor de las pandillas, se enamora de Mariana Gallardo (mentirosa y acomplejada) e incluso le queda tiempo para ayudar a que su condiscípulo Winston Pey encuentre su lugar en la sociedad.

Todo esto lo cuenta en sus memorias con la delicadeza y el lenguaje de una maestra jubilada.

El estilo del crítico
Indiano, un crítico mordaz de otros escritores, emplea las comas con un procedimiento estilístico muy parecido al azar: las pone donde le parece que se miran mejor (esto, desafortunadamente, no es una innovación en la literatura hondureña).

Además, como se trata de un escritor tan riguroso con el trabajo de otros, debemos suponer que el uso abusivo de “pero” que hace en su novela se debe a que es una de sus palabras favoritas y no a una especie de pobreza de vocabulario o a un magro ingenio lingüístico.

Lo cierto es que mediante el empleo de construcciones sintácticas adversativas el autor logra que su prosa roce la monotonía perfecta.

En la página 19, por ejemplo, en unas pocas líneas se las ingenia para meter seis veces su palabra favorita, sin recurrir aunque sea a un sinónimo. Esto es difícil hasta para un colegial.
Es imposible, sin embargo, agotar el arsenal estilístico del autor.

En la página 22, para el caso, recurre a uno de sus constantes recursos narrativos, el error gramatical: “El asilo es un establecimiento privado en el cual se atienden a 50 empleados”.

Este mismo procedimiento es capaz de hacer que un destornillador plano se transforme en un simple plano: “llevo conmigo un martillo (…), un desatornillador Phillips y un plano”.

El autor se permite ignorar las reglas básicas de la ortografía y decide involuntariamente no acentuar los pronombres “tú” (pp. 28 y 47) y “él” (pp. 33 y 55), y prefiere usar “por que” (p. 42) incluso cuando lo adecuado es “porque”.

En la página 40, la extraña variación de un adolescente que protagoniza este relato asegura que si “sueñas con aprender a escribir, entonces la lectura perfeccionará tu habilidad”.

Salvo que se trate de Yoda, casi nadie habla tan alambicadamente como este personaje. A pesar de esto, el autor haría bien en tomarle el consejo.