Siempre

Masiel Turcios, la tristeza oculta en las palabras

Hoy publicamos “Ritual bajo la lluvia”, un cuento de una enorme fuerza emocional escrito por una talentosa autora joven

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23.02.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Lo que no se dice explícitamente, lo que queda detrás de las palabras, puede ser lo más terrible. Sobre esta premisa parece estar construido el cuento que publicamos hoy, donde todo sucede oscuramente, con la opresiva lógica de las pesadillas.

“Ritual bajo la lluvia” es sobre todo la exposición de una atmósfera hecha de imágenes tristes y de la persistencia de la lluvia. Está escrito con un lenguaje transparente, pero hay una enorme densidad emocional en cada acción de los personajes, en su confusión (que el lector comparte), y en el extraño hilo narrativo que oculta algo doloroso.

Al final hay una tenue luz sobre los hechos, lo que realmente queda claro es que asistimos a una representación de la pérdida, que sentimos el fracaso y el enojo de los protagonistas, su inenarrable entendimiento de lo vivido. Una historia así no cautiva por las intrépidas o extrañas aventuras que depara, sino por la profunda conmoción que deja el viaje por el universo emocional de sus personajes.

Acompañan el relato las acuarelas de Thomas W. Schaller, también creador de atmósferas, de escenarios brumosos teñidos de una delicada nostalgia.

Ritual bajo la lluvia
Ella está sentada enfrente de mí, sus ojos de color negro no muestran emoción alguna, por lo que decido concentrarme en otras partes de su cuerpo para evitar perturbarme. Sus manos tiemblan, no sé si debido al cansancio o a las emociones que la abruman; sin embargo, esa no es la peor parte, sus dedos están lastimados, llenos de grietas, supongo que sus prácticas con la guitarra han durado demasiado. Debería decir algo al respecto, pero es imposible hablar, no desea escuchar mi voz y tampoco está cómoda con la idea de encontrarse en la misma habitación que yo; en este momento soy su peor enemigo.

Dejo de observarla y me dirijo a la ventana, la luz aún es débil como para que alguien se presente en la casa; además, está lloviendo, de manera que me limito a apreciar el panorama, mientras escucho los intentos de pronunciación de Erin, que llora; no comparto su tristeza, solo deseo concentrarme en el sonido de la lluvia.

Los segundos pasan y la imagen de un día grisáceo y húmedo se complementa con la presencia de una niña con un vestido blanco. Está empapada y sospecho que se siente desolada; no obstante, solo parece realizar un ritual: canta bajo la lluvia en un idioma que desconozco; me siento abrumado.

Mi cuerpo se dirige hacia ella y tomo su mano derecha para detenerla; su piel está caliente a pesar del frío; está enferma. Mi negligencia y su comportamiento rebelde han causado la tragedia, pero mi preocupación no la detiene, incluso cuando sus ojos negros me ven claramente. Luego se suelta y eleva su voz, mientras se mueve de una manera que solo puede describirse como frenética; no tengo palabras. Sus pies están llenos de lodo; pese a ello, se muestra firme como si fuera una bailarina de ballet; la canción que canta tiene una melodía extraña, parece que se adapta a su melancolía, aunque no completamente.

La música se ve interrumpida por la voz de mi hermana, ella grita algo sobre una botella de vodka vacía y dice además que existe la posibilidad de que la niña del vestido blanco se encuentre borracha. La mención de esta travesura me deja conmocionado y le indico que no es posible; cuando finalizo la oración, percibo un sonido que indica el peligro que he olvidado; la chica se desmaya. Mi hermana corre mientras trato de levantar a la niña para llevarla a un lugar seguro. Sus ojos están cerrados; sin embargo, está consciente y trata de decir algo, pero el vómito se lo impide.

Su voz se ve reducida a quejas de dolor, aunque no solo se debe al malestar físico; muestra signos de depresión; de hecho, todas sus acciones giran en torno a sus emociones; se encuentra al lado de alguien que no conoce, un adulto que aceptó cuidarla sin tener la idea de lo que significa ser padre; sí, ese soy yo, un imbécil que no entiende su tristeza y tampoco sabe cómo detener los vómitos para llevarla rápidamente al médico. Mi hermana llama a una ambulancia, luego me indica que debemos buscar refugio de la lluvia; me toma varios segundos comprender sus palabras debido a la cara de dolor de Erin; simplemente no puedo soportarlo.

Una hora después, estoy sentado al lado de una cama de hospital. Erin duerme plácidamente o por lo menos se le ve cómoda; la lluvia no ha parado y el sonido me provoca un ataque de nervios, por lo que decido levantarme para comprar una bebida. De repente, noto que el ambiente está en silencio, no percibo el sonido de las gotas de lluvia ni las voces de las enfermeras y de las personas instaladas en el hospital de mi hija adoptiva; comienza la ansiedad, me doy la vuelta y veo hacia la ventana, el bosque permanece en calma, ni siquiera el viento lo perturba.

Mi cerebro comienza a entender lo que sucede, pero se niega a procesar la idea completa, puesto que desea volver a escuchar aquella voz, apreciar aquella imagen sacada de un relato infantil, pero mi visión se ha visto interrumpida por un sonido metálico. Respiro profundamente; aun así, no cambio de posición, puesto que no deseo verla cumpliendo con su propósito, simplemente quiero recordarla de una manera adecuada. Ella parece haber escuchado mis pensamientos porque comienza a susurrarme la canción del idioma desconocido. Cierro mis ojos y veo de nuevo el bosque; ella me espera para guiarme hasta el final del sendero.