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Una conversación con Ernest Hemingway, el autor de 'El viejo y el mar”

A días del aniversario de su nacimiento rescatamos un fragmento de una entrevista que George Plimton le hizo al escritor estadounidense en 1958

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28.07.2018

ESTADOS UNIDOS

Su obra de estilo sobrio y algo austero tuvo una gran influencia en la ficción del siglo XX. Las aventuras de Ernest Hemingway y su fuerte y mediática imagen marcaron una época.

A unos días del aniversario de su nacimiento, desempolvamos un fragmento de una famosa entrevista al Nobel de Literatura y Premio Pulitzer, realizada por George Plimton y publicada en la revista The Paris Review en 1958.

Aquí parte de la conversación, editada en español en Narradores El Ateneo, en 1996, y reeditada por el diario argentino Clarín el 18 de julio de 1999.

-¿Le resultan placenteras las horas dedicadas al proceso de la escritura?

Me resultan muy placenteras. Cuando trabajo en un libro o en un relato escribo cada mañana, en cuanto haya luz. A esa hora nadie molesta y está fresco, y uno se pone a trabajar y se caldea a medida que escribe. Uno lee lo que ha escrito y, como siempre, se interrumpe cuando sabe qué es lo que va a ocurrir a continuación. Uno sigue a partir de ese punto...

-¿Puede quitarse de la cabeza el proyecto al que está entregado cuando está lejos de la máquina de escribir?

Por supuesto, pero para eso hace falta disciplina y esa disciplina se adquiere.

-¿Hace alguna revisión o alguna reescritura cuando lee hasta el lugar en el que se interrumpió el día anterior? ¿O las revisiones vienen más tarde, cuando todo el trabajo está terminado?

Todos los días reescribo hasta el punto en que dejé el día anterior. Cuando todo está terminado, naturalmente lo reviso. Así se tiene otra oportunidad de corregir y reescribir cuando otra persona lo mecanografía y uno ve el material más prolijo. La última oportunidad son las pruebas. Uno agradece todas esas chances.

Foto: El Heraldo

Esta es la obra más recordada del autor Ernest Hemingway: “El viejo y el mar”.

-¿Reescribe mucho?

Depende. Reescribí el final de “Adiós a las armas”, la última página, treinta y nueve veces antes de quedar satisfecho.

-¿Había allí algún problema técnico? ¿Qué era o que lo obstaculizaba?

Buscaba las palabras adecuadas.

-¿Cuáles lugares le resultaron más provechosos para trabajar? El hotel Ambos Mundos parece haber sido uno, a juzgar por la cantidad de libros que usted escribió allí. ¿O el ambiente no ejerce demasiada influencia sobre su trabajo?

El Ambos Mundos de La Habana era un muy buen lugar para trabajar. Esta finca es un lugar espléndido o lo fue. Pero siempre he trabajado bien en todas partes. Quiero decir que he podido trabajar tan bien como puedo en distintas circunstancias. El teléfono y los visitantes son los que destruyen el trabajo.

-¿La estabilidad emocional es necesaria para escribir bien? Una vez me dijo que solo podía escribir bien cuando estaba enamorado. ¿Podría explayarse más sobre el tema?

¡Qué pregunta! Pero lo felicito por el intento. Uno puede trabajar en cualquier momento si la gente lo deja tranquilo y nadie interrumpe. O más bien, si uno puede ser despiadado con los demás. Pero la mejor escritura se produce, por cierto, cuando uno está enamorado. Si a usted le da lo mismo, prefiero no explayarme sobre el tema.

-¿Y qué ocurre con la seguridad económica? ¿Puede hacer daño a una buena escritura?

Si llega temprano en la vida y uno ama la vida tanto como el trabajo, hace falta mucho carácter para resistir las tentaciones. Una vez que la escritura se ha convertido en el mayor vicio de uno, en el mayor placer, solo la muerte puede interrumpirla. La seguridad económica es entonces una gran ayuda, ya que evita preocupaciones. Las preocupaciones destruyen la capacidad de escribir.

-¿Puede recordar exactamente el momento en que decidió convertirse en escritor?

No, siempre quise ser escritor.

-Cuando escribe, ¿alguna vez descubre que está influido por lo que está leyendo en ese momento?

No desde que Joyce estaba escribiendo “Ulises”. La de él no fue una influencia directa. Pero en esa época en que las palabras que conocíamos estaban prohibidas para nosotros y teníamos que luchar por una sola palabra, la influencia de su obra fue lo que cambió todo y nos hizo posible romper con las restricciones.

-Durante los últimos años, usted parece haber eludido la compañía de los escritores. ¿Por qué?

Eso es más complicado. Cuanto más lejos va uno con la escritura, tanto más solo está. Casi todos los viejos amigos, los mejores, mueren. Otros se alejan. Uno no los ve más que raramente, pero uno escribe y tiene con ellos casi el mismo contacto que tenía cuando se encontraba con ellos en el café, en los viejos tiempos.

-¿Usted disfruta leyendo sus propios libros sin sentir que le gustaría hacer algunos cambios?

A veces, cuando me resulta difícil escribir, los leo para levantarme el ánimo y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi imposible.

-¿En qué medida considera usted que el escritor debe involucrarse en los problemas sociopolíticos de su época?

Cada uno tiene su propia conciencia y no debería haber reglas para el funcionamiento de la conciencia. De lo único que podemos estar seguros con respecto a un escritor politizado es que, si su obra dura, uno tendrá que pasar por alto la política cuando lo lea. Muchos de los escritores llamados políticamente comprometidos cambian sus ideas políticas frecuentemente. Esto les resulta muy excitante a ellos y a los reseñistas político-literarios.

-¿Diría que alguna vez hay una intención didáctica en su obra?

-Didáctica es una palabra que ha sido mal utilizada y arruinada. “Muerte en la tarde” es un libro instructivo.

-¿Cuál cree usted que es la función de su arte? ¿Por qué una representación de los hechos en vez de los hechos mismos?

¿Por qué preocuparse por eso? A partir de las cosas que han ocurrido y de las cosas tal como existen y de todas las cosas que uno sabe y de todas aquellas que no puede saber, uno hace algo por medio de la invención, algo que no es una representación sino una cosa nueva más real que cualquier otra real y viva, y uno le da vida, y si la hace suficientemente bien, también le da inmortalidad. Por eso uno escribe.