Siempre

César Vallejo: 'Me moriré en París con aguacero”

26.05.2018

'Me moriré en París con aguacero un día del cual tengo ya el recuerdo”. César Vallejo lo dejó escrito para confirmar que solo merecen llamarse poetas aquellos en cuyas palabras advertimos cierta luz profética.

El 16 de marzo de 1892 nace en Santiago de Chuco, un pueblecito del departamento de La Libertad, en la región andina del norte peruano. Su padre, Francisco Vallejo, es hijo de un sacerdote español de Galicia y de una madre chimú. Su progenitora, María de los Santos Mendoza, tiene como padre a un sacerdote gallego y a una india del mismo origen de la abuela paterna. De corazón madrugador ambos, Francisco y María muy pronto se dedicarán a fabricar hijos alegremente, doce en total. El poeta será el menor de ellos.

Sus padres pensaron en consagrarlo al sacerdocio. Este propósito familiar fue acogido por él con ilusión en su infancia. Cursó estudios de secundaria en el Colegio de San Nicolás, en Huamachuco. En 1915 inicia estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Trujillo.

Durante su estancia en esa pequeña ciudad encontrará un ambiente propicio para la cultura y el compromiso político. Más tarde se matricula en la carrera de derecho en la Universidad de San Marcos, en Lima, pero abandona sus estudios para ejercer la docencia en Trujillo.

El novelista peruano Ciro Alegría fue alumno suyo durante los años juveniles en que Vallejo se dedicó a la docencia. “Junto a la puerta estaba parado César Vallejo. Magro, cetrino, casi hierático, me pareció un árbol deshojado”, recordaba el autor de “El mundo es ancho y ajeno”. “De todo su ser fluía una gran tristeza. Nunca he visto un hombre que pareciera más triste. Su dolor era a la vez una secreta y ostensible condición que terminó por contagiarme”.

En 1919 publica “Los heraldos negros”, año en que retorna a Lima, donde ejerce de profesor y periodista. Estos versos tempranos esconden un indudable fondo religioso. Pese a su carácter marcadamente modernista, asoman ya en este primer poemario unos acentos personales inconfundibles. El título remite a los emisarios de la muerte, tema dominante en toda su obra. Su eje es la sensación trágica del distanciamiento de Dios.

En agosto de 1920, Vallejo se ve envuelto en un grave amotinamiento político en el que se produce un muerto durante el saqueo e incendio del principal comercio de la localidad. Al parecer, el poeta había tomado parte como conciliador, pero resulta encausado como instigador intelectual de los sucesos, pese a los testimonios en contra.

Es detenido y encarcelado en Trujillo. En prisión adquiere “Trilce” su carácter definitivo, un poemario vanguardista que supone la ruptura definitiva con el modernismo. Vallejo adopta el verso libre y rompe violentamente con las formas tradicionales, crea incluso palabras nuevas, como la que da título a la obra.

Predominantemente herméticos y atormentados, algunos de sus poemas se dulcifican a veces con versos más sencillos referidos al hogar, la infancia, la madre o los hermanos.

En 1923 llega a Europa para no volver jamás a su país. En 1924 conoce a Juan Gris, Vicente Huidobro y Juan Larrea en París. Colabora en diversas publicaciones en Latinoamérica y España. Consigue una beca que le lleva a Madrid, aunque prefiere vivir en París. Sus años parisinos, de una gran pobreza económica e intensos sufrimientos físicos y morales, ratifican su convicción en el marxismo como ideología capaz de alcanzar la utopía revolucionaria.

En 1931 se afilia al Partido Comunista de España. En su calidad de corresponsal y articulista de diversas publicaciones, sigue muy de cerca la Guerra Civil española. La tragedia española, el vértigo contradictorio de la vida y la muerte, del amor y del odio, del dolor y la esperanza, condensó la crisis abierta en la poesía última de César Vallejo y cumplió el sentido de su obra.

“España, aparta de mí este cáliz”, su poemario más político, es un libro de solidaridad con la causa republicana, pero también una indagación ideológica en los afanes y las apuestas del poeta. En este poemario exalta el sacrificio humano, la voluntad de los que van a morir y a matar en la batalla por conquistar la vida.

En 1937 Vallejo asiste en Valencia al Congreso de Escritores Antifascistas. Desilusionado por la vanidad de muchos de los participantes en el encuentro, lo abandona para visitar el frente de Madrid, y luego vuelve a París. Termina de escribir “Poemas humanos”.

En marzo de 1938 se siente agotado y sufre una enfermedad que los médicos no saben diagnosticar. La muerte le sobrevino en París hace ya 80 años, llovía.

César Vallejo es el poeta del dolor. Pocos habrán sufrido lo que él: un dolor metafísico. Es el poeta también de las cosas simples y modestas, aquellas precisamente que hacen de la vida de un hombre algo valioso. Sus versos son hijos de un extraño matrimonio entre el optimismo y la lucidez negativa. Apuesta por la solidaridad entre los hombres y por el amor, esa fuerza unitaria capaz de afirmarse contra la muerte.