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Influencia italiana en las ciudades gemelas

Herencia Personajes como Francisco Durini, Leopold Morice, Luca Angelli, Augusto Bressani, Alberto Bellucci, Alessandro Arrighi y José Rigamonti le inyectaron un aire italiano a los centros históricos de Tegucigalpa y Comayagüela

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12.05.2018

Tegucigalpa, Honduras
Cuando la capital de Honduras se traslada de Comayagua a Tegucigalpa en 1880, surgen varias ideas por parte de los grandes intelectuales de la ciudad, entre ellas estaba el olvidar todo ese pasado fuertemente ligado a lo colonial y a viejas estructuras que de alguna forma no generaban un glorioso recuerdo referente al progreso y al avance de la ciudad.

Es por eso que en dicho período, denominado la Reforma Liberal, se gestionan múltiples proyectos con un nuevo modelo o nuevas tendencias que harían lucir a Tegucigalpa como la nueva capital de Honduras, una ciudad ordenada y moderna, a diferencia de lo que sucedió en Comayagua y su estilo colonial hasta nuestros días.

Fue para el gobierno de Marco Aurelio Soto donde surgieron en Tegucigalpa y Comayagüela múltiples infraestructuras novedosas y sublimes que tenían la función de galardonar la nueva capital.

Para esto, el gobierno se encargó de contratar a varios profesionales extranjeros con experiencia comprobada en las ramas del diseño y la construcción, dando de esta manera al centro de Tegucigalpa una enorme influencia italiana y francesa en su infraestructura, monumentos con gran valor histórico y arquitectónico, que ahora forman parte del patrimonio nacional de los hondureños.

Uno de los más destacados italianos en Tegucigalpa, quien ya había realizado trabajos en Costa Rica y El Salvador, fue el arquitecto y escultor Francisco Durini Vassalli, a quien se le encargó la realización de varias obras, entre ellas cuatro estatuas de mármol alegóricas a las estaciones del año como ser Perséfone, diosa de la primavera; Dionisio, dios del otoño, Cronos, dios del invierno y Deméter, diosa del verano, las cuales están ubicadas en las cuatro esquinas del Parque Central.

También Durini contribuyó con los bustos de algunos héroes nacionales, como los de José Trinidad Cabañas y de José Trinidad Reyes, ambos ubicados en la plaza La Merced, y la estatua del Sabio Valle en el Parque Valle, todas ellas realizadas en Génova, Italia, junto con la colaboración de Adriático Froli y Pietro Capurro.

Otra estatua con influencia italiana, pero de origen francés, es la de La Libertad frente a Bellas Artes de Comayagüela, obra de Luca Angelli, primera estatua representativa de la libertad en todo el continente americano. Por último la más representativa de toda la estatuaria para los hondureños es la ecuestre de Francisco Morazán, realizada en París por Leopold Morice, por encargo del italiano Durini.

Vemos también la influencia italiana en Tegucigalpa en vistosos edificios de la época de comienzos de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como el Palacio de Telecomunicaciones Eléctricas, la Municipalidad del Distrito Central, el Palacio Arzobispal, el antiguo Mercado Los Dolores; Villa Roy, que fue el Museo Republicano en el Barrio Abajo; algunos de carácter neoclásicos, otros eclécticos y claro, la ostentosa Antigua Casa Presidencial, construida bajo la dirección del arquitecto Augusto Bressani con la colaboración de su hermano Valentino Bressani, para la adquisición de cierto materiales desde Europa, y Alberto Bellucci, quien residía en Tegucigalpa. Cada uno de estos edificios urbanos, destinados a cumplir funciones públicas, formaban parte de la renovación del estado y urbanización de la capital.

Alberto Bellucci era ingeniero químico y farmacéutico y en 1920 funda en el centro de Comayagüela una fábrica para la producción de mosaicos y mármoles, conocida como Marmolería Italiana, donde se produjeron los hermosos mosaicos, únicos, de diversos colores y figuras encontrados en las casas y edificios más emblemáticos de Tegucigalpa y Comayagüela, que vale la pena admirar por su minuciosidad en su elaboración.

Posteriormente, este último a futuro se asociaría con Pedro Gregoris para realizar diversos edificios neoclásicos para las personalidades más apoderadas de Tegucigalpa. Poco a poco se fue realizando el proyecto de la nueva monumentalidad civil moderna de comienzos del siglo XX con la influencia italiana, la adquisición de nuevos elementos de renovación en el cuerpo arquitectónico de la ciudad e intervención de los espacios públicos, como Emilio Montessi, quien desarrolla en la capital importantes edificios como el Hospital General, el Mercado de Comayagüela, la Penitenciaria y el Paseo Guanacaste; también los italianos Alessandro Arrighi y José Rigamonti se establecieron en Honduras y junto a la colaboración de Miguel Turcios Regne realizaron el templo masónico de Tegucigalpa, quienes ya habían hecho obras públicas en otros países como Argentina y Chile.

También llegó Eustaquio Salvo, quien ya había trabajado en Guatemala y funda la Empresa Constructora Artesana Industrial, que se encarga de la construcción de diferentes edificios públicos en la ciudad, ya empezamos a hablar de construcciones a base de cemento en Tegucigalpa y la utilización de nuevos materiales menos perecederos.

Carlos Alberti realiza acuerdos con el Gobierno de Tegucigalpa en la realización de obras públicas, que lo vinculan con la prestigiosa marmolería de Luigi Ferracuti, la cual junto a Eduardo Ruano produce cementos de construcción, lápidas de mármol y barandillas de hierro; Carlo León Doninelli, de origen Milanés, quien desde Guatemala expande la producción industrial de cemento, ladrillos, mosaicos, mármoles en Honduras y es en Comayagüela que funda el Taller Artístico Industrial.

Expuesto todo lo anterior, el fuerte legado italiano, plasmado en el centro de la ciudad, la torna aún más valiosa por su riqueza cultural.

Son muchos los elementos fusionados, porque si bien encontramos detalles puramente europeos también los hallamos muy propios de la región, una de ellas la piedra de cantera de Tegucigalpa, utilizados sin lugar a dudas en las edificaciones, algo notablemente distintivo en la construcciones del centro y cada una de ellas nos pertenece y es nuestro deber velar por su debido mantenimiento, cuidado y restauración.

Cuando demos un paseo por el centro histórico admiremos estos edificios y pisos de colores, recordemos desde dónde vinieron sus elaboradores y el inmenso valor que poseen por ser únicos.