Siempre

El caso del viudo desesperado

¿Por qué aquel hombre no dejaba de sufrir? ¿Por qué su desesperación era cada vez mayor?...
    05.05.2018

    El 'Toro' se sentó frente a las pantallas brillantes de la Unidad de Ciudades Inteligentes de la Policía y esperó a que las imágenes aparecieran ante sus ojos. Había llegado allí con una idea y una sospecha, pero no estaba seguro de lo que iba a encontrar.

    Tenía más de tres meses de hacerse un millón de preguntas, y ante lo confuso que le parecía aquel caso, decidió pedir ayuda a los técnicos que operan las cámaras de vigilancia de la ciudad. Tal vez perdería su tiempo, quizás no encontraría nada en los videos de seguridad pero, al menos, ya sabría por dónde no buscar.

    ¿Por qué aquel hombre no dejaba de sufrir? ¿Por qué su desesperación era cada vez mayor? ¿Qué lo movía a exigir resultados sobre la investigación? ¿Por qué no dejaba de visitar las oficinas de la Policía dos veces a la semana? Y, ¿por qué le parecía al “Toro” algo extraña aquella actitud?

    ATENCIÓN

    Este relato narra un caso real.
    Se han cambiado los nombres.

    Está bien que siguiera enamorado, que extrañara a la que fue su compañera de vida y que las heridas de su alma no hubieran sanado todavía, pero el tiempo, que todo lo cura, parecía no hacer ningún efecto en él, aunque algo no encajaba en todo aquello, algo en apariencia sencillo que no iba con la angustia que había en su corazón. Algo que llamó la atención del “Toro”.

    El detective
    Aunque su apodo no corresponde a su aspecto, le dicen el “Toro”.

    No es muy alto, de contextura física normal y menor de treinta años, este agente del departamento de delitos contra la vida de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI), se ha ganado a pulso el ser considerado como uno de los mejores investigadores criminales que dirige Rommel Martínez.

    Este caso lo había obsesionado. Se sentía obligado a encontrar al asesino, no solo porque es su deber, sino también porque está convencido que “ninguna mujer debe morir así”, y porque “matar a una mujer es lo más repudiable y cobarde que puede suceder”. Pero en todo aquel tiempo no avanzaba en la investigación, y eso le quitaba el sueño.

    Cada mañana, para refrescar los casos en su memoria, revisaba el expediente de la muchacha y veía sus fotografías, las que le habían tomado en el suelo los técnicos de inspecciones oculares. Y ver el cuerpo ensangrentado, tendido sobre un charco de sangre, hacía hervir la suya en las venas, y su compromiso por hacerle justicia aumentaba. Por eso, aquella mañana calurosa y agitada estaba allí, en la Unidad de Ciudades Inteligentes, buscando algo que le ayudara a resolver el misterio.

    Caso
    La muchacha había sido asesinada de tres balazos en una calle del centro de la ciudad. El esposo dijo que habían quedado de verse para ir a comer y que cuando caminaban por una acera, se les apareció un hombre que los amenazó con una pistola, se llevó a su esposa y lo obligó a él a alejarse del lugar.

    “Yo no pude hacer nada –agregó el hombre, con cara triste–, él me amenazó y se fue con mi esposa para más adelante… Al ratito fue que oí los tiros… Tres tiros y fue allí que la mató…”

    “¿Reconoció usted al hombre?”–le preguntó el “Toro”.

    “No, no se le veía la cara”.

    “¿Les dijo por qué se llevaba a su esposa?”

    “No dijo mucho, solo se paró al frente de nosotros, sacó la pistola, nos apuntó, la agarró a ella de un brazo y se la llevó… y más adelante la mató”.

    “¿Lo reconoció su esposa? –preguntó el “Toro”–. ¿Reconoció su esposa al hombre que se la llevaba?”

    “No sé…”

    “¿Se resistió su esposa? ¿Se opuso a irse con él?”

    “¿Y no le digo que sacó una pistola?”

    El “Toro” hizo una pausa.

    “¿Cómo se llevaba usted con su esposa?”

    “Bien… Bueno, teníamos dificultades, como en todo matrimonio…”

    “¿Qué tipo de dificultades?”

    “Las normales entre parejas”.

    “Usted dice que había quedado de verse con su esposa en el centro, para ir a comer… ¿Siempre hacían esto?”

    “No, bueno, es que nos habíamos peleado y yo quería agradarla, usted sabe, consentirla, y quedamos de vernos allí…”

    No había nada más qué preguntar.

    Videos
    El “Toro” se acomodó en su silla y empezó a estudiar las imágenes que pasaban ante sus ojos. En el video apareció el esposo, caminando hacia al centro. Tres cámaras lo grabaron.

    Más adelante apareció ella, la muchacha, vestida con elegancia y con un celular en una mano. Caminaba sin mostrar preocupación alguna. Contestó una llamada y al ver otro video el “Toro” imaginó que hablaba con su esposo porque este seguía caminando mientras hablaba por teléfono. Un poco más y los dos colgaron y, unos segundos después, se encontraron, se saludaron con un beso y empezaron a caminar en la dirección en que el hombre había venido.

    Regresaban por la misma acera. Iban agarrados de la mano y platicaban cuando dejaron la acera y siguieron por una calle a la izquierda. No habían caminado mucho cuando se encontraron con un hombre joven que se detuvo frente a ellos. El “Toro” arrugó las cejas, miró detenidamente las imágenes e hizo que las retrocedieran varias veces.

    Aunque el hombre andaba con gorra, se le veía bien la cara y, por su actitud, cualquiera diría que los tres se conocían. Y había otro detalle. No había sacado ninguna pistola para amenazarlos, como dijo el marido. ¿Qué significaba eso?

    Sin embargo, era cierto que el hombre agarró de un brazo a la muchacha, pero no se veía que lo hiciera con violencia. Lo que sí se veía era que la muchacha caminaba con él unos pasos y en ningún momento mostraba temor o que se sintiera amenazada.

    Además, se veía claramente que el esposo, al ver que su mujer se alejaba unos pasos con aquel hombre, empezaba a caminar de regreso, por donde había venido. Y segundos después, la cámara grabó el momento en que el hombre de la gorra sacó de debajo de su camisa una pistola y la apuntó hacia la muchacha.

    Sin perder tiempo le disparó tres veces y ella cayó muerta al suelo. Luego, el hombre, pistola en mano, se fue del lugar con paso apurado. Entonces, apareció el esposo y empezó a gritar que le habían matado a su mujer.

    ¿Por qué aquel hombre no dejaba de sufrir? ¿Por qué su desesperación era cada vez mayor?...

    Preguntas
    ¿Qué significaba todo aquello? ¿Por qué el esposo dijo que el asesino los amenazó con una pistola y en las imágenes no se veía nada de esto? ¿Por qué el marido dijo que no reconocía al hombre y en la cámara se notaba que al encontrarse parecían haberse saludado y que el hombre habló con la mujer antes de llevársela del brazo?

    ¿Por qué el esposo venía de aquella dirección hacia el centro y, al encontrarse con su esposa, regresó por aquel camino? ¿Por qué algunas cosas que el marido había declarado en la Policía no correspondían con las imágenes de los videos de seguridad? ¿Estaba confundido el hombre? ¿Seguía en shock por lo que había pasado?

    O, sencillamente, estaba mintiendo. Pero, si era así, ¿qué escondía? Y, ¿por qué presionaba tanto a los detectives para que resolvieran el caso de su esposa?

    El “Toro” suspiró.

    “¡Ah! –se dijo–, parece que aquí hay algo más… ¿Por qué el hombre parece desesperado, pero en su cara no se ve ni tristeza ni angustia sino todo lo contrario… Cada vez que habla conmigo está tranquilo, pide que se resuelva el caso y dice que sufre sin su mujer, pero en su cara no se ve el sufrimiento…”

    Vista
    “¿Quiero que nos ayude?” –le dijo el “Toro”, en la siguiente visita, una tarde tranquila de San Pedro Sula.

    “Solo dígame” –respondió él.

    “¿Conoce a este hombre?”

    El “Toro” le puso una fotografía sobre la mesa, una fotografía del asesino, tomada de los videos de seguridad.

    El viudo miró la foto y si se estremeció por dentro, nadie lo notó.

    “Sí, ese es el que se llevó a mi esposa” –dijo.

    “¿Sabía usted que ellos ya se conocían?”

    “No, no puede ser”.

    “Pues, así es”.

    “No sabía”.

    “Es fácil notarlo. Tenemos grabaciones de las cámaras de seguridad de la calle donde mataron a su esposa y se ve bien que el asesino habla con ella y que cuando la agarra del brazo ella se va confiada con él, sin que se sintiera amenazada o que tuviera miedo…”

    “Mire usted cómo son las cosas”.

    “Y, también, se hablaban por teléfono” –agregó el detective.

    “¿Qué dice?”

    El “Toro” supo que iba por buen camino.

    “Tenemos el vaciado del teléfono de su esposa –dijo, viendo a los ojos al hombre–, y hay varias llamadas que su mujer hizo a este número. Averiguamos de quién es esté teléfono y tenemos un nombre y una foto… ¿Lo conoce?”

    “No, no…”

    “Bueno, pero su esposa sí lo conocía…”

    “¡Es que hay unas mujeres…!

    “Y usted lo conoce muy bien!” –lo interrumpió el “Toro”.

    “¿Yo? ¡No!”

    “Bien –dijo el “Toro”–, vamos más despacio. Tenemos también el vaciado de su teléfono celular y aquí vemos que usted llamó varias veces al número del asesino unos minutos antes del crimen, y solo unos segundos después de que se comunicara usted con su esposa por última vez. Y las llamadas fueron hechas en la misma zona. Y en los videos de seguridad se ve que usted viene de abajo hacia el centro de la ciudad y que el encontrarse con su esposa regresa por ese mismo camino, por donde usted sabía que estaba el asesino, el hombre que iba a matar a su mujer…”

    El hombre se puso de pie. El “Toro” manoseó la cacha de su pistola.

    “Siéntese” –le dijo.

    “Usted y este hombre estaban de acuerdo en el crimen, estaban en la misma zona y se comunicaban mientras llegaba su esposa, a la que usted había citado en aquel lugar y ella, confiada, llegó sin saber que caminaba hacia su propia muerte. Se encontraron, regresaron por donde usted había venido, se encontraron con el asesino, se saludaron, porque los tres se conocían muy bien, hablaron y el hombre le dijo algo a su mujer, la agarró del brazo y se la llevó para matarla de tres disparos… Y usted sabía bien esto…”

    El hombre no dijo nada.

    “Ahora solo quiero saber dos cosas…”

    Siguió a esto un largo silencio. El hombre estaba con la cabeza baja y sudaba.

    “Diga” –murmuró.

    “Primero, ¿por qué mandó usted a matar a su mujer? Y la segunda, ¿qué es de usted el asesino, porque veo que tienen un apellido en común?”

    “Es mi primo” –respondió el hombre a media voz.

    “Bien –dijo el “Toro”–. ¿Por qué la mató?”

    Nuevo silencio.

    “Porque me pagaba mal… y se burlaba de mí…”

    “¡Ah, sí!”

    “Sí… Ella se acostaba con varios hombres y cuando yo lo supe le reclamé… Ella me dijo que es que yo era poco hombre, que la tenía chiquita y que no la complacía y que los otros sí eran hombres de verdad… Pero yo la quería y quise arreglarme con ella. Por eso nos íbamos a ver, para hablar y reconciliarnos. Yo le dije que la había perdonado y que empezáramos de nuevo, pero mi primo me dijo que mejor la matáramos, por basura… y él me ayudó…”

    Nota final
    El esposo podría ser condenado a cuarenta años, por parricidio. Su primo a treinta, por asesinato. El “Toro” está satisfecho porque se le hizo justicia a la muchacha, y sigue haciendo su trabajo con el mismo entusiasmo… “El caso del viudo desesperado” ya es solo un recuerdo para él.

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