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Jacqueline Kennedy, una imagen perdurable

Recordada por su invaluable contribución a las artes, políglota, editora de libros e ícono de moda, la ex primera dama jugó un papel crucial para que su esposo John F. Kennedy llegara a la presidencia de EE UU en 1961.

27.07.2013

No solo fue un ícono de moda, sino un mito que marcó una época y creció aún más tras el asesinato de su esposo, el presidente John F. Kennedy.

La ex primera dama de Estados Unidos, que hoy estaría celebrando su 84 aniversario de nacimiento, es una imagen perdurable de los años 60 que marcó una época en la vida política y social de ese país.

Nacida en Southampton, Nueva York, el 28 de julio de 1929 y fallecida el 19 de mayo de 1994, Jacqueline Lee Bouvier Kennedy fue la esposa del trigésimo quinto presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy, y primera dama durante su presidencia desde 1961 hasta su asesinato en 1963.

Cinco años más tarde se casó con el magnate naviero griego Aristóteles Onassis hasta 1975. Durante las dos últimas décadas de su vida, Jacqueline Kennedy Onassis tuvo una carrera como editora de libros. Y es recordada por su contribución a las artes y la preservación de la arquitectura histórica, su estilo, elegancia y gracia.

Un ícono de la moda, el famoso traje rosa Chanel que vestía el fatídico día del asesinato de su esposo es una de las imágenes perdurables de la década de 1960.

Sus padres eran el corredor de bolsa de Wall Street John Vernou Bouvier III y Janet Norton Lee. Pasó sus primeros años en la ciudad de Nueva York y East Hampton en la finca de la familia Bouvier, Lasata. Más tarde asistió a la Chapin School en la ciudad de Nueva York. Muy joven se convirtió en una amazona entusiasta y montar a caballo siguió siendo una pasión. Asistió a la escuela Holton-Arms de Bethesda, Maryland, desde 1942 hasta 1944, y la escuela de Miss Porter en Farmington, Connecticut, de 1944 a 1947.

Cuando hizo su primera aparición en sociedad en 1947, el columnista de Hearst, Igor Cassini, la apodó “debutante del año”.

EDUCACIóN

Proveniente de una familia aristocrática neoyorquina, Jackie, a partir de 1947, pasó sus dos primeros años de universidad en el Vassar College en Poughkeepsie, Nueva York, y luego pasó su primer año (1949-1950) en Francia en la Universidad de Grenoble y en la Sorbonne de París en un programa de estudios en el extranjero. Al regresar a Estados Unidos, se trasladó a la Universidad George Washington donde se graduó en 1951 con un título de Bachelor of Arts en literatura francesa. La graduación universitaria de Bouvier coincidió con la graduación de su hermana, y las dos pasaron el verano de 1951 en un viaje por Europa. Este viaje fue el tema del único libro autobiográfico de Jacqueline, One Special

Summer (Un verano especial). Luego de haber culminado sus estudios universitarios Jacqueline fue contratada como “fotógrafa indagadora” para The Washington Times-Herald. La posición requería hacer preguntas ingeniosas a individuos escogidos al azar en la calle y tomar sus fotos para ser publicadas en el periódico junto a citas seleccionadas de sus respuestas. Durante este tiempo, estuvo comprometida con un joven corredor de bolsa, John Husted GW Jr., durante tres meses.

EL ENCUENTRO

Conoció al prometedor JFK cuando ejercía de fotógrafa para una revista. Ella y John pertenecían al mismo círculo social y asistían a menudo a las mismas funciones. Fueron presentados por un amigo en común, el periodista Charles L. Bartlett, en una cena en mayo de 1952.

Kennedy estaba entonces ocupado postulándose para el Senado de los Estados Unidos, pero después de su elección en noviembre la relación se volvió más seria y llevó a su compromiso, anunciado oficialmente el 25 de junio 1953. Se casaron el 12 de septiembre de ese año en la iglesia St. Mary en Newport, Rhode Island, en una misa celebrada por el arzobispo de Boston, Richard Cushing.

La boda fue considerada como el evento social de la temporada, con unos 700 invitados a la ceremonia y 1,200 en la recepción. El vestido de novia, hoy conservado en la Biblioteca y Museo Presidencial de John F. Kennedy en Boston, Massachusetts, fue creado por la diseñadora Ann Lowe.

Se fueron de luna de miel a Acapulco, México, y establecieron su residencia en Hickory Hill en McLean, Virginia. Pero la enfermedad de Jackie que la llevó a un aborto natural y una bebé que nació muerta, empezaron a opacar una relación envidiada. Muchos los consideraban la pareja de moda en Norte América. Pero el matrimonio pasó malas rachas.

UNA ACTIVA PRIMERA DAMA

Jackie fue crucial para que su esposo llegara a ser presidente. Era políglota, dominaba el francés, el italiano y el español, idiomas que utilizó para acarrear el voto de las minorías, sobre todo la más grande de todas, la hispana, ya de por sí siempre fiel al Partido Demócrata.

La campaña de Kennedy para llegar a la presidencia se sostuvo en dos pilares: el carisma de su esposa y el dinero de su padre. Es difícil decir qué fue lo más efectivo, pero lo cierto es que ambos le fueron indispensables para conseguir su objetivo

John F. Kennedy venció a Richard Nixon en las elecciones de 1960 y se convirtió en el 35 presidente de los Estados Unidos de América en 1961. Con 31 años, Jacqueline se convirtió en la más joven de las primeras damas de la historia. Aunque nunca le gustó ese título, ya que decía que parecía el nombre de un caballo. Con la llegada de su marido a la Casa Blanca, la vida privada de Jackie se convirtió en centro de atención del público.

El 14 de febrero de 1962, realizó una visita guiada por la Casa Blanca para la televisión norteamericana. El primer gran proyecto de Jacqueline fue redecorar la casa presidencial. Consideraba que la decoración anterior estaba vacía de contenido histórico. Como amante de la historia, pensaba que la mansión tenía que representar plenamente a su país. Trabajó duro para encontrar muebles antiguos auténticos y obras de arte que encajaran con el diseño de la Casa Blanca. Encontró retratos originales de personajes como Thomas Jefferson y Benjamín Franklin.

Siempre trató de apartar a sus hijos de la mirada del público y de la prensa e intentó darles una infancia normal.

DESPUÉS DE JOHN F. KENNEDY

Uno de los más duros golpes de la vida de Jacqueline ocurrió el día del asesinato de su marido. Ella iba sentada a su lado, en el automóvil en el que el presidente recibió los disparos. Testificó que había visto salir trozos de la cabeza de su marido. Pese a todo, su aplomo y templanza fueron admirador por la sociedad de la época.

En el funeral de John Fizgerald Kennedy, Jacqueline ideó el monumento de “la llama eterna” y fue la encargada de encender el fuego. Jacqueline vivió el luto en silencio y soledad. Pero antes de recluirse durante un año y en un ambiente de fuerte conmoción internacional, encontró la fortaleza necesaria para dejar de lado su dolor y contribuir a mantener vivo el legado de su marido. En enero de 1964 ella y su cuñado, Robert F. Kennedy, aprobaron un proyecto de historia oral que recogiera los acontecimientos más reseñables de la presidencia de Kennedy como ejemplo para las futuras generaciones.

A principios de marzo se sentó junto al historiador y premio Pulitzer, Arthur Schlesinger Jr., para hablar de las aspiraciones políticas de Kennedy, los primeros años de casados, su carácter, los hábitos de lectura de JFK, sus héroes de infancia, la vida en la Casa Blanca, la revolución cubana o Bahía Cochinos, entre otros muchos temas. Aquellas cintas fueron grabadas y la información que contenía nunca se publicó. Hasta en 2011, gracias al impulso de su hija Caroline, salieron a la luz. “Jacqueline Kennedy: Conversaciones históricas sobre mi vida con John F. Kennedy” es una obra de historia oral con fotografías personales e inéditas que da voz a uno de los testigos cruciales de aquel tiempo, una mujer que por desgracia estuvo ausente en todos los libros que se han escrito sobre John F. Kennedy.

El libro desvela detalles sobre su marido y no oculta su propia opinión sobre ciertos cargos de la política de su época. Entre los testimonios más sorprendentes de las más de 360 páginas, hay declaraciones en las que Jackie asegura que a Kennedy no le gustaba en absoluto la idea de que su vicepresidente, Lyndon Johnson, lo sucediera en el poder.

También admite tener una opinión escéptica sobre el líder de la lucha por los derechos civiles norteamericanos, Martin Luther King Jr. Según sus propias palabras, lo califica de “tramposo” y “falso”.

Estas conversaciones son un documento magistral, una lección de historia y una confesión íntima que supone el final del silencio.