Crímenes

Selección de Grandes Crímenes para esta semana: La prueba más poderosa

La venganza te hace feliz un día: el perdón, toda la vida...
21.07.2018

TEGUCIGALPA, HONDURAS

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres.

La celda. El grito que dio el guardia hizo que todo el mundo se estremeciera en la celda. Un nombre rebotó en las paredes y, despacio, un hombre joven se puso de pie.

Tenía horas de estar acurrucado en una esquina, sin sentir siquiera el paso del tiempo. Estaba triste y pensativo, y a veces oraba.

Cerca de él, varios hombres más se paseaban por la celda apestosa como fieras enjauladas. Unos fumaban, otros maldecían, uno se aferraba a las rejas de hierro, como si quisiera arrancarlas con las manos, y otros más escupían. Solo aquel hombre había estado inmóvil en su esquina, sin hablar una palabra con nadie.

“¿Y a vos por qué te trajeron?” –le había preguntado uno de sus compañeros, un hombre alto y delgado, de pelo largo y desgreñado, dientes negros y mirada de hiena.

Él no contestó.

“Te hice una pregunta” –agregó el hombre, acercándose a la esquina, con aire amenazador.

“Yo no hice nada” –musitó él, levantando los ojos angustiados.

“¡Eso! –le gritó el otro–. Así se dice. Todos somos inocentes, pero me parece que con esa carita de mosca muerta no vas a convencer al juez… Decime, ¿de qué te acusan?”

El hombre esperó unos segundos antes de responder.

“Dicen que yo violé a una niña –dijo–, pero le juro ante Dios que yo no he hecho nada de eso…”

La cara del hombre tomó otra expresión. Sus ojos echaron chispas.

“Con que violador de niñas” –dijo, poco después, soltando las palabras una a una, con acento que encerraba una amenaza grave.

“Sí –respondió él–, pero yo nunca toqué a esa niña”.

“Bueno, eso dicen todos –añadió el otro–, pero ya vas a ver lo que les hacen en la cárcel a los violadores de niños”.

El hombre se estremeció.

Cuando el guardia repitió su nombre, temblaba.

“Vas para Medicina Forense –le dijo–. Orden del fiscal”.

“¿A Medicina Forense? –preguntó él–. ¿Para qué me llevan allí?”

“No sé… Será para examinarte… Vos sos el que violó la niña especial, ¿verdad?”

“Yo no violé a nadie”.

“¡Ja! –se carcajeó el guardia, abriendo la puerta de la celda–, eso dicen todos pero, al final, son más culpables que Judas… A ver qué decís cuando te estén arreglando en la penitenciaría…”

El muchacho dio un paso hacia adelante.

“¿Sabés qué les hacen en la ‘pesca’ a los que violan niños? ¿No? Pues, ya vas a saber”.

Captura

Lo habían capturado la noche anterior, poco después de que terminara el culto en su iglesia. Él era líder de jóvenes y, con un grupo de adolescentes, estaba arreglando las sillas, barriendo el piso y guardando los instrumentos de la orquesta. Las patrullas llegaron abriéndose camino con el aullido de las sirenas. Eran tres e iban llenas de policías, la mayoría encapuchados. Se detuvieron frente a la iglesia, saltaron los hombres con las armas en las manos, de la misma forma en que los comandos Seals llegaron a la casa de Osama bin Laden.

“¡Roberto Chavarría!” –gritó un agente, apuntando hacia adelante un fusil de asalto.

“Soy yo, señor” –dijo Roberto, viendo asustado a los policías que invadían la iglesia exactamente igual que lo harían las Fuerzas Especiales.

“¡Estás detenido! ¡Arriba las manos!”

“¿Detenido por qué?”

“Bien sabés lo que hiciste, pero si te hacés el inocente, ya te lo va a decir el fiscal”.

Dos agentes se le acercaron, le esposaron las manos hacia atrás y un hombre de aspecto cansado se paró frente a él:

“Señor Roberto Chavarría Lemus, está usted detenido por orden del fiscal de turno de la Fiscalía de la Niñez del Ministerio Público por suponerlo responsable del delito de violación en perjuicio de testigo protegido. Tiene derecho a guardar silencio. Tiene derecho a un abogado. Si no tiene dinero para pagar uno, el Estado se lo proveerá… Tiene derecho a hacer una llamada telefónica…”

En la iglesia se hizo el caos. Se llamó al pastor, pero este llegó demasiado tarde. Cuando fue a buscarlo a la Policía, le dijeron que estaba declarando.

“¿De qué lo acusan?” –preguntó el pastor.

“De violación, señor” –le respondió un agente.

“¿De violación? Pero, eso es imposible”.

“¡Ah, sí! Pues, eso se lo dicen al juez…”

“¿Podemos verlo?”

“Ya le dije que está declarando… Lo podrá ver mañana, cuando lo pasen al juzgado… ¡Estos violadores de niños deberían estar muertos!”

Aquellas palabras estremecieron al pastor.

“¿Violadores de niños? –preguntó, apretando con fuerza la Biblia–. ¿Es que al hermano lo acusan de haber violado a un niño?”

El agente sonrió de la misma forma en que sonrieron los comandos cuando le informaron a Barack Obama que habían matado a Bin Laden. Era igual de valiente que ellos.

“A un niño no, señor –le respondió al pastor, sin verlo y con la arrogancia más despreciable en el rostro–, a una niña, y una niña especial…”

Hizo una pausa para ver, por un instante, la cara del hombre de Dios.

“Seguramente usted la conoce, pastor –agregó–, porque es la hija de una de sus hermanas en Cristo…”

El pastor se quedó pensando un rato y, al final, abrió la boca en muda exclamación.

“No puede ser, Dios del cielo –musitó–; él no es capaz de eso… ¡Ustedes están equivocados!”

El agente se dejó caer en una silla.

“Mire, pastor –le dijo, hablando como si le estuviera haciendo un favor–, le voy a contar algo… Hace unas cuantas horas, la mamá de la niña lo denunció, el fiscal de turno ordenó llevar a la niña a Medicina Forense y allí la examinaron… Le encontraron semen en su vagina y señales de haber sido violada desde hace mucho tiempo, o sea que su santo hermano viene abusando de la menor desde hace unos meses…”

El pastor no dijo nada. Se quedó mudo de repente.

“¿Cómo es posible eso, Señor? –murmuró, saliendo de la oficina–. El hermano ha sido tan entregado, tan respetuoso... y más con los niños… Nunca le haría daño a un niño, y menos a uno especial”.

“Mañana lo llevarán a Medicina Forense –le dijo el agente–, para examinarlo. Allí podrá verlo, si habla con el fiscal”.

Indignación

Eran las siete de la mañana cuando la mujer llegó a la casa del pastor, con la ira marcada en su rostro.

“¿Ya sabe lo que el pícaro del pastor Beto le hizo a mi hija?” –le preguntó, sin molestarse en saludar.

“Tenga calma, hermana –respondió el pastor–, y dejemos que la verdad salga de parte de Dios…”

“Ese hombre es un maldito”.

“Entiendo que esté enojada, hermana, y si es cierto lo que dicen, que Dios se apiade de él”.

La mujer explotó.

“¿Es que usted lo duda, pastor? –gritó.

“Dejemos que trabaje la justicia, hermana. Yo me resisto a creer que el hermano haya hecho algo así”.

La mujer no se contuvo más.

“Lo que pasa es que ustedes son iguales –dijo, en voz alta–; por un lado le sonríen a uno predicando la palabra de Dios, y por otro le clavan el puñal…”

Resollaba con fuerza.

“¿Sabe por qué le hizo eso a mi niña? –preguntó, después de una pausa corta–, pues, porque yo jamás le hice caso… Me acosaba diciéndome que estaba enamorado de mí y que me quería, pero bien sabía que yo estoy casada y aun así me quería sonsacar el muy basura…”

El pastor abrió los ojos más de lo que podían abrirse. Estaba sorprendido.

“Sí, pastor –añadió la mujer–, eso hacía el pastor Beto… Uñas escondidas es que era, pero ahora la va a pagar. Como yo no me acosté con él, se repaseó en mi niña, sin importarle que ella es especial… ¡Y sabe Dios de cuantos niños más abusó ese maldito!”

Dijo esto la mujer y se fue, dejando al pastor con las palabras en la boca.

“Es increíble –musitó, mientras entraba a su casa–; no puedo creer eso del pastor Beto”.

Su esposa, una mujer delgada y de baja estatura, algo entrada en años, le dijo:

“Yo no creo eso. A mí me parece que hay algo raro en la acusación de la hermana…”

“No te entiendo, mujer” –le dijo el pastor.

“Mejor andá donde el hermano”.

Detective
Es un hombre sencillo, de aspecto común, pero de genio vivo y audaz. Entrevistó al pastor Beto y, al final, dudó mucho de la acusación.

“Le encontraron semen a la niña –dice–, y, aunque no lo hallaron a él en la casa, la madre dijo que él era el violador… Yo hablé con ella y mostró tanto odio que me extrañó que se comportara así… Y algo raro fue que no lloró ni una sola vez, como lloran todas las madres de niñas violadas… Pero el fiscal estaba seguro de que la mujer decía la verdad, y no me quedó más que seguir con el procedimiento, pero él nunca aceptó su culpa…”

El agente guarda silencio, el pastor de la iglesia vacía su taza de café, mientras su esposa enrolla una nueva tortilla.

“Esto debe saberse –me dijo el pastor–; esto debe saberse. Usted tiene que contarlo, Carmilla, porque hay cosas que no pueden ser… ¡El diablo sigue rondando a los siervos de Dios para descarriarlos del buen camino!”.

Examen

El muchacho, con las manos esposadas hacia atrás, entró a las oficinas de Medicina Forense. Iba asustado.

“Traemos al violador de la niña para que lo examinen” –dijo un agente de la DNIC, empujándolo.

“Va a esperar un poco… Estamos ocupados…”

El agente hizo un gesto de inconformidad.

“Sentate allí” –le dijo al pastor, señalándole una silla.

Pasaron largos minutos. Al final, un ayudante del forense salió y le dijo al policía:

“Quítele las esposas y tráigalo”.

En la clínica había un silencio pesado.

“Desvístase” –le dijo el médico al pastor Beto.

“¿Para qué?” –le preguntó este.

“Voy a examinarlo –le respondió el doctor–; es el procedimiento… Supongo que está claro de qué se le acusa… Voy a tomarle unas muestras de su pene para compararlas con los fluidos que encontramos en la niña… Es lo normal… Después, le van a informar los resultados en el juzgado… o con su abogado; no sé”.

“No quiero desnudarme” –protestó él.

“Tiene que desnudarse. No lo puedo examinar vestido”.

“No quiero que me examine”.

“Es una orden del fiscal… Puede negarse, pero tenemos formas para obligarlo… Usted decide…”

El hombre temblaba, miraba en todas direcciones, como si estuviera acorralado, y empezó a llorar.

“Así es siempre –dijo el médico a su ayudante–; lloran y lloran para conmover a la gente… Y son grandes pervertidos”.

“Yo no violé a nadie” –dijo el pastor.

“Desvístase o llamo a los policías para que lo desnuden a la fuerza. No tenemos mucho tiempo aquí, así que usted diga qué es lo que prefiere”.

El pastor se quitó el pantalón.

“El calzoncillo también” –le dijo el médico.

“¿También?” –preguntó él.

“Sí”.

El calzoncillo cayó al suelo. El forense dio un grito.

“¿Qué es esto?” –preguntó.

Sus ojos estaban fijos en la parte media del pastor.

“Esto es imposible” –agregó.

El pastor lloraba.

“¿Cuándo le amputaron el pene?” –le preguntó el médico.

“Hace dos años, en el Hospital Escuela –respondió él–, por cáncer a causa del Virus del Papiloma Humano”.

“Entonces –musitó el doctor–, ¿cómo es posible que lo estén acusando de violación?”

El pastor no dijo nada.

“Voy a examinarlo para darle un dictamen al fiscal –siguió diciendo el médico–, nada más…”

Nota final
Cuando el fiscal leyó el dictamen, ordenó la liberación del pastor.

“Entonces, ¿por qué lo acusa esa mujer?” –le preguntó.

“Ella me ha buscado y yo nunca quise unirme a ella –respondió Beto–; además, es casada y, aunque yo hubiera querido, ¿cómo? Creo que estaba despechada”.

“Entonces, ¿quién violó a la niña? –se preguntó el fiscal–. ¿De quién es el semen…?”

Se detuvo en este punto, chasqueó los dedos y, llamando a un detective, le dijo:

“Tráiganme a la mujer y al marido… Tengo entendido que es el padrastro de la niña…”

“¡Mi marido es incapaz de hacer eso… –gritó la mujer–. El violador de mi hija es el pastor Beto”.

“Señora, díganos donde está su esposo… Vamos a hacerle unas pruebas, y si es inocente, no tendrá problemas…”

“Él se fue mojado para Estados Unidos”.

Todavía está pendiente la orden de captura contra él. Los detectives creen que vive escondido en algún lugar de Olancho. Están seguros de que lo van a encontrar.