Desde un hombre asesinado en su propia casa, la misteriosa muerte natural de una anciana y el terrorífico abuso de una menor de edad, la autora entra en detalle de las huellas del delito, sin dejar ninguna pista al azar.
Don Luis
Desnudo, con las piernas flexionadas en una orilla de la cama, los pies descalzos en el piso, los brazos extendidos y la boca y los ojos extremadamente abiertos, estaba el cadáver de don Luis. Los vellos blancos de su pecho brillaban con la luz de la candela que colgaba del techo y un hilo de sangre seca destacaba sobre el labio superior, saliendo desde la fosa nasal izquierda. Sigue la lectura aquí.
Complicidad siniestra
“Me violó –dice Carla–, me violó y yo no pude ni gritar porque me tapó la boca con una mano. Después, me metió al baño y él mismo me limpió, pero ese mismo día me violó dos veces más… Cuando mi mamá regresó del trabajo, yo estaba encerrada en mi cuarto y a nadie le importó que yo no apareciera…'. Sigue la lectura aquí.
Un misterio nuevo
Una mañana, doña Juana apareció muerta en su propia cama. La enfermera la encontró boca arriba, con la cabeza acomodada en las almohadas, un brazo sobre el pecho y una expresión de santidad en el rostro. Los hijos, hijas, nueras y yernos, con nietos y nietas, llenaron la casa de lágrimas. Sigue la lectura aquí.
Cadenas de sangre
El problema era que decían que escogió el mal camino, que le dio por asaltar bancos y que por un tiempo se dedicó a comprar y a vender terrenos, especialmente doscientas manzanas que se ganó dándole un poco de amor a un pastor de almas que, en el desempeño de su ministerio, se convirtió en uno de los más grandes terratenientes de Honduras. Sigue la lectura aquí.
