Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La fría risa de la maldad

Cuando se dice que alguien tiene el corazón negro, es porque la maldad ha hecho nido en su pecho
03.10.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Café

¿Qué había pasado con Javier? Apenas doce horas antes era un muchacho lleno de vida y de energía, hacía planes para el futuro y soñaba con casarse pronto y formar su propia familia, pero ahora estaba en una camilla de la Sala de Emergencia del Hospital Escuela, casi sin pulso, con horribles dolores abdominales y al borde de la muerte.

“¿Qué fue lo que comió, señor?” -le preguntó uno de los médicos de turno.

“Nada, doctor -dijo él, con dificultad-; anoche solo me tomé una taza de café que me regaló mi cuñada. No cené nada…”.

Eran las tres de la mañana. Javier agonizaba.

“Vamos a hacerle un lavado” -dijo el médico.

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“¿Cómo lo ve, doctor?” -le preguntó la madre de Javier.

“No puedo decirle nada, señora; viene con el pulso bajo, muy bajo, y está débil. Espere afuera, por favor. Le vamos a informar cualquier cosa”.

La señora salió de la Sala. Tenía el corazón desesperado. No volvió a ver a su hijo. Murió media hora después.

“¿De qué murió, doctor?” -preguntó el agente de investigaciones que estaba de turno en el Hospital.

“No sabría decirlo con exactitud, señor -respondió el médico-, pero, según creo, este hombre murió envenenado”.

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“¿Envenenado?”.

“Así es… Presenta todas las características de un envenenamiento”.

“Entonces, ¿estamos ante un suicidio o un homicidio?”.

“No sabría decirle; ese es su trabajo, pero, por lo que me dijo, creo que lo envenenaron… Solo tomó una taza de café ayer en la noche, luego de venir de la iglesia…”.

“¿Dónde se tomó la taza de café?”.

“En la casa de la novia. Según dijo, era el novio de una de las hijas del pastor de la iglesia a la que asistía y se iba a casar con ella. Es lo que dijo”.

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“Entonces, no tenía razones para suicidarse”.

“Vistas así las cosas, no”.

“Estamos ante un caso de homicidio… Alguien puso veneno en ese café”.

“Eso no lo sé”.

“Pero, si solo eso tomó, no cenó ayer y estuvo bien todo el día, podemos suponer que el veneno, si es que fue envenenado, tuvo que estar en el café”.

“Es posible”.

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“Creo que lo veremos en la autopsia”.

Al día siguiente, cuando sus familiares llevaban el cuerpo de Javier al cementerio, el agente de homicidios de la Policía de Investigación Criminal recibía el informe de la autopsia.

“Encontramos amina en el hígado -le dijo el médico forense-; es un veneno muy fuerte que se usa para el control de hierbas y maleza de hoja ancha, y que es muy perjudicial para el ser humano”.

“¿Amina, doctor?”.

“Amina, así es; quedaban restos de café en su estómago”.

“¿A pesar del lavado que le hicieron ayer en el hospital?”.

“A pesar de eso”.

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El agente se quedó pensando por largos segundos. Sonrió para sí, y dijo:

“Este hombre no se suicidó; alguien puso el veneno en el café de anoche… ¿No había residuos de alimentos en el estómago, doctor?”.

“Nada más que restos de café”.

“Excelente, doctor. Muchas gracias”.

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La novia

Cuando se supo que Javier había muerto envenenado con herbicida, la iglesia se conmocionó.

“¿Quién pudo envenenar a un muchacho tan bueno? ¿Cómo era posible que el diablo se ensañara con uno de los siervos más fieles del Señor?”.

“Eso no lo sabemos, pastor -dijo el agente-, lo que sí sabemos es que estamos ante un homicidio, más bien, creo que estamos ante un asesinato”.

“No lo entiendo, agente -musitó el pastor-; todo esto es tan confuso, y por más que me quiebro la cabeza se me hace difícil encontrar a alguien que quisiera mal a Javier… Era un buen muchacho”.

“Aun así, pastor, alguien lo envenenó…”.

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“Pero, ¿cómo es posible eso, señor?”.

“Sencillo, pastor; alguien que deseaba la muerte de su yerno… lo asesinó”.

“¡Dios bendito!”

El agente miró al pastor, que se limpiaba las lágrimas que caían en silencio por sus mejillas.

De pronto, dijo:

“Y creemos que el asesino de su yerno está aquí”.

“¿Aquí?”.

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“Sí, pastor; aquí en su casa”.

“Eso no es posible”.

El agente no dijo nada más y se dirigió a la novia de Javier.

“Deseo preguntarle algo, señorita” -le dijo.

La muchacha estaba consternada.

“¿Sabía usted que su novio tomó café ayer en la noche?”.

“Sí, señor -respondió la muchacha, con ojos enrojecidos a causa del llanto-; se tomó una taza aquí en mi casa”.

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“¿Usted se lo sirvió?” -le preguntó el detective.

“No, no fui yo, señor”.

“Entonces, ¿quién le dio la taza de café a su novio?”.

“Fue mi hermana… Mi hermana menor, Tania… Ella le sirvió la taza de café a Javier”.

El agente se quedó en silencio por largos segundos. ¿Qué era lo que había pasado? ¿Sabía Tania que había algo malo en el café que le sirvió a su cuñado? ¿O era aquella niña culpable de algo?

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Tania

Era casi una niña; acababa de cumplir los quince años, pero quedaba mucho de la niñez en ella. No era muy alta, era delgada, de pelo largo y brillante que llevaba recogido en dos trenzas vistosas; tenía ojos oscuros que lucían con inocencia en un rostro delgado y bonito. Cuando el detective le dijo que quería hablar con ella, respondió con un movimiento de cabeza. Se sentó frente al policía y empezó a retorcerse los dedos de las manos nerviosamente. Bajó la cabeza y esperó a que el hombre empezara a hablar.

“¿Sabía que su cuñado Javier murió envenenado?” -le preguntó, tratando de romper el hielo poco a poco, a manera de ganarse su confianza.

“Sí, señor -respondió ella en voz baja; eso es lo que dicen”.

“No solo es lo que dicen -replicó el policía, endureciendo un poco su acento-; es lo que sucedió… Es lo que pasó… Al muchacho lo envenenaron”.

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La niña levantó los hombros.

“Yo no sé nada -musitó, mientras brillaban sus ojos a causa de las lágrimas que empezaban a acumularse en ellos-; yo no sé nada…”.

“Javier -dijo el policía, tratando de no perder detalle en la actitud de Tania- se tomó ayer en la tarde o en la noche una taza de café…”.

La niña levantó la cabeza.

“Sí -dijo-, yo se la serví…”.

El detective la miró y ella le sostuvo la mirada.

“¿Él le pidió que le diera café?” -preguntó.

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“Pues… él siempre que venía del culto en la iglesia se tomaba una taza de café… Es que era como mi papá, que le gustaba mucho el café”.

“¿Siempre tomaba café? Quiero decir, ¿siempre tomaba café aquí en tu casa?”.

“Sí, siempre que venía del culto… Pregúntele a mi hermana… A veces ella también se lo servía… Le gustaba amargo, sin azúcar, y fuerte…”.

“¿Comía algo cuando tomaba el café?”

“Pues, de un tiempo acá es que ya no comía pan porque un día dijo que no le quedaba el saco que se ponía para ir a la iglesia, porque él era parte de Ministerio Musical de la iglesia, y los domingos iba de saco… Y tampco cenaba, o sea, que dejó de comer porque como ya se iba a casar son mi hermana, entonces quería estar delgado…”.

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El detective suspiró. La muchacha seguía retorciéndose los dedos de las manos.

“¿Y cómo sabés vos todo esto de tu cuñado?”

“Ah, porque aquí él platicaba con nosotros… Siempre decía lo que quería hacer, y como teníamos más de cinco años de conocerlo…”.

El detective no dijo nada.

“Voy a hacerte unas preguntas… -exclamó a media voz, poco después-, y para hacerte estas preguntas ya le pedí permiso a tu papá… La ley me obliga a decirte que no debés contestarlas si no querés… Es tu derecho”.

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Tania levantó la cabeza, había en su frente algunas gotas de sudor y su mirada se estaba endureciendo. Dejó de tronarse los dedos.

“Dígame” -dijo, con voz clara.

El agente esperó unos segundos antes de empezar a hablar de nuevo.

“¿Quién pudo ser el que puso el veneno en el café de tu cuñado?”.

“No sé” -respondió Tania de inmediato.

“¿Sabías que nadie más se envenenó con el café esa tarde?”.

“Pues, no sé qué es lo que me quiere decir, señor…”.

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Tania estaba roja. De blanca que era, había enrojecido sus mejillas a causa de una repentina y misteriosa emoción, y aquello llamó la atención del detective.

“¿Estás nerviosa?” -le preguntó.

“¿Yo nerviosa? ¿Por qué?”.

“Te pregunto”.

“No, no estoy nerviosa. El que nada debe, nada teme…”.

El detective sonrió.

“Supe que había algo en aquella niña -dice-, algo negativo, algo que, además, no le importaba que le descubrieran… Era retadora, y eso me hizo sospechar de ella”.

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Bertha

Era muy bonita, a sus veinte años, y estudiaba derecho en la Universidad. Tenía seis años de conocer a Javier, y se enamoraron desde el primer día que se vieron. Ahora iban a casarse, pero la muerte de su novio lo tiró todo al abismo.

“No sé quién pudo envenenarlo -le dijo al detective-; era tan bueno”.

“¿Está segura de que no hay nadie aquí en su casa que quisiera la muerte de Javier?”.

“No sé qué decirle… No creo…”.

“Permítame preguntarle algo que tal vez le parezca extraño, pero es necesario que me responda”.

“¿Qué es?”

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“Es sobre su hermana Tania”.

“Dígame”.

El detective esperó antes de decir:

“¿Es posible que su hermana haya puesto el veneno en el café de su novio?”.

La muchacha dio un grito.

“¡No, señor -exclamó-; eso no es posible! Mi hermana no es ninguna asesina”.

“No digo que lo sea -replicó el detective-, pero, tengo algunas sospechas, y todas recaen en ella…”.

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“¿Por qué dice eso?”.

El detective hizo una pausa y, al final, dijo:

“Porque… si usted no lo notó nunca, su hermana Tania estaba enamorada de Javier, su novio”.

La muchacha bajó la cabeza.

“Veo que usted ya lo sabía” -le dijo el policía.

“Sí, pero no creo que ella haya sido capaz…”.

“Pues… yo creo que sí… Voy a pedir una orden de cateo para su casa y si encontramos el veneno, su hermana será la principal sospechosa del asesinato de su novio”.

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Nota final

Hasta el día de hoy, la muerte de Javier sigue en el misterio.

“Estoy seguro de que Tania envenenó el café de su cuñado -dice el detective-, y que lo hizo porque estaba enamorada de él, y ya que el casamiento con su hermana estaba cerca… Y recordemos que ella fue la que le sirvió el café aquella tarde, y que nadie más se envenenó… Javier no tomó nada más que café… el café que lo llevó a la muerte, por la pasión incontrolada de una niña, de una niña asesina”.

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