Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La abuela estricta y la nieta desalmada

Bien se ha dicho: Cría cuervos y te sacarán los ojos...
05.09.2021

Roxana Díaz es una mujer joven, guapa, entusiasta e inteligente; su voz es agradable y es una buena conversadora, ama su trabajo y se dedica a él en cuerpo y alma con la pasión del adicto, esa maravillosa pasión que imprime a lo que hacemos el sello personal con la idea de hacer lo mejor por la sociedad y por dejar algo positivo para la posteridad.

“Me apasiona lo que hago -dice-, y lo hago con amor por Honduras, por la DPI y para honrar el hermoso recuerdo de mi padre”.

Siempre está ocupada, sin embargo, dejó un momento para contarnos un caso criminal que en su momento estremeció a la sociedad entera, y al que se enfrentó la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) con el celo y el profesionalismo que le ha impreso el Comisionado Rommel Martínez.

Sucedió en la Colonia Godoy, en la capital de Honduras.

Una mañana fresca y bulliciosa, una muchacha, mejor dicho, una niña de escasos quince años, tocó la puerta del dormitorio de su abuela, una abogada mayor de 60 años, con la que vivía desde hacía algún tiempo, pero no recibió respuesta; giró el pomo de la puerta y abrió, dio un par de pasos en la habitación a la que las cortinas de las ventanas daban una suave penumbra, y llamó a su abuela dos veces. La mujer no contestó. Llamó una vez más, y se acercó a la cama. De nuevo le respondió el silencio de su abuela. Entonces la tocó y, acto seguido, dio un grito. Su abuela estaba helada. Había muerto. Cuando encendió la luz, en medio de gritos y desesperación, la vio boca abajo en la cama, bañada en sangre y con muchas heridas en la espalda. Bajó gritando las escaleras, y el golpe nervioso que recibió la hizo olvidar lo demás.

“¿Cuándo fue la última vez que la viste con vida?” -le preguntó a la muchacha un agente de la DPI.

“Anoche, cuando nos despedimos para dormir. Era tan buena conmigo… Y la mataron”.

“¿Quién creés vos que pudo matarla?”.

“No sé; no sé… Ladrones… Malditos que se metieron y la mataron…”.

“¿Escuchaste algún ruido extraño anoche?”.

“No; no escuché nada. Me fui a dormir después de darle el beso de buenas noches, y me dormí…”.

“¿Escuchaste algún grito?”.

“Tampoco. No escuché nada. Me levanté temprano, como todos los días, y me extrañó que ella no se hubiera levantado, porque siempre madrugaba; entonces, fui a su cuarto, toqué la puerta, y todo estaba a oscuras. Entré, la llamé y la encontré así, muerta, toda llena de sangre”.

La muchacha se retorcía los dedos a causa de la angustia. La casa se había llenado de familiares de la víctima y, entre algunos curiosos, estaba un muchacho alto, delgado y de buen aspecto que se acercó a la niña para consolarla.

“¿Quién es él?” -le preguntó el agente.

“Es mi novio -respondió ella-; viene para estar conmigo”.

“Entiendo”.

El detective no tenía nada más que preguntar.

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ESCENA

Los agentes de la DPI se tomaron su tiempo; lo veían todo con detalle y, acostumbrados a ver escenas como aquella, y peores aún, lo hacían todo con sangre fría.

Había sangre en la cama, abundante, lo que indicaba que la víctima se había desangrado. Estaba boca abajo, lo que llamó la atención de los agentes porque era aquella una posición incómoda para dormir, y más, cruzada en la cama, y tenía varias heridas de cuchillo en la espalda.

“En la escena -dice la doctora Roxana-, cada detalle habla; cada detalle nos dice algo de lo que pasó allí, como en un libro abierto que se debe leer con detenimiento. Los agentes de la DPI se estaban formando una idea de lo que les decía la escena del crimen, y, conforme pasaba el tiempo, algunas cosas iban siendo claras para ellos”.

Sonríe muy segura de sí misma y muestra en su rostro el orgullo que siente por sus compañeros y por la DPI.

“Un primer detalle -agrega-, fue el hecho de que en la casa no había puerta ni ventana que hubiera sido forzada o violentada para entrar, lo que llamó la atención de los policías”.

“¿Por dónde creés que entraron los asesinos de tu abuela?” -le preguntaron a la muchacha.

“Pues… por el muro -dijo ella, casi sin pensarlo-. Es seguro que fue por el muro”.

Pero los agentes de inspecciones oculares ya habían revisado el muro de la casa pulgada a pulgada, y no encontraron en ninguna parte señal de que hubiera sido escalado; ni por dentro ni por fuera.

“No hay señales de que hubiera sido escalado -dijo uno de los agentes-, y no hay puerta ni ventana violada…”. “Es un excelente detalle” -comentó otro, escondiendo una sonrisa.

La doctora sonrió y le brillaron los ojos, señal de que estaba satisfecha con el trabajo de sus compañeros.

“En el cuarto hay algo muy interesante” -dijo uno de ellos.

“Creí que tardarías en notarlo” -exclamó otro, a media voz.

“No hay sangre en el piso, y la que hay es poca”.

“Y, si nos fijamos bien, o sea, si olemos bien a nuestro alrededor, huele a lavanda, como a detergente. Aunque es un olor suave, está presente en toda la habitación”.

“Vamos a comprobarlo”.

Se puso de rodillas uno de los agentes, y olió por algunos segundos el piso.

“Huele a detergente” -dijo, avanzando a gatas unos pasos más por la orilla de la cama.

“Y aquí también -agregó-, y parece que va hacia la puerta de salida”.

“Excelente detalle”.

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MÁS


“No hay desorden en la habitación” -dijo uno de los agentes.

“Así es, y si los ladrones llegaron hasta aquí, la señora debió despertarse y, al menos, gritar, o tratar de escapar… y eso deja huellas en el sitio…”.

“Y este lugar está intacto, no tiene señales de lucha, no hay desorden, como el que dejan los ladrones cuando buscan algo de valor qué llevarse, puesto que a eso es que vinieron y no van a detenerse en revisar con orden y con paciencia por todas partes…”.

“Otro detalle interesante es que la víctima está boca abajo, casi cruzada sobre la cama, o sea, en una posición que para cualquiera sería incómoda, si es que desea dormir a pierna suelta”.

“¿Y, si fue que la drogaron antes de asesinarla?”.

“A ver”.

“Tenemos un muro que no fue escalado jamás, tenemos puertas y ventanas que nunca fueron forzadas para entrar, tenemos un orden casi perfecto en la habitación de la escena del crimen, tenemos un agradable y permanente olor a detergente… y tenemos una nieta que dice que nunca escuchó gritos, ni ruidos extraños y que cree que los asesinos y ladrones entraron por el muro…”.

“¿Entonces?”.

“Que debemos estar seguros de que el criminal está entre nosotros”.

“O los criminales”.

“Vamos bien”.

+El secreto más doloroso

DOCTORA

La doctora Roxana Díaz, Forense de la DPI, había seguido aquellos razonamientos con suprema atención, y sintió que los agentes estaban sobre la pista perfecta.

“Hagamos algo” -dijo.

“¿Qué cosa, doctora?”.

“Apliquemos luminol en la escena del crimen”.

“Buena idea…”.

“Está claro de que este lugar fue lavado con detergente hace poco tiempo, tal vez unos minutos después de haber muerto la víctima… Si aplicamos luminol, quizás tendremos elementos de peso para sellar con un triunfo rotundo este caso”.

“¿Tiene sospechas usted, doctora?”.

“Las mismas que ustedes. Yo no dejaría que la nieta y el noviecito salgan de la casa. Recuerden que la víctima estaba sola con la nieta, y que no hay puertas ni ventanas forzadas, ni el muro fue escalado, por lo tanto, alguien desde adentro pudo abrir la puerta para dejar entrar a alguien que le ayudó a matar a la señora. Es así de claro”.

Sonrió el agente, le dio algunas indicaciones a dos de sus compañeros, y estos empezaron a vigilar de cerca a la nieta y al novio, que se esforzaba por consolarla.

“Hay otro detalle -dijo la doctora Roxana-; las lágrimas de la nieta”.

“¿Qué hay con ellas?”.

“Como que no tenía muchas porque dejó de llorar hace tiempo, y si se fijan bien, habla con el novio con la cabeza baja, a veces lo mira y él le dice algo en voz baja”.

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LUMINOL

Los técnicos oscurecieron la habitación y empezaron su trabajo. Aplicaron luminol frente a la cama y, casi de inmediato, la sangre se hizo presente. Había muchas manchas de sangre sobre el piso bien lavado con el detergente.

“Sigamos el rastro” -dijo uno de los técnicos, bajo la atenta mirada de sus compañeros.

“Las manchas de sangre salían del dormitorio de la víctima -dice la doctora Roxana-, y fue sencillo seguirlas al pasillo; luego, bajaban las gradas hacia el primer piso, llegaron a la sala, pasaron al patio y los técnicos se detuvieron aquí… Ahora dependía todo de su intuición. El cuchillo asesino estaba empapado en sangre, y alguien lo sacó de la habitación sin darse cuenta de que chorreaba, de que goteaba sangre. Fue hasta después que notaron las gotas en el piso, y decidieron lavarlo todo con detergente. Estaban cometiendo el crimen perfecto, y digo estaban, porque aquello no lo hizo una sola persona”.

Hizo una pausa la doctora.

“Admiro a mis compañeros -dice, con supremo orgullo-; son profesionales, capaces y entusiastas, y hacen un excelente trabajo…”

Hace otra pausa.

“Cuando salieron al patio -agrega, después de un momento-, buscaron en todas direcciones, y uno de ellos encontró sobre la grama unas gotas de color ocre que podrían ser sangre. Más allá, en una especie de jardincito, había tierra removida; llamaron al fiscal y todos esperamos a ver qué es lo que encontrarían…”

Sonríe la doctora y, con aire de triunfo, exclama:

“Allí estaba el cuchillo asesino. Lo habían enterrado detrás de un arbusto pequeño… ¡El caso estaba resuelto!”.

NOTA FINAL

La muchacha, esto es, la nieta de la víctima, se derrumbó ante la evidencia. Dijo que su abuela era demasiado estricta con ella, que le prohibía tener novio y que la había amenazado varias veces si seguía viéndose con aquel cipote, porque también era menor de edad, entonces, decidieron hacer algo para detener a la abuela y quedarse con todo su dinero. Decidieron matarla. Pero, evidentemente, la Policía no se chupa el dedo, y los descubrieron.

“¡Somos la DPI, Carmilla! -exclama con orgullo la doctora Roxana Díaz-. ¡Los hondureños debemos sentirnos orgullosos de nuestra Policía de Investigación Criminal!”.

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