Crímenes

Grandes Crímenes: La señal de los cuatro

Amigo es aquel que te ve llorando y te pregunta: ¿A quién le vamos a cobrar esas lágrimas?

04.11.2017

(Primera parte)
Este relato narra casos reales. Se han cambiado los nombres y otros detalles a petición de las fuentes.

En la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC) se recibió una mañana la llamada de un señor que decía que en una calle de tierra, a unos dos kilómetros de la carretera del sur, cerca de la posta policial, estaba muerto un hombre al que los zopilotes ya le habían comido los ojos.

Cuando los agentes de homicidios llegaron a la escena se dieron cuenta de que no solo le habían comido los ojos, ya le habían abierto el vientre y le estaban devorando las vísceras y los intestinos. Los gusanos y las moscas también estaban participando en el festín.

“Tiene al menos tres días de muerto” –dijo el forense.

“Parece que lo degollaron” –dijo uno de los detectives.

El médico se acercó más al cuerpo.

“Sí –dijo–, lo degollaron”.

La víctima tenía una herida larga y profunda en el cuello.

“Tiene expuestos varios anillos cartilaginosos de la tráquea” –agregó, tocando el área con una pinza.

“El cuchillo debió estar bien afilado, doctor” –opinó un agente–; “parece que fue un solo corte, limpio y hecho con mucha fuerza”.

“El cuchillo sí estaba bien afilado” –replicó el doctor–, “pero no fue un solo corte”.

“Creo que lo tenían agarrado de atrás y desde allí lo degollaron”.

“Todo lo contrario” –dijo el doctor, poniéndose de pie–, “creo que quien lo mató lo hizo de frente. Tiene un corte punzante en la garganta, lo que significa que primero le hundieron el cuchillo, puntiagudo y afilado, y después hicieron los cortes hacia los lados, primero a uno y luego al otro, pero eso es algo que vamos a confirmar o descartar en la autopsia”.

“¿Tiene más heridas, doctor?”.

“Es posible, pero por el estado de descomposición en que está el cuerpo no podría identificarlas en estas condiciones”.

“Aunque está vestido, le bajaron los pantalones”.

“Y el calzoncillo”.

“Parece que lo mutilaron”.

“Es posible –respondió el doctor, agachándose de nuevo ante el cadáver–, pero te aseguro que el pene no se lo cortaron. Los zopilotes se lo comieron y eso que ves allí es lo que dejaron”.

Nombre
En Dactiloscopia identificaron sus huellas digitales. Se llamaba Luis, tenía treinta y tres años, era soltero y de oficio taxista. Al menos es lo que dijo la hermana que vivía con él y que lo reconoció en la morgue.

“¿Cuándo lo vio por última vez?”.

“El domingo pasado” –dijo ella–, “como a las dos de la tarde. Llegó a almorzar, descansó y se fue a trabajar de nuevo porque había partido en el estadio y siempre le iba bien”.

“¿Tenía enemigos su hermano?”.

“Que yo sepa no, señor”.

“¿Novia? ¿Esposa? ¿Compañera?”.

“Mire, yo no le conocí compañera desde que se dejó con la mujer…”.

“¿Hace cuánto se separó de la esposa?”.

“Como diez… pero no era esposa; estaban así, amachinados como decimos, y no tuvieron hijos. Ella se acompañó con otro muchacho y tiene tres niñas”.

“¿Tiene idea de quién pudo hacerle esto a su hermano?”.

“No, para nada”.

“Bien”.

Tesis
A Luis lo secuestraron en alguna parte y, bajo amenazas, lo llevaron hasta el sitio donde lo asesinaron. El forense dijo que tenía heridas punzantes en el pubis y en la base del pene, lo que demostraba que lo habían torturado antes de hundirle el cuchillo en la garganta. Estaba amarrado de pies y manos y era muy posible que lo hubieran llevado hasta allí en su propio taxi.

Los asesinos tenían que ser tres cuando más y los detectives pensaban que lo encontraron en algún punto de la ciudad, lo contrataron para una carrera y se lo llevaron. Por la forma de muerte, el crimen estaba planificado y fue ejecutado con cólera, como si alguien estuviera ejecutando una venganza. Además, lo desnudaron y le causaron heridas en los genitales, lo que podría demostrar que se trataba de un crimen pasional o con marcada índole sexual.

¿Quién?
Los agentes tenían una idea sobre el motivo del crimen pero querían tener un perfil de los asesinos.

¿Quién tenía motivos para matarlo? ¿Un esposo burlado? ¿Una amante despechada? ¿Un compañero dejado? ¿O le había hecho algún daño de tipo sexual a alguien y este alguien se lo cobraba con su vida? Todo era posible. De lo que estaban seguros los agentes era de que se trataba de un crimen sexual. Nadie mutila los genitales de su víctima si no está castigando una ofensa de ese tipo. Y al decir “de ese tipo” se referían a todo lo que se relaciona con la sexualidad.

“A menos que los asesinos hayan querido despistar a la Policía” –dijo un ayudante del fiscal.

“Eso también es posible”.

“Pero…”

Respuesta
“Para empezar, el que mata con cólera lo hace, la mayoría de las veces, disparándole a la víctima después de vigilarla y de encontrar el lugar ideal y seguro para sí mismo. Cuando se mata con odio, las cosas son diferentes porque hay de por medio un sentimiento y un deseo de venganza, entonces, se secuestra a la víctima, se le inmoviliza, se le lleva a un lugar previamente ubicado, se le tortura, se le habla y se le explica por qué se le está haciendo aquello, y se le mata.

Además, el arma con que se asesina es, por lo general, una que cause el mayor daño posible, el mayor dolor posible, como en este caso. Lo secuestran, lo obligan a venir hasta aquí, o alguien de los secuestradores maneja el taxi, porque creemos que fue en su propio taxi que lo trajeron, lo amarran, lo bajan, lo desnudan y lo torturan antes de darle muerte, muerte que, en opinión del asesino, merecía la víctima”.

“Vamos bien hasta aquí, pero, ¿qué hizo este hombre para merecer este tipo de muerte?”.

“Pudo ser que sedujo a la esposa o a la mujer de alguien que no entiende de razones, y este se vengó así; es posible que haya dejado a alguna amante y que esta, desilusionada y despechada, se haya vengado, o, es posible que haya abandonado a algún amante gay y este, con odio, le haya quitado la vida”.

Los agentes hicieron una pausa.

“¿Y si fue que abusó de algún menor o de alguna menor?” –preguntó uno de ellos, al final.

“O violó a una mujer, lo que es muy posible…”.

“Hay algo que hemos pasado por alto” –dijo un tercero–, “y es el taxi. ¿Dónde está? Hace ya diez días que Luis fue asesinado y el taxi no ha aparecido”.

“El dueño vino a preguntar por el carro varias veces esta semana”.

“Si no apareció hasta hoy, no creo que lo encontremos”.

“¿Por qué?”.

“O los asesinos se quedaron con él y lo disfrazaron y lo plaquearon, o lo llevaron a un deshuesadero de carros”.

“Sí, es posible”.

“Pero aquí lo importante es identificar a los asesinos”.

“Sí”.

“Vamos a entrevistar a los amigos, a los vecinos y a los compañeros de trabajo”.

“Ya lo hicimos y no tenemos nada que valga la pena destacar”.

“Hay que citarlos otra vez, o ir de nuevo donde ellos. Tal vez ahora dicen algo diferente, algo nuevo que nos dé una pista”.

“Está bien, pero prefiero citarlos para que el solo hecho de venir a la DNIC y moverse de sus casas o sus trabajos les cause molestia y temor. Así tal vez hablen y digan algo que ocultaron o se les olvidó decir”.

“Buena idea”.

Antecedentes
“Ahora vamos a ver quién era el señor don Luis”–dijo uno de los detectives, poniendo en la mesa una carpeta de la que había sacado varias hojas de papel impreso.
Pasaron unos segundos.

“Fue detenido hace nueve años por acosar a su exesposa y estuvo detenido veinticuatro horas en la posta de La Granja. Lo detuvieron hace siete años por manejar en estado de ebriedad y portar un puñal en la cintura. Dijo que era para defenderse de los ladrones. Lo detuvieron en la colonia Kennedy porque golpeó el carro de un anciano y cuando este le reclamó, él lo golpeó y lo tiró al suelo. Lo capturaron con la ayuda de los guardias de un banco de la zona. Es todo”.

“¿Nada grave?”.

“Nada”.

“¿Tenía teléfono celular?”.

“La hermana nos dio el número y ya se hizo la solicitud del vaciado”.

“¿Entonces?”

“Hasta aquí hemos llegado… Veremos qué encontramos en las entrevistas y en el vaciado del teléfono”.

“Hay que buscar el taxi”.

“Bien”.

Sin embargo, el expediente de Luis se archivó. Nada nuevo agregaron en él los detectives, el vaciado telefónico no dejó ninguna pista y el taxi no apareció. Pero siete meses después, un campesino que cuidaba unas vacas encontró otro cuerpo.

Era el de un hombre joven que había sido asesinado entre seis y diez horas antes, en opinión del forense. Lo degollaron. El forense dijo que un arma punzocortante se hundió despacio en su garganta y que después le hicieron dos cortes profundos que seccionaron la tráquea y la vena yugular.

Pero había algo más. Lo amarraron de pies y manos y estaba desnudo hasta las rodillas. Y tenía heridas en los genitales, heridas hechas con un cuchillo o una navaja puntiaguda y bien afilada. Y lo dejaron tirado en la carretera de tierra que va a la aldea La Bodega, arriba de El Tizatillo, en la carretera al sur.
“¿De qué te acordás?” –le preguntó un agente de homicidios a uno de sus compañeros.

Continuará la próxima semana.