Siempre

'Simplificar la forma de escribir es quitarle capas al ego”

El autor habla de su séptimo libro “La intimidad de los recuerdos”, del oficio de escritor y de su incursión en la literatura infantil

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10.06.2017

Los títulos de la obra de Kalton Bruhl son engañosos.

Tal parece que su obra tratará de añoranzas y recuerdos en el más estricto romanticismo (“Donde le dije adiós”, “Un nombre para el olvido”, etc.), pero resulta que es todo lo contrario, la vida, en sus letras, es una tragicomedia.

A veces parece que el autor escribe en un cuarto oscuro riendo a carcajadas, pero resulta que su proceso creativo es mucho menos novelesco.

Este 2017, Bruhl presentó su sexto libro de microrrelatos “La intimidad de los recuerdos”, donde hay historias de esperanza, de lucha, de amor, de pérdida, pero vistas desde el lente oscuro del relato negro.

Sobre él hablamos en esta entrevista, pero también sobre otras cuestiones relacionadas con su quehacer literario y su giro hacia la literatura infantil.

¿Retoma en “La intimidad de los recuerdos” temas que han sido recurrentes en sus anteriores publicaciones?

Siempre están los temas basados en la vida, igual las cuestiones jurídicas, y siempre el relato fantástico y las historias relacionadas con la novela negra, el crimen. Creo que la temática siempre ha sido constante en todos los libros.

En sus relatos no faltan las historias bíblicas con giros inesperados, ¿las reescribe con atrevimiento o con cautela?

La influencia bíblica viene porque estudié en una escuela y colegio evangélico, donde la lectura de la Biblia era otra clase más.

Me resulta imposible no relacionar mis relatos con las historias bíblicas, y esa reescritura no la considero como una herejía o blasfemia, porque trato siempre de darle el debido respeto.

¿Escribir relato negro en un país violento como Honduras le da otra perspectiva a su obra?

En mi caso no creo que exista una influencia tan directa, ni siquiera he tomado casos reales de Honduras para convertirlos en ficción. No creo que vivir en un país violento como Honduras tenga que ver con que me guste esa temática, porque ya había comenzado a escribir sobre eso mucho antes de que la situación se pusiera así en el país.

¿Qué autores han marcado su obra?

Guy de Maupassant, con la concisión de sus historias y los finales que dejan un sabor amargo. Y en cuanto a mantener al lector entretenido, Sidney Sheldon, un escritor que lograba una fluidez en la narrativa que hacía que te mantuvieras entretenido.

¿Cómo es su literatura?

No creo que sea una literatura demasiado críptica como les gusta a algunos autores. No porque algo es difícil de entender es que es bueno, más bien muchas veces esos adornos literarios excesivos lo que ocultan es mala calidad. Borges decía que había que ir hacia lo simple.

Qué tiene de malo que el lector disfrute, no miro que tenga que hacerlo leer tres o cuatro veces para educarlo, no considero que con lo que yo escriba tenga que educar al lector.

Simplificar la forma de escribir es quitarle capas al ego, mientras más fácil escribís, más conforme estás con vos mismo; mientras más difícil escribís, es porque tenés más dudas y te da miedo que hablen mal de vos porque escribís fácil.

Creo que ese es un problema que tienen muchos escritores hondureños, de escribir con miedo a lo que van a decir de ellos. Yo no tengo problemas con eso.

¿Siente que a la gente le gustan más los textos extensos que el microrrelato?

Creo que esa es una de las diferencias que hay con este libro “La intimidad de los recuerdos”, los dos libros anteriores han sido solo de microrrelatos y aquí incluyo relatos más largos que a las personas les gustan.

No es que el microrrelato no tenga historia, lo que sucede es que en él es más importante lo que no dije. Pero ya en estos relatos el lector se siente identificado con una historia larga.

¿En qué condiciones escribe?

Dejo que la historia crezca en mi mente y prácticamente solo me siento a escribirla. El microrrelato te da posibilidad de escribirlo en cualquier momento. No creo que necesite un espacio especial o un lugar especial para tener que escribir.

Lo que ocupo es una computadora, un poco de tiempo y de tranquilidad, porque la cuestión de escribir sigue siendo un proceso solitario.

¿Qué personajes disfruta crear, los malévolos o los inocentes?

El malévolo es más divertido porque siempre hay una fascinación a los personajes que son un poco malvados, creo que nos sucede a todos, incluso en el cine, si vemos una película y el malo es inteligente, no podés evitar sentir un poco de atracción, eso siempre ha sido una constante.

Al final, sí hay cierta tendencia del ser humano no a la maldad en sí, si no hacia el ingenio, creo que todos admiramos el ingenio y si alguien lo utiliza para cuestiones negativas, lo seguimos admirando, porque lo que admiramos al final es la inteligencia.

¿Por qué personaje de la literatura siente más empatía?

Jean-Baptiste Grenouille, de “El perfume”, es un malvado y al final sentís un poco de empatía hacia él.

¿Con qué personaje de sus historias no le gustaría encontrarse?

Con Fred, de “La mente dividida” (su novela corta), ese no me perdona. Sería bien difícil que existiera, pero no quisiera encontrarme con él.

¿En algún momento ha pensado escribir la continuación de “La mente dividida”?

Sí, es la intención. Siempre ha sido un proyecto que he tenido como pendiente, la historia tiene una continuación. Si me decido a escribir algo de mayor extensión sería la segunda parte de “La mente dividida”.

¿Es un riesgo escribir la segunda parte de una novela?

Puede ser, si a la gente le gustó la primera siempre va a ser un riesgo, hay una frase de que las segundas partes nunca son buenas, desde luego hay excepciones, pero creo que en este caso es la misma historia la que pide una continuación, la que necesita un final.

¿Continúa escribiendo cuentos infantiles?

Sí, y ya tengo inéditos dos libros de narrativa infantil. He comenzado a darle un poco más de dedicación a esto, en algún momento buscaré la posibilidad de una publicación. Quiero hacer un tercer libro, estoy pensando una historia.

Es un cambio drástico pasar del microrrelato negro a la literatura infantil...

Sí, se siente el cambio, pero es un ejercicio interesante, como pasar de lo feo a lo bonito, pero hay que experimentar.

¿Mantiene algo de su estilo del relato negro en los cuentos infantiles?

No es un terror tan psicológico, pero por ejemplo tengo un cuento de un niño zombie. Sí hay una enseñanza moral en las historias, propiciar los valores, eso es importante si vas a escribir para niños. Desde un aspecto lúdico, que se diviertan, que se entretengan, pero siempre con una enseñanza moral.

¿Cuáles son las barreras que le ha tocado romper en este oficio de escritor?

La barrera de ser traducido y de verdad ser leído. En Centroamérica hay una barrera infranqueable, vas a una librería y no encontrás libros de autores de la región, salvo algunas excepciones.

Nosotros mismos nos creamos ese muro porque no hay una unidad editorial, no existe esa fraternidad de los escritores centroamericanos de patrocinarse.

El idioma no es la barrera, somos nosotros mismos, como decía Rolando Kattán, un libro que se publica en Tegucigalpa no se conoce en Comayagüela.