Crímenes

Grandes Crímenes: El pecado más grande (Segunda parte)

03.06.2017

SERIE 2/2
Dos perros desentierran el cadáver de un niño de una fosa improvisada cerca de la carretera hacia Valle de Ángeles. Un leñador avisa a la Policía y comienza una investigación que es más que un reto para los detectives de la DNIC.

El forense dice que el niño tiene roto el cuello y, en opinión de los agentes, fue asesinado, quizás por accidente. Pero, ¿cuál es la verdad en este crimen tan grotesco?

+Lea aquí: El pecado más grande (Primera parte)

DNIC

“Vamos a resolver este caso así sea lo único que hagamos en la Policía –dijo el oficial a cargo del equipo de homicidios–. ¿Entendido?”

“Entendido, señor”.

El oficial agregó:

“No es posible que una criatura inocente muera de esta forma y lo entierren como a un animal… Alguien tiene que pagar este crimen”.

“Entendido, señor”.

Siguió a esto un momento de silencio.

“¿Qué es lo que tenemos, señores? –Siguió diciendo el oficial–. Quiero resultados y nada de excusas. Hace una semana que se nos asignó el caso y a estas alturas debemos tener algún avance…”

“Señor –dijo un agente, poniéndose de pie–, tenemos la lista de las mujeres que parieron en el Materno Infantil los últimos seis meses y que llegaron al hospital de la zona de El Chimbo, El Sitio, Santa Lucía, la aldea Cerro Grande…”

“¿Y las de Seguro Social?”

“Solo tenemos tres nombres, señor”.

“¿Qué han hecho ustedes con esa información?”

“Las tres mujeres del Seguro tienen a sus niños, señor, y ninguna parió gemelos”.

“¿Y las del Materno?”

“En este caso, señor, vamos despacio…”

“¿Por qué?”

“Solo tengo dos hombres, señor, y tenemos que localizar a setenta y tres mujeres en una zona muy amplia”.

“Les dije que no quiero excusas ni quejas… ¿Entendido? Decime, ¿cuántos hombres más necesitás?”

“Unos cinco más, señor”.

“Con siete y vos, ¿cuánto tiempo tardarán?”

El agente dudó unos segundos. Los ojos del oficial parecían dispuestos a taladrar su cerebro para conocer sus pensamientos.

“No sé, señor, todo depende…”

“¿Depende de qué? –Lo interrumpió el oficial–. ¿Te falta personal? Te doy cinco más. ¿Tenés los nombres de las mujeres paridas? ¿Tenés las direcciones? ¿Qué más querés?”

El agente iba a contestar, pero las palabras se quedaron en su boca.

“Te doy diez hombres más –le dijo el oficial–, y quiero resultados para mañana en la tarde. ¿Estamos claros?”

“¿Para mañana, señor?”

“Eso dije”.

El oficial saludó con un gesto y salió de la oficina. Mientras caminaba hacia la puerta, dijo, sin ver a nadie en particular.

“Mañana a las tres de la tarde”.

Informantes

Los siete muchachos y las dos señoritas escuchaban con atención lo que aquel hombre les decía. Era un hombre joven y de aspecto sencillo que vestía un buzo azul, camiseta de beisbolista, tenis y gorra. Ellos, unos en calzoneta y otros en pantalones cortos, y las muchachas en licra.

“Esto es para ustedes –les dijo el hombre–, van quinientos lempiras para cada uno, y cien para pasajes…”

“Ya estuvimos averiguando, pero no encontramos nada” –dijo uno de los muchachos, el de mayor edad.

“Empecemos de nuevo. Ya están en la zona diez hombres más y mi oficial me exige resultados para mañana a las tres…”

“¿Y si la mujer no es de esta zona?”

“Entonces estamos perdiendo el tiempo”.

Nadie dijo nada.

“Todos tienen mi número, ¿verdad?”

“Todos” –dijo el que parecía el líder.

“Cada uno tiene una copia de la lista. Son setenta y tres mujeres con sus direcciones… Ayúdenme a encontrarlas y al final tendrán quinientos más”.

“¿Qué tenemos que preguntar?”

“Recuerden que son del Cliper de la colonia El Sitio y están confirmando que los niños que nacieron desde hace seis meses en el Materno están bien de salud, si están vacunados, si en este tiempo no se han enfermado… Y no se les olvide el nombre de la madre. Cada una debe tener a su niño en la casa”.

“¿Y la que no?”

“Esa será la que buscamos”.

Investigación

La investigación criminal es una obra de arte en sí misma. En ella se invierte pasión, lógica, inteligencia, sentido común, capacidad de deducción, voluntad y odio al delito.

En Honduras son muchos los nombres de investigadores criminales que deben ser recordados para siempre y que deben ser tenidos como ejemplo para las nuevas generaciones.

Criminalistas natos como Gonzalo Sánchez, Dennis Castro Bobadilla, Adán del Cid, Estefany “la española”, “Pachico”, “Quique” Ávila, Fátima Ulloa… ¡En fin! Muchos hombres y mujeres que hicieron una carrera brillante en la investigación criminal y que dedicaron gran parte de su vida a luchar contra el delito, resolviendo casos y haciéndoles justicia a las víctimas.

Hombres y mujeres cuyas hazañas no deben quedar en el olvido y que deberían servir como ejemplo en la Escuela de Investigación Criminal, que hace sus pininos en Honduras.

En este caso, la forma en que los perros desenterraron el cuerpo del niño hizo hervir la sangre de los detectives. Todos, en equipo y bajo la dirección de uno de esos oficiales tan tercos como Kerabán el testarudo, salieron a la calle a cazar, literalmente, a los asesinos.

“Porque no creo que solo una persona sea la responsable de la muerte de esta criatura” –dijo el oficial.

Llamadas

El teléfono del agente no dejaba de sonar. Los informantes sabían hacer su trabajo y llamaban más que los propios policías. A eso de las dos de la tarde, habían sido localizadas diecinueve de las mujeres de la lista y todas tenían a sus hijos con ellas.

“Concéntrense entre El Sitio y El Chimbo –dijo el oficial, que supervisaba el trabajo de los detectives–. Al niño lo enterraron entre estos dos lugares y creo que los asesinos viven por aquí”.

“Eso estamos haciendo, señor”.

“Recuerden que el criminal conoce bien la zona, o, al menos, nosotros debemos suponer que escogió este lugar para enterrar al niño porque la conoce”.

En aquel momento sonó de nuevo el celular del agente.

“¿Qué hay?” –dijo.

“No me parece importante este dato –le dijo una de las muchachas–, pero es mejor que se lo diga”.

“Ajá” “Aquí falta una mujer de la lista…”

“¿Dónde estás?”

“En El Chimbo”.

“¿Qué pasa con esa mujer?”

“Pues, que falta, y está en la lista…”

“¿Qué me querés decir con eso de que falta?”

“Que ya no vive aquí, pues”.

“¿Y está en la lista?”

“Sí”.

“¿Desde cuando no vive allí?”

“Eso no sé. Es mejor que vengan ustedes… Nosotros nos estamos dando mucho color”.

La mujer

El agente entró a la casa después de que el dueño le diera permiso y le dijo:

“¿Usted conoce a esta señora?”

-“Sí, es sobrina de mi mujer”.

-“¿Ella tuvo un niño en el Materno Infantil hace como cinco meses?”

-“Sí, por ahí… ¿Por qué?”

“¿Usted sabe dónde está ella?”

-“Mire, esa es una muchacha muy sufrida… Una noche se le enfermó el niño y se lo internaron en el hospital, y allá pasa cuidándolo”.

-“Y, ¿usted tiene comunicación con ella?”

“Mire, hace como dos semanas que ella no viene al cuarto… Allá es donde vive con el maridito… Nosotros le alquilamos ese cuarto desde que el otro esposo la dejó con la panza…”

“Entonces, ¿ella vive allí con el nuevo marido y con el niño?”

“Sí”.

“Y, ¿tiene número de teléfono para hablar con ella?”

El hombre se quedó mudo por largos segundos. Entendió que había hablado demasiado y hasta ese momento empezó a preguntarse por qué la Policía buscaba a su sobrina política.

“¿Qué es lo que hizo la chavala, usted?” –Preguntó.

“Nada malo, señor, pero es que recibimos una denuncia de que unos niños fueron entregados equivocados en el hospital y andamos averiguando si eso es cierto… Y por eso queremos hablar con ella”.

“¿Qué entregaron niños equivocados? ¡Hum! Usted como que es muy mal mentiroso…”

“Deme el nombre del niño”

“Nahúm…”

“Excelente”.

El oficial tomó el radiotransmisor y dio una orden.

“Vayan al Materno Infantil y averigüen si está interno el niño Nahúm… Y hablen con la madre”.

“A la orden, señor”-

“¿Podemos ver el cuarto de la muchacha?” –preguntó, después, el oficial.

El señor dudó.

“Bueno –dijo–, si no se le pierde nada… Miren que el hombre de Yadira es bien delicado”.

“¿Es delicado? –Preguntó el oficial–. Y, con ella ¿cómo es?”

“Pues, es enojado… Ya usted sabe”.

“Y, ¿a qué se dedica este hombre? ¿En qué trabaja?”

“Es guardia de seguridad… Salió del Ejército, pero no halló trabajo y se metió a eso… Dice que se van a ir para Estados Unidos”.

“¿Se van a ir? ¿Quiénes?”

“Ellos, con el niño”.

“Y el papá del niño, ¿qué dice?”

“Ese no dice nada. Cuando supo que la chavala estaba en estado, se fue de la aldea… Ni siquiera ha visto al niño”.

Llegaron al cuarto mientras hablaban y, al empujar la puerta, esta se abrió sin dificultad. El cuarto estaba vacío.

Yadira

El oficial arrugó la frente.

¿Usted sabía que se habían llevado todo?” –Le preguntó al anciano.

“Ni me daba cuenta” –respondió este.

El oficial tomó el radiocomunicador una vez más.

“¿Qué tenemos en el Materno?” –Preguntó.

“Nada, señor. No hay ningún niño con ese nombre que esté interno”.

“¿En qué empresa de seguridad trabaja el marido de su sobrina?”

El oficial estaba molesto.

“No es empresa, solo sé que trabaja en una colonia…”

“¿Tiene algún número donde localizarlo?”

“De él no, señor, pero de la muchacha sí… Vamos a la casa para dárselo”.

El oficial habló de nuevo por el comunicador.

“Estén listos –dijo–; necesito a todo el personal en alerta… No quiero que se nos escape un maldito asesino”.

El anciano dio un salto.

“¿Asesino?” –preguntó.

“Usted deme el número, señor…”

El oficial tomó el número de una libreta pequeña.

“¿Usted tiene celular, señor?” –Le preguntó al anciano.

“Sí –respondió este–; aquí lo tengo”.

El oficial se lo quitó de las manos, lo abrió, le quitó la batería y el chip y se lo dio a uno de sus agentes.

“En la próxima media hora usted no va a necesitar este teléfono” –le dijo.

El señor temblaba.

La llamada

El teléfono sonó varias veces. Luego salió la contestadora. El oficial insistió.

“Por favor, deje su mensaje”.

Marcó de nuevo.

Una voz suave contestó, algo agitada.

“Aló” –dijo.

“Hola, señora Yadira –dijo el oficial, dulcificando el acento–; ¿está Carlos?”

“No, ¿quién le habla?”

“El encargado de la empresa de seguridad… Le hablo por lo del trabajo…”

“¿Trabajo? ¿Cuál trabajo?”

“Él metió su currículo en esta empresa y le dieron el puesto… ¿No sabía que quería salirse de donde está laborando?”

“Sí, sí sabía, pero no me había dicho que estaba buscando trabajo en otra parte… Pero ahorita lo voy a llamar para decirle la noticia…”

“Se va a alegrar, pero sería mejor que la noticia se la dé yo, señora, porque como voy a ser el jefe de él…”

“Sí, ¿verdad?”

“¿Dónde está él ahorita? Mire que lo he llamado al número que nos dio y no contesta…”

“Es que allí son bien estrictos –dijo Yadira–; viera que a veces ni yo le puedo hablar…”

“Es que él es bien responsable, y eso es lo que queremos en la empresa… Perdone, ¿cuál es el lugar en el que trabaja?”

La mujer dio un nombre. El oficial cortó la llamada de inmediato.

“Atención –dijo por el radiocomunicador–, quiero que todo el personal que esté cerca de la empresa XX vaya allí ahorita mismo y detenga a un guardia que se llama Carlos… Pero salgan ahorita mismo…”

Dijo esto y marcó de nuevo el número de Yadira. Estaba ocupado.

“La mujer lo está llamando para decirle lo del trabajo –gritó el oficial–; si entiende mi jugada se nos va a escapar”.

Marcó de nuevo el número. Yadira contestó.

“Perdone –le dijo el oficial, reteniendo la respiración–, se me cortó la llamada… La llamé de nuevo y estaba ocupado…”

“Es que estaba llamando a Carlos, pero no me contestó” –dijo ella.

Los próximos diez minutos, el oficial habló con Yadira. Un agente se quedó en la casa de su tía, con el celular desarmado del señor.

Carlos

Estaba comiendo semitas con Coca-Cola. Cuando los detectives apuntaron sus armas hacia él, se puso de pie y se quedó más blanco que el papel.

“Estás detenido por la muerte del hijo de tu mujer” –le dijo el agente.

“Yo no lo maté –gritó–. Yo no lo maté… Fue ella… Ella lo zarandeó porque estaba llorando y ni cuenta se dio cuando el niño se le murió… Yo solo lo enterré…”

En aquel momento sonó el celular de Carlos. Era Yadira:

“La Policía me agarró por vos” –gritó.

Un detective le quitó el aparato.

“Yo no maté al chavalito” –insistió Carlos, mientras dos detectives lo inmovilizaban por los brazos.

“Vas a decirle eso al fiscal –le dijo el agente–. ¿Dónde vivís?”

“En Altos de Santa Rosa”.

“Vamos para allá”.

Nota final

Carlos sigue en la cárcel, maldiciendo una y mil veces a su mujer. Yadira está prófuga. Varios años hace que la busca la Policía.

“Todo el trabajo se perdió por la negligencia de un agente –dice el oficial–. Si le hubiera quitado el teléfono o al menos no hubiera dejado que contestara.

Pero sé que esa mujer va a caer, igual que aquella que mató al hijastro golpeándole la cabeza en una esquina de la pila, cuando el niño le pidió comida… La maldecida después le quemó el ano con un leño encendido… Nos tardamos años en hallarla, pero ya está pagando su crimen; y esta va a caer también. No hay pecado más grande que hacerle daño a un niño”.

+Lea aquí: El pecado más grande (Primera parte)