Crímenes

El cómplice silencioso

13.05.2017

SERIE 2/2

Resumen

Una mujer sale de la Penitenciaría Nacional después de visitar a su esposo que está privado de libertad, pero nunca llega a su casa, en El Progreso.

Su cadáver, torturado, aparece en una cuneta cerca de Zambrano. No se sabe quién la asesinó y su muerte queda en la impunidad, hasta que el H-3 se hace cargo del caso… muchos años después.

El detective

En opinión del H-3 no hay caso difícil, de la misma manera en que no hay crimen perfecto. En realidad, la solución de un caso criminal depende de la voluntad, la astucia y la dedicación del investigador. Sin esto, ni toda la tecnología ni toda la ciencia sirven de mucho.

“La investigación criminal es un don –dice Robert Robertson, exagente del FBI–, que se desarrolla con la práctica”.

Y aquel don, tan natural en el H-3, iba a ponerse en evidencia una vez más ante un caso “viejo y olvidado que ya no le interesaba a nadie”.

“Algo me dijo que el esposo de la víctima sabía más de lo que me estaba diciendo –dice el H-3–. Mientras hablaba conmigo, varias veces cambió de color, no me miraba a los ojos y sudaba.

En dos ocasiones se mojó los labios con saliva y su voz sonó ronca cuando se le resecó la garganta, lo que me demostraba que estaba nervioso porque mentía con mucha inseguridad.

La última señal que noté fue cuando se apretó la nariz. Mentía y al mentir, los vasos sanguíneos de sus fosas nasales se dilataron ante la presión de la sangre, que aumentó de repente cuando se vio obligado a decir mentiras.

Aunque no lo hacía descaradamente, mentía para dejar en el pasado la muerte de su esposa, un crimen del que sabía mucho. El problema era demostrar mi teoría, aunque estaba seguro de que no me equivocaba”.

Tiempo

Tres meses tardaron los detectives en volver a El Progreso. El hombre se había olvidado de ellos, sin embargo, cuando vio que el pick-up doble cabina, color blanco, se detuvo al frente de su casa, se levantó de un salto de la hamaca en la que estaba descansando.

“¿Se acuerda de mí? –le preguntó el H-3.

“Sí” –dijo él, nervioso.

“Queremos hablar con usted”.

“Ya les dije que no sé nada”.

“Eso lo veremos” –replicó el detective.

“Ustedes no tienen una orden…”

“Pero la podemos conseguir –lo interrumpió el H-3–, aunque para eso tenemos que decirle al fiscal del Ministerio Público que lo consideramos sospechoso del asesinato de su esposa, y el fiscal le va a decir al juez y este va a emitir una orden de captura y usted va a volver a la cárcel por mientras se investiga bien el caso…”

El hombre estuvo a punto de desmayarse. El H-3 lo tenía entre la espada y la pared.

“¿Cómo quiere que hablemos –le preguntó este–, aquí en su casa o vamos a las oficinas de la DNIC en Tegucigalpa?”

El hombre se rindió.

EL H-3. “Yo estoy seguro de que usted sabe por qué mataron a su esposa y quién la mató” –le dijo el detective, en la sala de la casa.

“Eso fue hace años”.

“Sí, pero el hecho de que pase el tiempo no significa que un crimen debe quedar sin castigo… Y nosotros estamos interesados en resolver el caso de su esposa”.

“Yo no la maté”.

“Ya lo sé, y no lo estamos acusando, pero usted sabe quién lo hizo. De eso queremos que nos hable, y que nos dé nombres…”

“Yo no sé nada”.

El H-3 se puso de pie.

“Bueno –dijo–, entonces lo vamos a detener como sospechoso de haber asesinado a uno de sus compañeros del Módulo de Procesados II”.

El detective sacó a relucir las esposas de acero. El hombre se puso de pie.

“¿Qué es lo que está diciendo?”

El H-3 esperó un momento antes de agregar:

“Exactamente noventa y tres días después de la muerte de su esposa, uno de sus compañeros del Módulo fue atacado por la espalda con un punzón hecho con un clavo… Le perforaron un pulmón y le lesionaron el corazón. El hombre murió una semana después en el Hospital Escuela… ¿Se acuerda de eso?”

“Sí –respondió el hombre, titubeando–, pero yo no lo maté… Esa gente tenía enemigos”.

El detective sonrió.

“Siéntese” –le dijo, guardando las esposas.

Muerte

“Lo primero que hice, después de irme de El Progreso –dice el H-3–, fue ir a la Penitenciaría de Támara. Quería conocer algo más acerca de aquel hombre que me pareció misterioso. Aunque había pasado mucho tiempo, algunos de sus compañeros todavía están allí, cumpliendo largas condenas. Varios lo recordaban”.

El H-3 hace una pausa.

“Nadie dijo nada interesante y ya me daba por vencido, cuando uno de los reos me dijo: A ese men le echaban la muerte del hermano del gallero…”

De inmediato se despertó el interés del H-3.

“A ese hombre lo atacaron por la espalda con un punzón hecho con un clavo –dijo el reo–, pero fue después de que el hermano muriera en el hospital”.

“¿El hermano?”

“Sí, los dos estaban condenados por abigeato, homicidio y secuestro; no sé qué cosas más, pero aquí se dedicaban a jugar gallos y les iba muy bien… Eran hermanos y no se llevaban mal con nadie, pero una noche, el mayor de los dos se despertó gritando de dolor y vomitando sangre, lo llevaron al hospital, pero murió… Meses después, como unos seis o siete, mataron al hermano que quedaba… Fue con un punzón… No se supo quién lo mató, pero unos aquí dicen que fue aquel chavo que se llevaba con ellos, ese por el que usted está preguntando, un man del Progreso que estaba en el ‘tabo’ por roba carros”.

Expedientes

El siguiente paso del H-3 fue investigar estas muertes. Varios de los reos dijeron que el hombre cenó a eso de las siete de la noche, después de una partida de naipes, y que menos de una hora después empezó a sentirse mal, se notaba desesperado, se le arqueó la espalda y los músculos se le paralizaron.

Cuando cayó al suelo, convulsionaba. No tardó el H-3 en darse cuenta qué fue lo que pasó con aquel hombre. Los expedientes eran claros. El hermano mayor murió envenenado.

En la morgue le sacaron del estómago restos de pollo con estricnina.

El forense dijo que ingirió más de cuatrocientos miligramos. Meses después, atacaron al hermano. Pero, ¿quién tenía interés en asesinarlos? ¿Quién puso veneno en el pollo que comió el hermano mayor? Nadie lo sabía.

Malicia

El H-3 sonrió cuando terminó de armar el rompecabezas de aquellas muertes. Primero, el hermano mayor, luego la mujer y después el hermano menor del gallero. ¿Qué había pasado aquí? ¿Por qué se decía que el esposo de la mujer torturada y asesinada era el responsable de la muerte del segundo hermano?

“Era hora de usar la imaginación –dice el H-3, sonriendo–. En la mayoría de los casos, la imaginación es un buen auxiliar del investigador”.

El detective hace una pausa.

“Volví a la Penitenciaría unos días después –agrega–, pero esta vez llevaba varias preguntas en la cabeza…”

El hombre

Estaba pálido, sudaba y de vez en cuando miraba a su mujer y a sus hijos con ojos húmedos.

“No tenga miedo –le dijo el H-3–; por desgracia para la Justicia no puedo probar que fue usted quien mató al hermano menor del gallero”.

El hombre dejó de respirar, miró a su mujer y, con la boca abierta, vio de nuevo al detective. Había terror en sus ojos.

“Ya le dije que, aunque estoy seguro, por desgracia, no puedo probar que fue usted el que le clavó el punzón en la espalda al muchacho. No se preocupe”.

El hombre esperó unos segundos antes de decir:

“¿Cómo sabe eso?”

Teoría

“Mire –le dijo el H-3–, al principio, cuando revisé los expedientes de los muertos, me di cuenta que el gallero murió envenenado la noche del mismo día en que su mujer fue a visitarlo a la Penitenciaría. Tenía varios meses de no ir a verlo; ella estaba enojada con usted porque usted tenía otra mujer, y esa mujer iba a visitarlo siempre.

Ese día, usted estaba enfermo. Vi su expediente en la clínica de la cárcel y usted estuvo con disentería ese día y el siguiente. Su esposa fue a visitarlo y le llevó el pollo, pero usted no pudo comerlo porque estaba enfermo y para que no se perdiera, usted se lo regaló al gallero, que se lo comió después de jugar naipes. El pollo estaba envenenado con estricnina porque su esposa quería matarlo a usted porque le era infiel. ¿Me equivoco?”

El hombre estaba sorprendido.

“No” –musitó.

“Cuando el hermano menor del gallero supo que el pollo estaba envenenado y que eso fue la causa de la muerte de su hermano, quiso vengarse y habló con uno de sus hermanos que iba siempre a visitarlo. Dedujeron que el veneno era para usted y que como usted estaba enfermo, regaló el pollo… Y allí mismo condenaron a muerte a su mujer… La esperaron, la secuestraron y la torturaron.

Luego, la mataron. Era el justo pago. Pero, lo que no logro explicarme es por qué no lo mataron a usted también… si el hermano menor del gallero le confesó a usted que su mujer quiso envenenarlo, pero que el muerto fue su hermano. Allí fue cuando le confesó que ellos mandaron a matar a su mujer. Después, usted se vengó”.

El hombre sudaba a mares. Temblaba y su mujer, asustada, le sobaba una mano.

“Ahora –siguió diciendo el H-3–, deme el nombre del hermano que asesinó a su esposa”.

Los labios resecos del hombre se abrieron despacio y, con temor, pronunció un nombre.

“Es el mismo que está en los registros de visita de la Penitenciaría” –dijo el H-3.

El hombre no dijo nada.

“¿Dónde vive?” –preguntó el detective.

“No sé… No sé nada de ellos desde que… murió el otro hermano”.

“Bien –dijo el detective, poniéndose de pie–, ya lo vamos a encontrar…”

El hombre lo miró de abajo hacia arriba.

“¿Qué va a hacer conmigo?” –preguntó.

“Usted no va a confesar su crimen –le dijo el H-3–, y eso me agrada porque voy a venir por usted cuando pueda probar que fue usted quien mató al muchacho con el punzón, en venganza por la muerte de su esposa”.

El H-3 cierra los expedientes y dice:

“Una confesión me hubiera quitado el gusto por la investigación del crimen del muchacho…”

“¿Qué pasó con el hermano del gallero?”

“Le espera la misma celda donde estaban sus hermanos. Algún día llegará deportado de Estados Unidos, entonces, la Policía lo estará esperando con la respectiva orden de captura”.

El H-3 sonríe, pero es una mueca triste. No pudo probar que aquel hombre fue el que mató con el punzón al asesino de su esposa, de la misma forma que no le dejaron tiempo para probar que fue una mujer la que mató a los dos amantes con el cianuro que les puso en la sopa instantánea, en una habitación de motel… Por desgracia para la investigación criminal en Honduras, lo depuraron.