Crímenes

Grandes Crímenes: Collar de púas

11.03.2017

Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Reina

La condenaron a dieciocho años de cárcel. Cuando salió, por buena conducta, ya no era la misma. Entró con odio y salió con una profunda tristeza. Entró satisfecha de lo que había hecho y salió arrepentida. Había castigado al hombre que le destruyó la vida, pero en la cárcel esa vida cobró sentido y se dio cuenta que lo había arriesgado todo por odio, y que todo lo había perdido. Tenía diecinueve años cuando el juez le dijo que la condenaba a dieciocho años y tres meses de prisión. Diez años después, había envejecido.

“En aquel tiempo estaba segura de que tenía que hacerlo –dice Reina, con la mirada vacía–, hoy, creo que fue el mayor error de mi vida. Perdí diez años en la cárcel y estoy marcada para siempre… Soy la asesina de mi padrastro, mi madre y mis hermanos me odian y a veces no estoy segura de que Dios me haya perdonado”.

“Entonces, ¿por qué lo hizo?”

“Por odio, por venganza… Estaba ciega y no pasaba un día sin que yo imaginara una y mil formas de matarlo”.

“¿Por qué lo odiaba tanto?”

Reina calla, suspira y se pone pálida. Sus recuerdos son dolorosos.

“Fue mucho después cuando tomé conciencia de que lo que hice estuvo mal. No me pesa haber estado en la cárcel, me duele lo que perdí… Tal vez si hubiera perdonado, mi vida no sería un infierno…”

Deja el tenedor en el plato, pone los codos en la mesa y junta las palmas de las manos. Reina está viajando al pasado…

Caso

“Lo maté –dice, como si acabara de resucitar–; lo planifiqué un año entero, pensé bien cada paso y repasé una y mil veces cada detalle. Estaba segura de que todo me iba a salir bien y que la Policía jamás sospecharía de mí…”

Hace una pausa. En “Dennis” la música está muy alta, como si fuera discoteca en vez de un restaurante, y ella no quiere levantar la voz. Cuando logramos que bajen el volumen, ella continúa:

“Ahora sé bien que no existe el crimen perfecto –dice–, aunque todavía no sé cómo me descubrieron”.

El antiguo detective de homicidios de la vieja Dirección de Investigación Criminal (DIC) sonríe. Él llevó el caso desde que encontraron el cuerpo y, bajo la dirección de Gonzalo Sánchez Picado, lo resolvió en menos de una semana.

“No fue difícil –dice–, usted cometió muchos errores, aunque no todos podían llevarnos hasta usted, pero uno solo nos dio una buena pista…”

“¿Uno solo?”

“Sí”.

“¿Puedo saber cuál fue?”

“Su odio”.

Reina abre la boca para decir algo, pero la sorpresa la deja muda.

“¿Mi odio? –pregunta, poco después–. No lo entiendo.

La sonrisa se borra del rostro del exdetective.

“Aquellos fueron buenos tiempos –dice–, era otra Policía de Investigación; teníamos buenos elementos, estaba bien dirigida, se trabajaba con prueba científica y resolvíamos casos por muy difíciles que parecieran…”

Reina lo mira casi sin entender.

“Entre los muchos errores que cometió –continúa diciendo el ex detective–, fue la violencia con que lo mató”.

Sigue a esto un momento de silencio. Reina espera. Tal vez por fin sepa qué fue lo que la llevó a la cárcel.

Cuerpo

La mitad de la sangre de aquel hombre estaba alcoholizada. Eso fue lo que dijo el forense. Estaba tan borracho que un niño de cinco años lo hubiera dominado sin mucho esfuerzo.

Era claro que había llegado hasta aquel lugar por su propia voluntad y que la persona que lo asesinó iba con él. Además, era fácil suponer que el asesino era una mujer.

El hombre estaba desnudo en la parte de atrás del busito Toyota, estaba tendido de espaldas y había líquido seminal entre la sangre que encontraron en el asiento.

Todas sus cosas estaban en el vehículo, por lo que la Policía descartó el robo como móvil del crimen, desechando, al mismo tiempo, la posibilidad de que la mujer con la que la víctima había tenido sexo fuera una prostituta. Además, nadie que pretendiera robarle a un borracho iba a matarlo de aquella manera.

Reina está en silencio, su comida se enfrió y se traga, literalmente, cada palabra del expolicía.

Detalles

“Solo alguien que odie tanto mata con aquella furia –agrega este–, y en el modus operandi me di cuenta de que la mujer con la que este hombre había tenido relaciones deseaba su destrucción por venganza… ¿Por qué razón? ¿Por despecho? Sí, era posible.

Una mujer despechada es capaz de muchas cosas. Pero me detuve a pensar en algo: una amante despechada, por lo general, mata con cuchillo prestado, o sea, que manda a matar… O usa veneno… Pero en este caso había demasiada ira, demasiada saña contra la víctima y el despecho no llega a tanto; por eso pensé que aquel hombre, en opinión de su asesina, merecía la muerte que recibió y el sufrimiento que vivió”.

Algo parecido a una sonrisa aparece en el rostro de Reina.

“Primero –añade el exdetective, luego de pedir que le llenen su taza de café–, la asesina se cita con él, o acepta verse con él; luego, acepta ir hasta aquel lugar en la carretera vieja a San Pedro Sula, un lugar solitario y apartado donde pueden tener privacidad.

Una vez allí, se pasan a la parte de atrás del busito y tienen relaciones.

Estas fueron de mutuo consentimiento. Pero no era esta la primera vez. Seguramente eran amantes desde hacía mucho tiempo.

Reina toma un sorbo de agua para refrescar su garganta reseca. Poco a poco está reviviendo aquella mañana funesta.

El detective continúa.

“Pero la mujer ya llevaba la intención de asesinarlo y para eso llevaba escondido un cuchillo de carnicero, largo y afilado”.

Un temblor repentino hace que Reina se estremezca.

“El hombre estaba desnudo, solo tenía puestos los calcetines, señal de que ella también se desnudó por completo y se entregaron juntos a disfrutar del momento, pero él estaba borracho, tenía mucho alcohol en la sangre y eso hizo que se durmiera o se desvaneciera después del acto, quedando a merced de su asesina… Es posible que ella lo incentivara a tomar más licor para dominarlo fácilmente… Debemos recordar que en el busito encontramos dos botellas vacías de ron, varias latas de cerveza Imperial, vacías también, y un paquete de cigarros…”.

Reina toma otro trago de agua.

“Imagino que el sexo fue intenso a juzgar por la cantidad de semen que se encontró en el pubis y entre las piernas de la víctima. Esto ayudó a debilitarlo más. Una vez rendido y adormilado, ella lo atacó. Lo primero que hizo fue cortarle el cuello, desde atrás.

Fue un corte difícil, con poca fuerza al principio, hecho con muchos nervios porque había en el cuello varias cicatrices. Pero cuando el dolor espabiló al hombre, la asesina no tuvo más remedio que hundir el cuchillo con más fuerza y cortar lo más rápido posible. Y así lo hizo.

El cuchillo, que venía desde la izquierda, se hundió más en la garganta hasta cortar limpiamente la yugular en la derecha. Pero el hombre no murió de inmediato.

Ella lo hirió en el estómago mientras él trataba de contener la sangre con las manos. Esta herida fue grave, el hombre se desangraba, pero ella siguió hiriendo hasta que él ya no se movió.

Estoy seguro de que ella le gritaba por qué lo mataba… Al final, quiso mutilarle los genitales, pero algo la detuvo… Miedo, tal vez, o repugnancia… Y esto fue lo que me demostró que este hombre le había hecho un grave daño a su víctima y que esta lo odiaba por eso y que había planificado su destrucción”.

Reina suspiró. Dos gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

“Cuando entrevisté a la esposa, o sea, a la madre de Reina, noté que ella trataba de ocultar algo, y sentí que ella sospechaba de alguien en especial. Y cuando hablé con Reina, ella no mostró la menor tristeza por el final que tuvo el hombre que la había criado desde los cinco años de edad…”

Pregunta

“Le hice una sola pregunta –prosigue el expolicía–; fue una semana después del entierro, si mal no recuerdo. La cité a la oficina, en Villa Adela, y ella llegó vestida de rojo, bien peinada y olorosa. Eso no lo olvido porque no me pareció correcto que vistiera de aquella forma estando su madre de luto”.

Reina suspira, se arregla un mechón de pelo y dice, con voz pausada:

“Ya veo que cometí muchos errores, fue una gran estupidez lo que hice”.

Hace una pausa, mira hacia los lados por un momento, y sigue diciendo:

“Yo ya no vivía con ellos, me fui porque no soportaba más aquella vida.

Él me violó cuando tenía cinco años, al poco tiempo de irse a vivir con mi mamá, lo que a ella no le importó, ella quería un macho para sentirse segura y protegida y le valía lo que a mí me pasara.

Con los años, yo me acostumbré a vivir así, pero sé que mi mamá me odiaba; yo me ponía más bonita conforme crecía y ella envejecía con cada parto, y él me prefería a mí… Eso me alegraba porque sé que mortificaba a mi mamá y la hacía sufrir, y era parte de mi venganza.

Pero un día me fui. Él me buscaba y yo lo detestaba, hasta que empecé a imaginarme cómo matarlo… Un día nos citamos en el Parque Central y de allí nos fuimos a la salida del norte… Todo pasó como lo dijo el detective…”.

Este sonríe satisfecho. Ella concluye:

“Todavía llevo en mi cuello ese collar de púas”.

Ahora sus lágrimas no se contienen.

Lea aquí: Una rosa muy cándida (Parte I y II)