Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La mala hierba

31.12.2016

Este relato narra casos reales.

Se han cambiado los nombres.

La prueba siniestra
La doctora, una mujer joven y entusiasta, empleada de Medicina Forense, vestía una gabacha blanca que poco a poco se iba empapando con agua y detergente. No hablaba y sus manos enguantadas se movían con destreza sobre el cráneo humano que acababa de limpiar con una solución de cloro y limpiador de pisos. Era una calavera pequeña que conservaba todos los dientes y que parecía verla desde las cuencas vacías y oscuras. Con el paste para lavar trastos, la doctora raspó el cráneo hasta lograr una blancura igual a la de su gabacha, luego, la levantó para contemplar su obra. Estaba perfecta.

La giró un poco y vio el orificio que destacaba en el hueso occipital, un poco más arriba del conducto auditivo externo. Satisfecha, sonrió, puso la calavera a un lado, sobre una mesa, y cogió otro hueso para lavarlo. Aquello era el esqueleto de una mujer joven que había sido asesinada de un balazo en la cabeza hacía poco menos de un año, el que había sido exhumado a petición del Ministerio Público para demostrar el “salvajismo” con el que el novio despechado le quitó la vida a la muchacha. Y la empleada de Medicina Forense debía presentar ante el juez el cráneo de la víctima como prueba definitiva contra el asesino.

Juez
“Este es el cráneo de Marcela, señor juez –dijo la doctora en el juicio, levantando la calavera–, el que fue exhumado como evidencia…”.

El juez la interrumpió.

“Doctora –le dijo, viéndola con indecible asombro–, ¿eso que tiene en su mano es el cráneo, la calavera de la víctima?”

“Sí, señor juez –respondió ella, triunfal–. Es la prueba más clara del crimen cometido por el acusado”.

El juez enmudeció de pronto. Un volcán se revolvía en su interior.

“¿Y se atreve el Ministerio Público a presentar ante este tribunal la calavera de la víctima como evidencia? –Explotó–. ¿Se le olvida al fiscal que en esta sala están los padres de la muchacha muerta? ¿Es que no entiende el fiscal que ese es un recurso grotesco, siniestro e inadmisible?”

El juez temblaba por la ira mal reprimida, dejó que pasaran unos segundos, y gritó:

“¿Esa es la clase de funcionarios que hay en Medicina Forense y en el Ministerio Público?”

Sus ojos echaban chispas.

“Doctora –dijo–, retire eso de esta sala inmediatamente”.

Hizo otra pausa y añadió, poniéndose de pie:

“Se suspende el juicio y se reanudará en quince días”.

El alboroto en la sala era igual al de la torre de Babel. Gritos, insultos y maldiciones se mezclaban con risas, burlas y críticas. La doctora no hallaba qué decir. El fiscal estaba pálido por la vergüenza y más allá, un hombre enorme hervía de cólera e indignación. En la mesa de la defensa, un muchacho se había puesto de pie; era el acusado. Volvería en dos semanas. Tenía medidas sustitutivas a la prisión. Lo acusaban de haber matado a su novia por celos y despecho. Según el fiscal, le esperaban treinta años de cárcel. Pero, en realidad, no iría jamás a prisión. A la salida del juzgado lo esperaba el padre de la muchacha. Estaba trastornado. El solo hecho de ver los restos de su hija, expuestos de aquella forma tan macabra, lo había enloquecido. Cuando vio salir al acusado se le acercó, sacó una pistola de su cintura y le disparó dos veces a la cabeza. Había esperado que se le hiciera justicia, pero aquella maniobra del fiscal derramó el vaso de su paciencia. Exhumar los huesos de su hija, lavarlos y presentarlos en el juicio fue algo que no pudo soportar y es algo que solo al Ministerio Público de Honduras se le puede ocurrir.

La muerta habló
Hacía calor y los ventiladores revolvían con más fuerza el aire caliente, sin embargo, a nadie le importaba, había llegado la hora en que el fiscal del Ministerio Público presentaría la “madre de todas las pruebas” en aquel juicio por asesinato y todos en la sala estaban seguros de que el acusado no se salvaría de la cárcel.

“Le van a caer treinta años” –decía uno.

“Pobre –contestaba otro–; por andar de cola caliente”.

“Va a salir casi de noventa” –murmuraba un tercero.

“¡Silencio en la sala!” –gritó el secretario.

“Tiene la palabra el representante del Ministerio Público –dijo el juez presidente, con voz de trueno.

Resumen
“Como todos sabemos, señor juez –dijo el fiscal, alta la frente y más orgulloso que un pavo real–, la señora Carmen fue asesinada después de una acalorada discusión con el acusado, en el interior del carro de este, luego de que ella se negara a seguir con la relación que sostuvo con él por varios años. Cegado por la cólera, por los celos y por el despecho, el acusado sacó su pistola y le disparó a la que fue su mujer; esta, herida, se bajó del carro, entró a su casa y se desmayó. Dos vecinas la llevaron al hospital tratando de salvarle la vida mientras el asesino escapaba. Pero, por desgracia, la señora Carmen llegó muerta al hospital. El médico de guardia que la recibió dijo que ya estaba muerta y la dejó en una camilla, cubierta por una sábana, mientras llegaba el personal de Medicina Forense y la Policía para el reconocimiento del cadáver”.

El juez presidente levantó una mano. El fiscal se detuvo.

“¿A dónde nos lleva todo esto, señor fiscal? –preguntó–. Eso ya lo sabe este tribunal porque se ha repetido muchas veces”.

El fiscal respondió de inmediato:

“Hacía solo una introducción, señor juez, para exponer mejor el testimonio que esta Fiscalía presentará a continuación”.

“Continúe”.

“Muerta doña Carmen, a causa del balazo que le infirió su exmarido, quedó su cadáver a la espera de Medicina Forense, sin embargo, sus dos vecinas, las que la llevaron al hospital, en un afán sincero por conocer la verdad acerca de la muerte, se arrodillaron frente al cuerpo y, con fe, con mucha fe, le pidieron a Dios que le permitiera a doña Carmen resucitar por un momento para que les dijera quién la había matado, y fue tanta su fe, señores jueces, que Dios les concedió lo que pedían”.

Un rumor cruzó la sala como una ola. La expectativa era mayúscula. El silencio fue completo.

“¡La fe mueve montañas, señor juez!” –gritó alguien.

“Doña Carmen se incorporó en la camilla –agregó el fiscal–, se quitó la manta de la cara y miró a sus vecinas. Estas, con toda serenidad, le preguntaron quién la había matado, y Carmen les contestó: “Me mató él, Alexis; me disparó con su pistola”. ¡Dios había hecho el milagro! Un criminal no quedaría sin castigo. La muerta, su propia víctima, había resucitado para acusarlo con su propia boca”.

El fiscal no cabía en sí de la alegría. ¿Se había visto algo parecido en la historia del mundo? ¡Jamás!

“Pero la muerta dijo algo más, señores jueces –agregó el fiscal–; les pidió a sus vecinas que le pagaran quince lempiras de tortillas que le debía a doña Celia y que buscaran el dinero en un cajón de su cómoda. Después de esto, se volvió a morir, dejando claro quién la había asesinado. Por todo esto, señores jueces, esta Fiscalía pide para el acusado la pena máxima: ¡Treinta años de prisión!”.

Condena

Los jueces deliberaron y, tomando en cuenta el testimonio de la muerta, que era, además, la víctima, condenaron a su asesino, pero cuando el juicio llegó a la Corte Suprema, en Tegucigalpa, a los jueces casi se les caen los dientes de tanto reírse.

“¿Se habrá visto estupidez más grande en la historia de la humanidad?” –preguntó uno de ellos.

“¿Cómo es posible que un fiscal del Ministerio Público de Honduras presente en juicio semejante testimonio?” –preguntó otro.

“Pero lo peor es que tres jueces –agregó un tercero, teniéndose el estómago–, ¡tres flamantes jueces, uno de los cuales es catedrático universitario en la Facultad de Derecho, hayan aceptado este testimonio y hayan emitido un fallo basándose en semejante burrada del fiscal”.

Nota
En realidad, no es de sorprenderse; cosas peores han hecho fiscales mediocres en su “afán patriótico” por servir a la justicia.

Un extraño ataúd
Las lágrimas se habían secado en el rostro de los parientes y ya solo esperaban que en Medicina Forense les entregaran el cadáver de Elisa Jediel para darle cristiana sepultura. A la muchacha la encontraron un día antes, muerta en un costal, asesinada brutalmente.

“Todo se lo dejo a Dios” –dijo la madre.

“Mi muchachita no se metía con nadie” –dijo una tía.

“Una joven más que fue asesinada y encostalada –dijo, en su reporte, Carlos Posadas–, y, como siempre, la Policía no sabe por qué la mataron ni de los hechores de este abominable crimen”.

“No hay nada más horrible ni más doloroso que ver fracasar a un hijo –murmuró otra mujer–; no sé por qué la mataron pero nosotros no pedimos nada para los asesinos; que Dios haga justicia”.

La espera había sido larga, y la angustia mayor pero, al fin, los empleados de Medicina Forense les entregarían el cuerpo.

“Llévenla para que la preparen” –les dijo alguien, y los parientes la llevaron a una funeraria. Ahora les quedaba el consuelo de llevarla a la tumba, en la flor de la vida.

¿Por qué la habían matado?

Nadie lo sabía.

¿Quiénes eran los asesinos?
Tal vez lo averiguaba la Policía, aunque ya no importaba, la muchacha estaba muerta y ya nada se podía hacer. Pero el dolor que causaba su muerte era insoportable; era algo que tal vez no se superaría jamás.

Los empleados de la funeraria metieron el cuerpo en el carro y se fueron. Aquel era un trabajo rutinario, quizás siniestro, pero era un trabajo. Los empleados ya no recordaban cuantos muertos habían llevado en aquel vehículo. Ahora le tocaba el turno a Elisa Jediel. Más tarde, tal vez, sería otro en que ocuparía un ataúd detrás de ellos.

“Este es un buen negocio –había comentado uno de los empleados de la funeraria–; la cosecha de muertos nunca se acaba”.

“Si se acaba nos quedamos sin trabajo” –dijo otro.

¿Qué seguía ahora?

Preparar a Elisa.

La familia se acercó al ataúd. Los empleados iban a sacar el cadáver. Pero, en ese momento, un grito estremeció la funeraria.

“¡Esa no es Elisa! ¡Malditos! ¡Me cambiaron a mi niña!”

¿Qué había pasado?

La sorpresa era mayúscula. En el ataúd estaba el cadáver de un hombre, alguien a quien no habían visto jamás.

No olvidemos que Medicina Forense es la parte vital de la aplicación de justicia en Honduras ya que de la objetividad científica de sus “expertos” puede salir una absolución o una condena, pero si se comete un error tan garrafal como confundir un cadáver, ¿qué otros errores se han cometido? ¿Cuántos inocentes están en la cárcel a causa de la mala praxis en esta institución del Ministerio Público?

Bien dicen que cuando se elige lo peor lo que debe esperarse es el desastre.

Cinco niños violados
Thomas Toombs se sentó al lado de la abogada Ritza Antúnez, que dirige su defensa, y se le vio más tranquilo y confiado; más allá estaba el doctor Denis Castro. Al otro lado de la sala estaban los fiscales del Ministerio Público. Pedían una condena severa para el “gringo” Thomas por la violación de varios menores de edad, todos varones.

El juicio había empezado varias semanas antes. Era la hora de la verdad.

“Señores jueces –dijo la defensa–, la fiscalía asegura que los niños mencionados en este juicio declararon por su propia voluntad diciendo que mi defendido había abusado de ellos, exponiendo detalles que no deseo repetir en esta sala, sin embargo, uno de los niños acaba de declarar que no sabe por qué lo trajeron aquí si a él el “gringo” no le ha hecho nada. Y es a este niño al que, según la fiscalía del menor, mi cliente violó. Pero Medicina Forense examinó al niño y dice en su informe que “no hay señales de violación en el niño”. Y el segundo niño presentado aquí declara que el señor Thomas Toombs no le hizo nada nunca y que no sabe por qué está aquí. Y el tercer niño dice que a él le dijeron que tenía que decir eso. ¿Quién se lo dijo? Personal de la Fiscalía del Menor. Y el cuarto niño asegura que lo amenazaron con llevarlo a Casitas Kennedy si no decía que el gringo lo había violado, lo que confirma el quinto niño, agregando, además, que el señor Toombs jamás les hizo nada de eso que dicen los fiscales. Testimonios que el honorable tribunal ha escuchado claramente”.

Hubo un grito en la sala, que se contagió a todos los pechos.

“El gringo es inocente” –dijo una señora.

“¡Silencio en la sala!” –ordenó el juez.

“¿Cómo es posible –dijo el doctor Castro–, que se lleve a prisión a un hombre acusándolo con testimonios falsos u obtenidos bajo presión y amenazas?”

¿Por qué tiene que suceder esto en Honduras?

Dos años ha estado el gringo Thomas en la cárcel. Los niños aseguran que él jamás los violó o abusó de ellos, pero la fiscalía insiste en condenar a un hombre al que las supuestas víctimas defienden a capa y espada.

Si seguimos así, ¿cuántos testimonios como estos llegaran a manos de los jueces? Y esto solo es una pequeña muestra. Hace unos años, “alguien” plantó pruebas en un caso que llevó a la cárcel a un inocente. Una estudiante de la Universidad Metropolitana fue asesinada a cuchilladas en el redondel de un banco, cerca del bulevar Suyapa. Un testigo dijo que vio todo y hasta describió la marca de los lentes para sol que andaba puestos el asesino, a pesar de que era una noche oscura. Al día siguiente encontraron un cuchillo, el que no vieron los técnicos de inspecciones oculares la noche del crimen, a pesar de que estaba a la vista de todo el mundo y había utilizado reflectores potentes para iluminar la escena; en la casa del sospechoso encontraron lentes de sol de la misma marca y una camiseta negra igual a la que describió el testigo, pero los lentes los compró un fiscal en el mercado San Isidro, y la camiseta en el mercado Colón, y la llevaron a la casa del muchacho. Le esperaban treinta años de cárcel, pero Gonzalo Sánchez lo salvó.

¿Y los zapatos burros con sangre fresca que presentó la fiscalía en un caso de Copán Ruinas? Seis meses guardó el detective los zapatos, y cuando los requisó no tenían sangre. Seis meses después, y luego de haber exhumado el cuerpo de la víctima, los zapatos aparecen con sangre fresca. Alguien quería ganar este juicio fuera como fuera, sin importar que se hundieran en la cárcel dos inocentes.

En este punto debemos preguntarnos: ¿qué es lo que hay que cambiar en el Ministerio Público? ¿Quién puede dirigir mejor Medicina Forense? ¿Cómo hacer que los fiscales sean más diligentes, más responsables y se apeguen al derecho? ¿Quién quitará la mala hierba del Ministerio Público?

Selección de Grandes Crímenes: los relatos más leídos en el 2016