Honduras

Los semáforos de los empleos, una verdadera oportunidad de vida

Miles de hondureños que no tienen la oportunidad de tener un empleo digno acuden cada mañana hasta los semáforos para vender sus productos

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07.07.2016

Tegucigalpa, Honduras
Para miles de personas, el color rojo de los semáforos significa un alto en una calle de varias vías, pero para muchos otros en Honduras, esta señal es una oportunidad diaria para trabajar y poder salir adelante.

Sumergidos en la pobreza por la falta de empleo y la desesperación por mantener a sus familias, que los esperan cada día con los brazos abiertos y su estómago vacío, cientos de hondureños salen cada mañana desde sus casas hasta una de estas señales de tránsito a vender sus productos.

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Con sus manos cargadas de aguacates, periódicos, cargadores de celulares y hasta mangos y cacahuates, estos compatriotas entiende que el color rojo significa esperanza. No es para menos, es el momento para ofrecer su producto a los conductores de vehículos que se estacionan esperando la señal de avance.

EL HERALDO recorrió los principales farolillos rojos de la ciudad, conoció cómo es un día de trabajo para estas personas donde la nobleza es una virtud no un título de herencias. Bajo el sol, la lluvia o el frío permanecen en “los semáforos de los empleos” buscando una oportunidad de vida.

Con sus rostros quemados por los rayos del sol que los azota durante todo el día y sus manos adoloridas de tanto cargar su mercadería esperando hacer una venta, estos obreros de las calles recorren de norte a sur la inmensa cola de vehículos que hacen el alto en los bulevares.

Una de estas personas es Adonis Palacios, un humilde ciudadano, padre de dos hijos que desde las 8:00 de la mañana hasta que la luz del sol se termina, ofrece su mercancía en el semáforo ubicado en el bulevar Juna Pablo II de Tegucigalpa, capital de Honduras.

“Tengo varios años de estar en esto; de aquí he podido sacar adelante a mis pequeños hijos para que vayan a la escuela y que no les falte su comida”, expresó Palacios mientras se limpiaba el sudor que goteaba de su frente con una franela que cargaba en su hombro.

Muy amables estos vendedores se acercan a las ventanillas de los carros para ofrecer sus productos.

Unos 30 segundos después -atento al cambio del semáforo-, salió en veloz carrera al ver en rojo el aparato amarillo que cuelga de un tubo del mismo color, una oportunidad más, una lucha que pocos entienden y menos se atreven a realizar.

Sin embargo, 50 segundos más tarde estaba de vuelta, “nada” exclamó refiriéndose a que no pudo realizar ninguna venta en la larga fila de vehículos que hicieron la señal de alto.

“Esto es así, aquí pasa y pasa uno, pero las oportunidades de vender algo son escasas. Hay días que le va bien a uno, pero hay otros que como el de hoy, ni para los frijoles hace”.

Entre la gran cantidad de comerciantes estaba una humilde señora de al menos 50 años, con varias manchas en su cara producto de las quemaduras del sol y su piel un poco ceniza y dañada, quien cargaba un limpiador de parabrisas.

Ella es doña Lourdes Valladares, una canillita que tiene más de 20 años de vender en la zona y que luego de terminar la venta de los periódicos en horas de la mañana, se gana unas moneditas extras limpiándole los vidrios a los vehículos que circulan por el bulevar.

“Son dos hijos de 13 y 14 años los que tengo, están chiquitos y necesitan comer a diario. Aquí en la mañana me muevo con los diarios para venderlos todos temprano y en la tarde con esta cosa (franela) para ganarme uno pesitos más”.

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“Es difícil, a uno cuando estaba joven no le daban chamba, no digamos ahora que ya estamos un poco viejos. En este país no hay empleo, entonces uno tiene que arriesgar su vida en estas calles para poder comer”, relató la humilde ciudadana mientras realizaba su trabajo.

Otro sector
Nuestro recorrido no se quedó ahí, continuamos por las transitadas calles de la capital hondureña y solo 20 minutos después, llegamos hasta uno de los semáforos de Plaza Miraflores.

7.9 por ciento

Es la tasa de desempleo abierto en la capital

En el lugar, nos encontramos al menos a 20 vendedores ambulantes, quienes ofrecían su producto a los vehículos. Entre ellos estaba una joven de tez trigueña y ojos claros que usaba una camisa roja, un sombrerito rosa y cargaba en sus fuertes manos un gancho lleno de dulces y cacahuates.

Nos regaló una sonrisa, nos reímos con ella, en especial nuestro camarógrafo, quien al parecer quedó flechado, se nos acercó y nos saludó con una voz suave pero segura, y bajó su producto para estrecharnos la mano.

Nos siguió viendo y nos suplicó, “por favor, no me vayan a grabar”, sin embargo, luego de un ojito del reportero gráfico y la insistencia de varios de sus compañeros de negocio que se acumularon curiosamente en el lugar, decidió brindarnos su nombre y un poquito de su historia.

“Yo me vine desde Tela, Atlántida, en busca de una oportunidad de trabajo a la capital hondureña, pero pasé mucho tiempo sin encontrar y decidí tirarme a vender en las calles para no morirme de hambre”, acotó Yazmín Vigil Stewart, mientras nos seguía regalando su enorme sonrisa.

El día ya casi se nos terminaba y el cansancio de la tarde ya nos pasaba factura. Nos estacionamos un rato en otro sector de la capital para degustar unas sabrosas paletas, sin embargo, a unos metros de donde estábamos, vimos otro semáforo y, como era de esperarse, otro grupo de personas realizaba su trabajo.

Según informaciones de la Alcaldía Municipal, al menos 73 intercepciones vehiculares estás sanforizadas, de las cuales, en la mayoría se puede ver a cientos de hombres y mujeres a la espera de la luz rojo que para ellos es de esperanza y de oportunidades.