Honduras

'Dios mío, que este fuego se apague”

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03.03.2015

TEGUCIGALPA, Honduras

“Buenas tardes, pasen adelante, Mariela ya va a salir”, nos dijo un señor al abrirnos el portón.

Ella llevaba una blusa rosada, jeans y bata quirúrgica color verde, como se lo recomendaron los médicos cuando salió del IHSS. La recuperación en casa ha comenzado.

Mariela Rodríguez se sienta en un amplio sofá. Su cara denota cansancio, rezago de largos días de angustia vividos en la sala del hospital.

Nos recuerda su niñez con mucho cariño y al hablar de sus padres, el verde de sus ojos se vuelve más intenso.

“Mis padres son superlindos, son un amor, somos bastante unidos, somos como uno solo”. Así, con esta confesión, ese cansancio se transforma en alegría.

Sonrisa breve que se esfuma cuando a su mente viene el recuerdo de esa llamarada de fuego que le arrebató una tarde de compañía entre madre e hija.

Mariela y su madre Norma estaban en la Feria del Agricultor ese 20 de febrero cuando todo se volvió una completa pesadilla.

El fatídico día

“Ese día fue un día normal, me presenté a mi trabajo, todo normal, cuando llegó la hora del almuerzo mi mami me dijo: ‘gorda, vamos a almorzar al Mayoreo’, es una tradición que teníamos hace 12 años, ir a comer allí todos los viernes, pero habíamos dejado la tradición y ahorita la estábamos retomando”. Sus manos empiezan a moverse de manera inquieta.

“Yo llegué al estadio, mi mamá ya estaba allí, pero no encontraba parqueo y pensé en dar la vuelta y llamar a mi mamá para decirle que nos fuéramos, pero ella ya estaba sentada y había ordenado la comida, di otra vuelta al estadio y tampoco encontré parqueo, le dije a mi mami: ‘mejor salí y nos vamos’, pero en ese momento por fin encontré parqueo”.

Sus largas pestañas se mueven de arriba a abajo una y otra vez, al fondo de la habitación su madre no contiene el llanto.

“Cuando empecé a comer me sentía incómoda, segundos después: la explosión”.

Sus ojos se abren rápidamente y sus manos ya no paran de moverse.

“Volteo a ver para atrás y veo la gran llamarada de fuego, me levanté y corrí hacia el lado equivocado, me quedé atorada en el mismo negocio”. Sus dedos dibujan una línea invisible en el sofá.

“Solo pensé que era imposible, pensé: ‘Dios mío, que este fuego se apague, no puede ser que yo me vaya a morir aquí’, fue horrible sentir el fuego en la espalda y en mis brazos”. En ese momento, su voz no es la misma con la que empezó el relato, el llanto la distorsiona.

“Cuando en un momento bajó el fuego, empecé a buscar a mi mamá, cuando la vi quemada pero caminando, me volvió la paz”. Su madre escucha con atención esta entrevista con EL HERALDO. Nosotros vemos una y otra y otra lágrima rodar por sus mejillas.

Desesperación

“Lo que pasaba alrededor fue otra parte horrible, miré a una madre abrazando a su hija frente a mí, veo a la gente corriendo, veo una persona con llamas en su cuerpo y cabeza prendida en fuego, yo solo decía: ‘Dios, que alguien lo ayude’”.

A Mariela, un pañuelo no le basta para contener las lágrimas.

“Fue como ver todo lo malo que pasa en las películas, uno no espera estar en esas situaciones”.

Asegura que al salir del mercado, los paramédicos no podían tomarle ni la presión debido a las quemaduras en sus brazos.

“Cuando llegamos al IHSS, avisé a mi trabajo y me dijeron que me fuera para la clínica privada, pero jamás me iba a separar de mi mamá”. Mariela decide seguir todo su proceso de sanación en el Seguro Social, hombro a hombro con su madre.

“Para mí era imposible saber que estábamos viviendo eso, yo no esperaba que ese incendio hubiese causado tanto daño, afortunadamente yo estoy bien, pero aún hay gente que está muy mal”.

“Yo solo creo que Dios hace las cosas por una razón, en medio de todo ese caos, pude ver muestras de amor incondicional, un esposo que se lanzó sobre su esposa para taparla del fuego y que ahora él está en cuidados intensivos, ver ese amor que hace que una persona arriesgue su vida por otra”. Una pequeña sonrisa detiene la lágrima que va rumbo a su mejilla.

“Esto no es nada (se señala sus propias quemaduras), hay gente que está mucho peor y necesita más ayuda, los médicos hacen lo que pueden, pero hacen falta muchos, hay que hacer algo por ellos, el gobierno que no solo sea palabras”.

“Duele, duele mucho saber que yo estoy aquí pero que hay personas que ya no están, mis condolencias para sus familias”.

“Uno se pregunta ¿qué pasará con estas personas?, ¿qué más se puede hacer por ellas?, ¿dónde están las ayudas que prometió el gobierno?, ¿hay más personas en los hospitales?, ¿se les da la atención o un tratamiento psicológico? Yo vi el apoyo por parte de mis amistades, pero no todos tienen esa suerte”. Mariela se seca el rostro y endereza su cuerpo.

“Tal vez no hay un mensaje reconfortante que alivie el dolor y la angustia que tenemos todos los que fuimos testigos, no hay un mensaje que llene su corazón y les dé la tranquilidad, pero sí saber que Dios pone los medios, hay que enfocarnos en los que siguen hospitalizados”.

Sus manos dejan de moverse, suspira y arregla su largo pelo castaño, sus ojos se vuelven hacia su madre, quién ya ha controlado el llanto, y sigue recordando el fatídico día, un día que no olvidará, y aunque asegura que de vez en cuando la misma llama de fuego se asoma en sus sueños, es una tarde que le ayudó a comprender que en los momentos más difíciles es cuando más unidas deben estar las personas.

“Debemos unirnos todos, en los hospitales faltan medicamentos, faltan médicos, yo solo espero de todo corazón que los que aún siguen mal puedan ser bien atendidos, todos podemos hacer algo, hay que unirnos todos a la causa”. Mariela quita su bata quirúrgica, gira su cuerpo y vemos las llagas de su cuerpo. Al verlas, no logramos entender cómo una sonrisa todavía puede esbozarse en su rostro. Así de poderosa es la fe de Mariela.