Honduras

Calamidad y abandono en el Hospital Psiquiátrico Santa Rosita

EL HERALDO entra al Hospital Psiquiátrico Santa Rosita y encuentra no solo un estado de calamidad y abandono, sino que un trato degradante a los pacientes internos. ¿Y de estos pacientes alguien se preocupa?

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25.11.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Ofelia y Santos se acuestan sobre sus propias heces fecales, encima de un desteñido trozo de esponja en una vieja cama plegable de resortes oxidados. Sus cuerpos ni siquiera caben, aunque se pongan en posición fetal. No les molesta el fétido olor.

Ofelia y Santos son dos pacientes de la Sala de Larga Estancia Mujeres 3 del Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita.

Las señoras están completamente desnudas y comparten un deteriorado pedazo de cobija color verde que esta noche solo cubrirá del frío a una de ellas.

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La otra mujer no tiene más opción que pegarse lo más que pueda a su compañera, cuerpo a cuerpo.

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Años tiene el hospital
donde son internados los
pacientes que presentan
síntomas y signos de
gravedad extrema.

Ninguna reclama nada -acaban de recibir sus medicamentos para dormir-, solo ríen inocentemente. Y aunque están ancianas, se ven felices. Quizá no son conscientes del inhumano trato que reciben, no se dan cuenta que son pisoteadas como seres humanos, que su dignidad es ultrajada por la negligencia y la desidia.

Ellas están listas para dormir, para soñar, pero EL HERALDO revelará la pesadilla que viven estas hondureñas que por razón de su enfermedad mental reciben el peor trato que un ser humano pueda recibir.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO atravesó los viejos muros que cubren las 128 manzanas de terreno del histórico Hospital de Especialidades Psiquiátrico Santa Rosita -fundado hace ya 43 años- y evidenció la triste, indignante, denigrante y humillante situación que viven sus pacientes ante la vista y paciencia de sus autoridades.

Esta es sólo una muestra de una de las camas en las que duermen las pacientes del hospital, por decirlo de alguna manera. Esta que usted está viendo es de las que en mejores condiciones se encuentra. ¿Qué opina?

Esta es sólo una muestra de una de las camas en las que duermen las pacientes del hospital, por decirlo de alguna manera. Esta que usted está viendo es de las que en mejores condiciones se encuentra. ¿Qué opina?

Cuerpos desnudos

El viento sopla con fuerza en el hospital ubicado en el valle de Amarateca, a 30 kilómetros de la capital de Honduras.

Son apenas las 8:00 de la noche y en los pasillos ya no están ninguno de los 227 pacientes (63 mujeres, 155 hombres y nueve menores de edad).

Solo se dibuja en las paredes de color amarillo las sombras de algunas de las enfermeras de turno que deambulan de un lado para otro. No hay ruido, apenas unas voces a lo lejos, que se oyen como murmullos.

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Los pacientes ya están encerrados en alguna de las seis salas de internamiento con las que cuenta el hospital.

Están esperando su dosis de medicamentos para poder dormir un poco.

A simple vista todo marcha bien

De día, el lugar se mira aseado, el piso de color verde y rojo está recién barrido y trapeado, los jardines verdes y con flores son signos de vida, hay seguridad interna y privada, pero la noche esconde el lado crudo del hospital.

La Unidad Investigativa de EL HERALDO entró a la Sala de Larga Estancia Mujeres 3 y observó a un grupo de pacientes paradas frente a unos oxidados barrotes de hierro.

Enfrente de ellas hay dos enfermeras vestidas con su característico uniforme color blanco y zapatos tenis del mismo color.

En sus manos tienen el listado de las mujeres internas y diversos medicamentos. Las llaman por su nombre, ellas entienden, reciben su dosis y se retiran.

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Mujeres internas es la
cantidad de pacientes, y
viven en malas condiciones.

Algunas, al percatarse de la presencia de personas extrañas, estiran sus manos para pedir dinero, aunque no tienen donde guardarlo o esconderlo.

Muchas no tienen ropa para dormir, están completamente desnudas, cruelmente desnudas.

Las pacientes se ven agotadas, su condición mental las mantiene en constante movimiento durante el día.

Necesitan descansar y tomar fuerzas para enfrentar un nuevo día en el hospital que, más que un hogar, se convirtió en una cárcel.

Pasados unos minutos, la entrega de medicamentos termina.

Poco a poco las voces en la sala se van apagando, las pacientes no están dormidas pero reina el silencio, que solo es interrumpido imperceptiblemente por la visita de la Unidad Investigativa de EL HERALDO. A hurtadillas, lentamente, el panorama que se ve golpea el corazón y rápidamente se forma un nudo en la garganta, la saliva parece bloquearse en la garganta, pero hay que seguir y abrir bien los ojos.

Es un solo salón, dividido por muros de mediana altura pintados de verde y blanco. El piso es gris con distintivos blancos.

Las paredes de la sala están pintadas también del mismo color de los muros. Las ventanas son de madera y dejan entrar corrientes de aire frío que golpean aquellos cuerpos que están desnudos.

En la entrada está la oficina de las enfermeras de turno. Hay unos cubículos y una bodega donde depositan algunos objetos.

Las luces aún están encendidas

Un vistazo a los baños evidenció el mal estado en el que se encuentran: sanitarios deteriorados, quebrados, viejos y taponados. Lavamanos quebrados con los grifos de agua en malas condiciones. Todo en ruinas.

Unos metros más adelante, acostada en el suelo -como un animal- está doña Lety. La sonriente señora es víctima de un trastorno mental crónico. Reposa sobre un pedazo de colchón cubierto con una colcha blanca sucia. Viste un traje verde oscuro y gira su cabeza sin parar de un lado a otro.

A una distancia corta de ella, en medio de dos mesas de madera carcomidas por las termitas, está otra de las pacientes.

Su situación es peor pues el colchón en el que duerme está percudido y delgado por su uso. Ella casi duerme en el frío piso. Se ve sumamente desnutrida, sus brazos son más huesos que músculos. Su respiración es lenta, apenas el parpadeo de sus ojos muestra que está con vida.

Enfrente de ella hay pedazos de camas plegables sin colchón. Hay camas médicas deterioradas, oxidadas, son más basura que otra cosa. La zona parece una bodega de cosas viejas y obsoletas.

Justo en medio del salón donde duermen, una especie de dormitorio abierto, está este orificio, una especie de cloaca por donde emanan fétidos olores que penetran la piel. Así duermen las pacientes.

El inhumano escenario continúa

Y es que ante la falta de pedazos de colchones, algunas pacientes duermen juntas.

Doña Ofelia y Santos son una de esas parejas. En la cama en la que están brotan los resortes oxidados. La esponja que tiene como colchón no abarca la totalidad de sus cuerpos. Una de ellas está desnuda, la otra tiene una cobija.

Ríen, pero la mueca en sus bocas no es de felicidad. Sus miradas son vacías, sus ojos lúgubres y tristes no engañan.

Sufren en silencio cada noche, viven como animales, sin protección.

No tienen a nadie y los que deberían hacer algo por ellas no lo hacen, o por lo menos, no se nota, no se percibe, no se huele ni se siente.

Son hondureñas desechadas por su condición, olvidadas por sus familias y abandonadas por las autoridades.

En otra de las divisiones, acostada en un colchón negro sobre una cama de hierro roja, esta “Sherry”.

Su nombre real fue olvidado con el pasar de los años y ahora nadie lo recuerda. “Sherry” duerme desnuda. Está en posición fetal. Tiene el pelo corto, las uñas de las manos y de los pies largas y sucias.

Tiembla de frío, su incomodidad es evidente, el pedazo de colchón es demasiado pequeño, se encoge lo más que puede para acomodarse.

Sus huesos resaltan, los años le cayeron intempestivamente encima, sin piedad, y no sabe dónde está. “Sherry” no sonríe, su rostro serio, casi de enojo, la hace ver como una mujer sufrida, su cruz es la enfermedad y, además de eso, debe cargar con su dignidad pisoteada.

Y hay más, están las “gemelas”, inseparables. Comparten el mismo colchón. Por ahora no tienen sueño, están sentadas, murmuran palabras que solo ellas entienden o solo ellas parecen entender.

Poco a poco, el silencio se apodera del lugar y un mal olor empieza a salir de una cloaca abierta en la mitad del enorme salón.

Es un olor profundo que entra de golpe en las fosas nasales, es un olor nauseabundo que penetra los pulmones, es un olor fétido que envuelve la piel, es un olor a mierda que, literalmente, invade el salón...