No olvido un artículo del escritor y periodista uruguayo, ya desaparecido, Eduardo Galeano (san Eduardo para la izquierda troglodita latinoamericana), en el que exaltaba hasta el infinitivo a Hugo Chávez y poco le faltó para comparar al déspota venezolano con Santo Tomás Moro, el santo de los gobernantes y de los políticos.
Decía que era el “dictador” más raro que había conocido. Un “dictador”, se mofaba de los críticos de Chávez, que convocaba a elecciones cada dos años.
El único presidente sobre la faz de la tierra, subrayaba, que sometía su mandato a un referéndum revocatorio para que el pueblo decidiera con su voto si continuaba o no en el poder. Claro está. Y con todos los poderes en su bolsillo, incluida la buena de Tibisay Lucena, quién no.
No hay espacio para analizar aquí los orígenes y causas de este fenómeno, pero los ejemplos de las “dictaduras democráticas” abundan en todo el hemisferio.
Y la oposición, en algunos países, principalmente en Nicaragua, ha sido la principal cómplice para la consolidación de la “dictadura democrática” de los esposos Ortega Murillo. Las razones de ese entreguismo difieren en cada nación.
El caso de Honduras es todavía más triste. Al presunto líder de la oposición solo le lanzan una concha de banano y se resbala. Nasralla habla tantas incoherencias y disparates que pareciera un caso para Santa Rosita. Con referentes y “líderes” como él, para qué quiere más detractores la oposición.
Su principal enemigo es su propia lengua. Y, como para ponerle la tapadera al pomo, en su jerga se lleva de encuentro al candidato liberal.
Con Salvador Nasralla haciéndole el juego, para qué quiere más activistas Juan Orlando Hernández. Por eso bien dice el viejo refrán: Zapatero, a tus zapatos.