Honduras

El doloroso y sublime adiós a Francisco Morazán: 'Declaro que mi amor a Centroamérica muere conmigo”

El traslado de los restos de Morazán a El Salvador y su posterior entierro fueron grandes acontecimientos que todo hondureño debe conocer

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14.09.2017

Tegucigalpa, Honduras
Dos caballos blancos con cintas negras alrededor de su cuerpo halaban un carruaje dentro del cual iba la urna que contenía las cenizas, mientras se escuchaban las salvas de artillería en homenaje al ilustre repúblico cuyos restos habían sido exhumados en Costa Rica a petición del gobierno salvadoreño, seis años después de su asesinato.

“La llegada de los restos del general Morazán al Estado de El Salvador produjo en la capital salvadoreña, una conmoción igual a la que en París se experimentó al tener noticias de que de Santa Elena llevaban para aquella metrópoli las cenizas de Napoleón Bonaparte”.

Esta comparación la hace el historiador Eduardo Martínez López, quien junto a Lorenzo Montúfar y Ramón Rosa se convirtieron en los primeros biógrafos del más importante hombre que haya tenido la América Central.

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En este edificio en Costa Rica, que aún conserva su estilo, tenía su cuartel general Morazán. Aquí libró su última batalla contra miles de soldados enemigos.

En este edificio en Costa Rica, que aún conserva su estilo, tenía su cuartel general Morazán. Aquí libró su última batalla contra miles de soldados enemigos.

Legó sus restos
El Salvador tiene a Francisco Morazán como a uno de sus próceres preferidos y hubo momentos en que hasta se disputó con Honduras su nacimiento, pero al final pesaron las pruebas irrefutables cuando trascendió su fe de bautismo extendida por la parroquia de Tegucigalpa.

Camino al patíbulo, minutos antes de su muerte la tarde del 15 de septiembre de 1842, el general Morazán “hizo esfuerzos por separarse de su hijo Francisco, (que) caminaba llevándolo abrazado y aferrado en que quería morir con él”.

Pero los esbirros separaron a padre e hijo (de tan solo 14 años) y empujaron al estadista rumbo al cadalso y mientras avanzaba erguido se sacó un pañuelo y una cigarrera que luego entregó a su amigo Mariano Montealegre.

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Le pidió que le diera el pañuelo a su esposa María Josefa, que él se quedara con la cigarrera y le recomendó a su pequeño hijo que luego huyó a Guatemala y enseguida a Nicaragua donde se radicó.

Los restos de Morazán fueron trasladados a El Salvador cumpliendo su voluntad en virtud de que en Honduras había un ambiente hostil contra él encabezado por el presidente Francisco Ferrera, lugarteniente del sanguinario Rafael Carrera.

Cruz Luzano, apoderado de la albacea a la que hace alusión Morazán en su testamento, cuenta que el caudillo libertador le pidió que sus restos fueran trasladados a El Salvador “por ser el pueblo que más bien le había correspondido y cuya cláusula no había consignado en el testamento porque lo dictó en medio del tumulto”.

Esta es la cigarrera hallada hace dos años por EL HERALDO en Costa Rica.

Esta es la cigarrera hallada hace dos años por EL HERALDO en Costa Rica.

Exhumación y traslado
Los asesinos de Morazán dejaron su cuerpo tirado como un animal, pero dos horas después llegó Juan Mora Fernández a darle cristiana sepultura.

Ahí estuvieron los restos hasta 1848 cuando el gobierno de El Salvador, dirigido por Doroteo Vasconcelos, pidió a Costa Rica la exhumación y posterior traslado.

“El 26 de enero (de 1849) ancló en el Puerto de Acajutla el bergantín Chambón que conducía dichos restos”, recuerda el biógrafo Martínez López.

La urna fue depositada en la iglesia de Sonsonate y posteriormente trasladada a San Salvador donde se le dio un homenaje de tres días al benemérito de la Patria.

En enero de 1830

sin disparar un arma firma el pacto de las Vueltas del Ocote en Olancho.

Un pueblo que lloró
El funeral de Morazán en San Salvador fue todo un acontecimiento digno de contar. El programa decía: “La urna funeraria será conducida desde Cojutepeque el 14 del corriente por un batallón de aquella ciudad. Una salva de artillería anunciará su llegada a la garita de San Sebastián”.

Agregaba: “Una nueva salva de artillería anunciará su salida de la garita desde donde dicha urna será conducida en el carruaje destinado al efecto en la iglesia La Concepción. A este segundo aviso el presidente de la República, las autoridades civiles y militares y demás empleados y vecinos se reunirán en la Casa de Gobierno a la mayor brevedad posible vestidos de rigurosa ceremonia”.

El gobierno salvadoreño ordenó exhumar los restos de María Josefa, la esposa del héroe, para depositarlos juntos en la misma capilla de donde partieron al día siguiente al cementerio general.

Un periódico local salvadoreño publicó una crónica que recogió aquel histórico acontecimiento. “Era un espectáculo sublime y doloroso.

El negro carruaje en cuyo centro venía la urna cineraria y el testero ocupado por el conductor coronel Chica, rodaba lentamente tirado por dos caballos blancos enjaezados de negro y por cuatro jefes militares de los que sirvieron al difunto general, que tiraban de cordones que se desprendían del carro fúnebre”.

Los restos de Morazán y su esposa estuvieron depositados en capilla ardiente un día en la iglesia Concepción y otro en La Catedral. Al día siguiente fueron conducidos en solemne ceremonia al Cementerio General.

El cortejo lo encabezaba el presidente de la República seguido de “un numeroso y consternado pueblo (que) obstruía las calles que estaban colgadas de luto, sembradas de arcos y empavesadas con gallardetes negros y blancos”.

Así fueron enterrados los restos del hombre que ofrendó su vida por una causa que llevó a la tumba al afirmar: “Declaro que mi amor a Centroamérica muere conmigo”.