Honduras

De la guerra a endulzarnos el paladar

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15.07.2017

Tegucigalpa, Honduras
Después de vivir el conflicto armado entre Honduras y El Salvador, llegó a la capital a mediados de los años setenta sin imaginar que al cabo de diez años endulzaría el paladar de miles de hondureños.

Hijo de don Artemio Posadas, de origen hondureño y de doña Marcelina Escobar, oriunda del hermano país de El Salvador, a don Santos Amadeo Posadas Escobar le tocó vivir tiempos difíciles en la zona sur de Honduras.

En 1969, cuando estaba la tirantez política y el conflicto entre las dos naciones, don Santos Amadeo y su madre tuvieron que emigrar de Honduras hacia El Salvador.

Decisión de valientes

A los 16 años de edad su vida tomaría un rumbo distinto, un cambio de domicilio radical estaba por venir, tras la muerte repentina de su progenitora en El Salvador.

Valientemente decidió trasladarse para la mayor urbe del país, Tegucigalpa, en el año de 1975, en busca de salir adelante y tener un mejor nivel de vida; atrás quedó la empobrecida y polvorienta aldea de Moropocay, en Nacaome, Valle, donde nació y creció hasta los 11 años.

Desde que llegó a la capital se estableció en la colonia Zapote Norte, donde ya vivían algunos parientes y en 1977 se matriculó en el Instituto Gustavo Adolfo Alvarado, de mucho auge en aquellos días.

“Me gradué de perito mercantil y contador público en 1979, pero la falta de oportunidades en Tegucigalpa me obligó a buscar otras maneras de qué vivir”, contó don Santos.

Pescaditos, pirulines y paletas destacan entre los productos a elaborar.

Pescaditos, pirulines y paletas destacan entre los productos a elaborar.

A los 27 años inició el negocio

“Comencé a vender pan en un carrito, pero el negocio fue decayendo y busqué otro rubro que me diera cómo sacar adelante a mi familia”, relató.

“Un día llegué a mi casa y encontré en la sala una mochila y le digo a mi esposa: ¿De quién es esa mochila? ‘De Javier (mi cuñado)’, me dice. ‘¿Qué anda allí?’, le pregunté. ‘Unos dulces que anda vendiendo’”, me dijo.

“Le dije a mi esposa: nosotros podríamos hacer”.

Para 1986 la situación económica que atravesaba el país no era la mejor y a sus 27 años emprendió el que sería el sustento de su vida y el de su familia.

“Yo conocía a un salvadoreño que vivía aquí en Honduras que podía hacer los dulces de los que andaba vendiendo mi cuñado, un día le dije que me enseñara a hacerlos y así comenzó todo”, recordó mientras suelta una sonrisa, en señal de victoria.

Una puerta vieja -ya casi inservible-, dos cajillas de refrescos vacías y un fogón fueron los primeros instrumentos con que comenzó lo que posteriormente se convirtió en el sostén de aquel hogar y que hoy en día es una pequeña fábrica de dulces en la Zapote Norte, los dulces coloridos que internacionalizó en su canción “El Encarguito” el extinto Guillemo Anderson.

Formó a sus cinco hijos

“Iniciamos el negocio con mi esposa cuando mis niños aún estaban pequeños, de ahí hemos mantenido a mi familia”, dijo el emprendedor.

El sudor de su frente debido a muchas horas de trabajo le permitió formar a sus cinco hijos, tanto así que todos son exitosos en sus campos.

Su hija mayor es ingeniera civil con un máster en esta carrera, otro es graduado de la Escuela Nacional de Música y actualmente estudia música en Alemania, otro se especializó en diseño gráfico y reside en Canadá; al igual que ellos, los otros dos hijos también lograron graduarse.

El sustento de varias familias

La pequeña fábrica que inició con una puerta vieja como banco para moldear el dulce hoy le da empleo a siete personas, en su mayoría mujeres, que con sus ingresos mantienen a igual número de familias.

La fábrica abre todos los días de la semana desde las 7:00 de la mañana hasta finalizar la producción en horas de la tarde. La pequeña industria de don Santos Amadeo, aún con tintes artesanales, es un ejemplo de perseverancia y ganas de triunfar en la vida.

En la actualidad produce alrededor de 12 tipos de dulces distintos, con sabores, texturas y colores diversos.