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Los tesoros ocultos de la Basílica de San Pedro

El templo católico más grande del mundo, epicentro de la fe, encierra una serie de maravillas históricas y patrimoniales que se escapan al ojo de los miles de turistas que cada año visitan el Vaticano.

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04.01.2014

No solo es un monumento de fe que a diario convoca a miles de católicos de todas las latitudes.

La Basílica de San Pedro encierra un enorme patrimonio histórico y cultural que cada año atrae a miles de turistas.

Es el templo católico más grande del mundo, con 193 metros de longitud, 44,5 metros de altura, se erige en el Vaticano, justo sobre la tumba del apóstol Pedro, uno de los 12 discípulos de Jesús y el primer Papa de la historia de la Iglesia.

Es considerada como uno de los lugares más sagrados del catolicismo. Se ha descrito como “ocupante de una posición única en el mundo cristiano”, y como “la más grande de todas las iglesias de la cristiandad” y es, además, una de las cuatro basílicas mayores, junto a la catedral de Roma, la archibasílica de San Juan de Letrán, la Basílica de Santa María la Mayor y Basílica de San Pablo Extramuros.

Solo su majestuosa obra arquitectónica por sí sola atrae la atención de miles de visitantes que apenas llegan inician una gira irresistible a la derecha para admirar la primera capilla, “La Piedad” de Miguel Ángel, siguiendo a la segunda capilla para rezar ante la tumba de Juan Pablo II, para luego continuar en la capilla del Santísimo, con el sagrario monumental de Bernini, las reliquias de Juan XXIII y la estatua de bronce de San Pedro.

O pasar por la estatua ecuestre de Constantino, las famosas Puertas de Bronce, “La Piedad”, la obra maestra de Miguel Ángel, hasta ver la belleza del interior de la cúpula, la Basílica de San Pedro es una fuente inagotable de historia.

UN RECORRIDO A LO DESCONOCIDO

Pero hay muchos detalles de esta majestuosa obra de la arquitectura y símbolo de la fe católica, que pasan desapercibidos.

Una serie de maravillas monumentales e históricas, que vale la pena descubrir.

Una de ellas es el monumento a Cristina de Suecia. Ubicado frente a la capilla de La Piedad, es una gran corona de bronce dedicada a la soberana sueca (1626-1680), cuya tumba se puede ver en las Grutas Vaticanas, justo al lado de la que ocupó durante algunos años Juan Pablo II.

La historia relata que en 1654 la reina nórdica protestante abdicó, se incorporó a la Iglesia Católica y se fue a vivir a Roma, donde fue recibida con todos los honores por el papa Alejandro VII.

Vivió como una reina de su época en la Ciudad Eterna. Era una mujer muy culta e independiente, amiga de Gian Lorenzo Bernini, aficionada de montar a caballo y a romper moldes.

Una vez, durante un célebre enfado, disparó un cañón desde Castel Sant’Ángelo, con tan buena puntería que logró golpear la puerta de bronce de Villa Medici, que todavía hoy conserva como recuerdo la abolladura y la bala.

Si el turista sigue el recorrido se podrá encontrar de frente con el monumento dedicado a Matilde de Canossa que se erige frente a la capilla de Santísimo.

Ahí está la hermosa mujer que sostiene las llaves de San Pedro y una triple corona papal en su mano izquierda. La condesa dominaba los territorios de la península italiana al norte de los Estados Pontificios a finales del siglo X.

La escultura de Gian Lorenzo Bernini se alza sobre el sepulcro de la anfitriona del papa Gregorio VII en su castillo del norte de Italia.

Otra de las maravillas escondidas muchas veces al ojo del turista en la Basílica de San Pedro es la estatua de San Josémaría Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei.

La escultura del santo español, que puede verse desde un puente encubierto que va hacia la sacristía, fue solicitada por Juan Pablo II e inaugurada por Benedicto XVI.

Y qué decir del hecho de conocer el Papa y el astrónomo que reformaron el calendario. Eso lo pueden lograr los turistas visitando la Tumba de Gregorio XIII (1572-1585), el Papa que reformó en 1582 el calendario universal utilizado desde la época de Julio César y que está localizada en la pilastra siguiente a la capilla del Santísimo.

Según una publicación de ABC en español, la tarea de hacer los cálculos desde el observatorio astronómico, visible todavía hoy sobre la enorme mole de los Museos Vaticanos, recayó en el jesuita alemán Christoph Clavius.

LAS DOS CÚPULAS DE MIGUEL ÁNGEL

Las mejores vistas de la ciudad y del Vaticano. Quien visite la basílica debe reservar tiempo, al menos un par de horas, para subir a la cúpula.

Hay que fijarse bien en los letreros para identificar el acceso, a la derecha de la entrada de la basílica, donde se encuentran la taquilla y el viejo ascensor que lleva hasta el nivel de la cubierta de la nave principal.

Pero, hacer un recorrido por la Basílica de San Pedro y no tomarse el tiempo de admirar la magnificencia de la cúpula es como no haber ido. Lo ideal es caminar sobre el templo hasta la vertical de la fachada para ver desde allí la Plaza de San Pedro.

Cerca del acceso a la cúpula hay un busto de Miguel Ángel quien, en realidad, construyó dos: la que se ve desde toda la ciudad, cubierta de planchas grises de plomo, y la que se ve desde el interior del templo, decorada con mosaicos y frescos.

Al entrar en el tambor hay que pararse a contemplar, a vista de pájaro, el baldaquino y las personas que caminan dentro de la basílica. Parecen simples “puntitos” que se mueven.

Al final, después de una estrecha escalera de caracol, se llega al momento cúspide del recorrido: la mejor vista de Roma y de los jardines del Vaticano.

MOMENTO CUMBRE

Pero, sin duda, el cierre con broche de oro es conocer la urna que contiene las reliquias de Pedro. Ubicada en el centro del crucero se alza, sobre el altar de la confesión, el majestuoso baldaquino de Bernini, de 29 metros de altura.

Por las escaleras situadas justo delante se baja hasta las grutas vaticanas, donde se puede ver, detrás del arco señalado como “Sepulchrum Sancti Petri Apostoli”, un mosaico de Jesucristo Salvador, del siglo IX, y una misteriosa urna.

Esta contiene los palios, una especie de estola ceremonial de lana, de cinco centímetros de ancho, decorada con seis cruces negras, que el Papa entrega cada año el 29 de junio, fiesta de San Pedro y San Pablo, a los nuevos arzobispos metropolitanos.

El palio –que el Papa lleva decorado con cruces rojas- es un símbolo de unidad con el sucesor de Pedro, y por eso los nuevos se depositan junto a su tumba hasta el comienzo de la ceremonia de imposición.

Y es que la verdadera tumba de Pedro el pescador está en un nivel inferior al de las grutas vaticanas, cuyo pavimento es el de la primera basílica, la construida por Constantino en el siglo IV.

Para llegar ahí hay que hacer una reserva con antelación en el Ufficio Scavi, que administra las visitas a la necrópolis vaticana, que es el verdadero paraíso de los arqueólogos, pues las tumbas de varios personajes ricos contienen piezas únicas.

Entre ellas, la más antigua representación de Cristo como Dios Sol. Pero lo más interesante son los restos del primer altar, el modestísimo Trofeo de Caius, que marcaba la sencilla sepultura de Pedro en la tierra desnuda.

La Basílica de San Pedro alcanzó su aspecto actual gracias a Carlo Maderno, que retomó la estructura basilical de cruz latina, y definió el aspecto de la fachada.

Los trabajos terminaron en 1626 y fue consagrada solemnemente bajo el pontificado de Urbano VIII. La Basílica tiene una capacidad para 20,000 fieles.

Su interior, caracterizado por grandiosas decoraciones en mosaico, es el precioso joyero que custodia algunas de las más célebres obras de arte del mundo, como el Baldaquino de Bernini y la estatua de “La Piedad” de Miguel Ángel.

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