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Tolupanes en Honduras: Explorando las Raíces Vivas de una Etnia Precolombina

Sumérgete en la historia de los Tolupanes en Honduras, conoce sus costumbres y su arraigo en la selva. Descubre una etnia precolombina que perdura.
06.01.2013

¿Cómo era la vestimenta de los Tolupanes?

La vestimenta tradicional de los Tolupanes refleja su conexión con la naturaleza y su entorno. Los hombres solían vestir túnicas y taparrabos confeccionados con fibras vegetales, mientras que las mujeres llevaban faldas elaboradas a mano y decoradas con intrincados diseños geométricos. Además, tanto hombres como mujeres adornaban sus cuerpos con elementos naturales como plumas y conchas, simbolizando su relación armoniosa con la tierra y su rica biodiversidad.

¿Dónde estaban ubicados los Tolupanes?

Los Tolupanes, también conocidos como Jicaques, históricamente se ubicaban en la región montañosa de Honduras, específicamente en áreas como el departamento de Yoro y otras zonas circundantes. Su presencia abarcaba territorios con una topografía diversa, desde montañas hasta selvas, lo que influyó en su estilo de vida y en la forma en que interactuaban con su entorno. Aunque han enfrentado desafíos a lo largo de la historia, los Tolupanes han logrado preservar su identidad cultural en estas regiones.

¿Cuál es su historia?

La historia de los Tolupanes se remonta a la época precolombina, siendo una de las etnias más antiguas de Honduras. Con una rica herencia cultural, los Tolupanes han resistido la influencia de las culturas externas y han mantenido sus tradiciones a lo largo de los siglos. A lo largo de la historia, han enfrentado desafíos como la colonización y la pérdida de tierras, pero su resiliencia y apego a sus raíces les han permitido perseverar. Explorar la historia de los Tolupanes es adentrarse en las profundidades de una cultura que ha resistido el paso del tiempo, conservando con orgullo sus costumbres, lengua y formas de vida únicas.

Una fría e inhóspita montaña los adoptó como sus hijos. Desde su asentamiento, en medio de la nada, han librado las luchas más crueles contra el hambre, la miseria y el abandono, todo por conservar intactos su legado y su cultura.

Bajo ese manto salvaje que las cobija, están escondidas la más genuinas raíces de Honduras.

Y es que la Montaña de la Flor se ha convertido en la cuna de los tolupanes, donde apenas subsisten 1,800 indígenas, distribuidos en cinco tribus.

Solo en la aldea San Juan hay cerca de 1,200 indios sobreviviendo a las penurias de la indiferencia.

El resto de esta población autóctona se ha establecido en las áridas y casi fantasmales aldeas de La Ceibita, Lavanderos, La Lima y Las Guarumas, todas localizadas en el municipio de Orica, Francisco Morazán.

En esta primera aldea, curiosamente y para fortuna de la cultura hondureña, muchos indígenas utilizan aún su vestimenta ancestral, conocida como balandrán.

Sin embargo, se sabe que son 28 tribus en total las que comprenden la etnia tolupán, la que se ha extendido hasta el departamento de Yoro.

Con los asentamientos en este último lugar, la cifra de indios tolupanes podría calcularse en 15 mil.

Su lengua es el tol, un idioma que ha ido perdiendo fuerza. Cada vez son menos los pobladores que lo hablan y existe una disputa para permitir que los niños lo aprendan en las aulas de clases.

A estos portadores de la identidad los separan 116 kilómetros del desarrollo de la gran capital de Honduras, Tegucigalpa, pero medio siglo luz de la civilización.

Conservación de la etnia

En la Montaña de la Flor casi todas las familias tolupanes están compuestas por una media de cuatro a cinco hijos, esto les ha permitido conservar su raza pura.

Los inconfundibles rasgos físicos hacen pensar que todos forman parte de una misma familia.

La baja estatura que no pasa de 1.50 metros, sus ojos rasgados y negros y su pelo liso, son sus más claras características.

En las tribus predomina más el género femenino. La mayoría de estas mujeres han aprendido los oficios más pesados e inhumanos para subsistir: arar la tierra y hacerla producir al lado de sus compañeros de hogar.

La mayoría de parejas están formadas por jóvenes menores de 30 años, lo que indica que la reproducción es elevada, al igual que la despiadada morbilidad infantil.

En estas comunidades, incluso hay niñas de entre 14 y 16 años que ya son madres por segunda vez.

La inclemencia del clima frío y las enfermedades oportunistas han hecho estragos en esta población.

En la más reciente visita de EL HERALDO a esta lejana comunidad, el pasado 23 de diciembre, se confirmó que la gente muere de frío, de enfermedades respiratorias y de la terrible tuberculosis.

La montaña se ha convertido en la prisión de estos auténticos portadores de la identidad hondureña.

Su historia

A los tolupanes también se les conoce como jicaques o xicaques.

Históricamente se sabe que se establecieron en un inicio en la costa atlántica, desde el río Ulúa hasta Puerto Castilla y tierra adentro hasta el río Sulaco.

Se formaron como un grupo étnico en el área de Guayape y Guayambre, en el departamento de Olancho.

Actualmente, en Yoro radican en los municipios de Morazán, Negrito, Victoria, Yorito y Olanchito.

En Francisco Morazán permanecen grupos aislados pero exclusivamente los municipios de Orica y Marale.

Su forma de gobierno está compuesta por consejos tribales que a la vez están integrados por una junta directiva.

Los consejos son asesorados por un cacique que generalmente es de avanzada edad.

Actividad económica

Tradicionalmente los tolupanes han producido maíz, frijoles, naranjas, mangos y aguacates, pero sus condiciones de pobreza los han obligado a incursionar en la cosecha de café, yuca y malanga.

También se dedican a la comercialización de miel de abeja, al cultivo de tabaco y a la elaboración de canastas con una planta conocida como huyaste. Además practican la caza y pesca a menor escala.

Los tolupanes aún utilizan arco y flecha para la cacería; de la corteza de algunos árboles fabrican tiras para unir entre sí los palos de sus chozas.

En algunas de las comunidades más alejadas de la tribu, los tolupanes aún usan la piedra de pedernal para encender el fuego.

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