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Los últimos días del general Francisco Morazán

<p>“Ejecución, sin juicio previo, es asesinato” (Isaac Felipe Azofeifa). Este relato narra hechos históricos reales. Se basa en las investigaciones del gran historiador hondureño Miguel Cálix y en otras entrevistas y documentos relacionados con la vida de Francisco Morazán.</p>
08.09.2012

Este relato narra hechos hist?icos reales. Se basa en las investigaciones del gran historiador hondure? Miguel C?ix y en otras entrevistas y documentos relacionados con la vida de Francisco Moraz?.

LA PLAZA. Los ojos verdes, medio ocultos detr? de la escasa sombra que proyectaba sobre ellos la red de seda negra que ca? desde la copa del sombrero, miraban hacia adelante con la fijeza de la desesperaci?, velados por las l?rimas que ten?n prohibido salir.

La tristeza hab? pintado de p?ido el rostro y las manos, enguantadas y nerviosas, se estrujaban una con otra mientras alrededor el estruendo de la multitud iba creciendo.

Al fondo, destacando como un tit? contra el pared?, estaba ?, de pie, majestuoso, mirando retadoramente hacia el frente con la intensa pasi? de sus ojos azules, sin mirar realmente a la chusma que lo insultaba y que con la muerte le agradec? y le pagaba su deseo de darles una rep?blica libre, sin tiranos de toga ni de sotana. La mujer lo ve? a ?, casi inm?il, y ?, sonre?.

Sus ojos no volvieron a verla jam? pero quiz? sinti?su presencia porque aquella sonrisa no era de desprecio ante sus verdugos, no era de desprecio a la injusticia que se comet? con ?, era una muestra m? de su grandeza y, sin sonre?le a la vida, le sonre? a la muerte, impasible, valiente, heroico.

Era la triste tarde del quince de septiembre de mil ochocientos cuarenta y dos, en la plaza de armas de San Jos? Costa Rica. El hombre que esperaba imp?ido la muerte era Francisco Moraz?, general, presidente de la rep?blica de Costa Rica y expresidente de la Rep?blica Federal de Centroam?ica.

REBELI?. Todo hab? sucedido de repente. Los rebeldes, indecisos, rodearon el cuartel y el cabildo municipal y apenas ense?ron los dientes, pero a la ma?na siguiente atacaron con fuerza y, por un momento, los soldados de Moraz? se vieron en desventaja.

Lo peor fue que antes del mediod?, los doscientos soldados costarricenses que hasta ese momento eran leales a Moraz? y a la rep?blica, se sublevaron. Tratar de dominarlos se hac? cada vez m? dif?il.

?No quiero que se derrame sangre inocente?.

Las palabras del general dejaron fr?s a los que acababan de darle la noticia de que los sublevados ven?n a darle captura, vivo o muerto.

?Creo que podemos controlar la situaci?. Yo mismo hablar?con los rebeldes?.

Aquello de nada sirvi? Moraz? se dio cuenta de que su situaci? estaba cada vez m? comprometida, y se retir?al cuartel principal para organizar la defensa. Los leales eran muy pocos. Para el trece de septiembre, los rebeldes eran casi dos mil.

?No tenemos alternativa. Hay que combatir. El futuro de la rep?blica est?en juego?.

?Necesitamos refuerzos, se?r?.

?Ya envi?tres correos al general Sage para que regrese cuanto antes a San Jos?y ataque a los rebeldes por la retaguardia. Con los hombres del general Sage vamos a controlar la situaci??.

?Una partida de soldados leales vienen de Nicaragua, se?r?.

?Vamos a resistir, y vamos a salvar a la rep?blica?.

CABA?S. Los ciento cincuenta hombres del general Caba?s val?n por mil. Resist?n ahorrando las municiones y poniendo muertos en las murallas.

El general Moraz? iba de un lado a otro, disparando, arengando y asistiendo a los heridos. Caba?s hab? sido herido diecisiete veces y segu? de pie, hiriendo, matando y deteniendo a los rebeldes que cada vez eran m?. Pero para la tarde del catorce de septiembre la situaci? era desesperada.

El general Sage no aparec? por ninguna parte. Los soldados que ven?n de Nicaragua hab?n sido emboscados antes de llegar a Cartago y la mayor? hab?n sido capturados. Caba?s intent?una medida desesperada.

LOS VEINTICINCO. Caba?s, de pie delante de sus hombres, pidi?veinticinco voluntarios. Iba a salir en un ataque directo contra los rebeldes para despejar la plaza y darle un momento de respiro a los defensores del cuartel principal. De los ciento cincuenta hombres que el general Moraz? hab? puesto bajo su mando, apenas quedaban ochenta en condiciones de combatir. Hab? que hacer algo.

Los veinticinco aparecieron de repente detr? del general Caba?s. Los soldados rebeldes los vieron avanzar bajo el fuego de fusiler? y, en un momento, los sintieron meterse entre sus filas, hiriendo a discreci? y abriendo una brecha que los oblig?a retroceder hasta el cementerio.

El miedo los hac? presa f?il de los hombres del general Caba?s. Atr?, Moraz? reorganizaba la defensa. Sin embargo, aquella victoria dur?poco. Los rebeldes ahora eran m? de dos mil y sus aullidos estremec?n el espacio. Caba?s empez?a retroceder. A pesar de sus heridas, segu? peleando como un h?oe. Cuando entr?al cuartel, doce hombres lo segu?n, la mayor? de ellos ba?dos en sangre.

?Es hora de pensar en la retirada a Cartago, se?r?.
Moraz?, aunque p?ido, estaba imp?ido.

?Esta noche. Que se preparen los hombres. Tenemos amigos leales en Cartago y vamos a contraatacar con mayor fuerza? ?Es usted un valiente, general Caba?s!?.

El general Caba?s se cuadr?/br> marcialmente ante su jefe m?imo y gir?sobre sus talones. Para ?, San Jos?estaba perdida.

DO? JOSEFA. El general Indalecio Cordero, comandante de los soldados cartagineses leales a Moraz?, ped? refuerzos. La rebeli? iba en aumento y ? tem? por la seguridad del general Moraz?. En varias ocasiones le propuso retroceder hacia Cartago pero el general se hab? negado esperando la llegada del general Sage. Hoy, ya todo era m? dif?il.

Cuando supo que don Florentino Alfaro lleg?a reforzar a los rebeldes con cuatrocientos cincuenta hombres bien armados y pertrechados, supo que la ca?a del general estaba cerca. Sus enemigos iban ganando la partida. Lo peor era que sab? que al general solo le esperaba la muerte.

?Es hora de que salgan del cuartel?.

La voz del general Moraz? era fr? y serena, a pesar del fragor de la batalla y del silbido siniestro de las balas.

Su esposa lo mir?con ternura. Ella y dos de sus hijos, y la ni? peque? que ten? en com?n con el general, salieron del cuartel para buscar refugio en la casa de los Escalante, pero los capturaron y se los entregaron al l?er de la rebeli?, el padre Jos?Juli? Blanco.

EL CAUDILLO. Cuando los rebeldes sumaron casi cinco mil hombres, la situaci? de Moraz? era insalvable, sin embargo, los soldados leales, los salvadore?s que hab?n combatido con ? desde La Trinidad y Gualcho, resist?n con valent?, apoyados por los cartagineses que prefer?n morir a rendirse. Aun as? la noche del catorce empez?la retirada. La plaza y las calles adyacentes estaban llenas de muertos.

CARTAGO. El buen amigo Mayorga, don Pedro Mayorga, lo recibi?en su casa.

Moraz? hab? sido herido y aun as? desangr?dose, no dej?de combatir al lado de su ej?cito. Caba?s segu? a su lado y los enemigos ven?n detr?. De su ej?cito quedaban trescientos hombres que no se rend?n y que esperaban refuerzos para derrotar a los rebeldes. Moraz? estaba cansado, no quer? m? derramamiento de sangre y confi?los hombres al general Caba?s.

?Yo me adelantar?y los espero en la casa de don Pedro Mayorga. All?podremos recuperar las fuerzas y engrosar las filas. Es un hombre leal?.
Tan leal como Judas, por supuesto.

La lluvia le golpeaba el rostro y, de vez en cuando, a la luz de un rel?pago lejano, se ve? el fuego que a?n ard? en sus ojos.

DO? ANACLETO. El general Villase?r no se sent? tranquilo. Hab? dicho al general que mejor no fuera a Cartago y que esperara a reunir m? fuerzas para el contraataque, sin embargo, Moraz? estaba seguro de que don Pedro Mayorga le ayudar?, y no escuch?los consejos del general.

Cuando llegaron a la casa de don Pedro, este se escondi? Su mujer, con la frente altiva y los ojos brillando de indignaci?, se adelant?hacia el general Moraz?:

?Francisco -le dijo-, tienes que huir de aqu? Mi esposo es un traidor. Te ha vendido a los renegados. En este momento una tropa est?lista en los alrededores esperando para darles captura?.

Moraz? dio una orden y quiso escapar. En ese momento, un oficial, al frente de una escolta, les orden?rendirse. Moraz? se enfrent?a ellos.
?M?enme! ?Disp?enme! Qu?enme la vida pero no me entreguen a mis enemigos?.

Las manos blancas, manchadas de sangre y p?vora se abrieron la levita para que los soldados le dispararan al pecho, pero el oficial dio una orden y los fusiles siguieron en silencio. Moraz? se rindi?y los encerraron en un zagu?. Decidido a morir defendiendo su libertad y su vida, planearon asaltar la guardia y escapar pero en ese momento lleg?el general Saravia y le dijo que Caba?s estaba a las puertas de Cartago con trescientos hombres. Moraz? decidi?esperar a Caba?s.

El avance de Caba?s se detuvo cuando una comisi? de notables le dijo que Moraz? no estaba preso, sino que estaba protegido por una guardia de honor. Pero los rebeldes hab?n avanzado y atacaron a Caba?s por la retaguardia. La desbandada fue total y Caba?s fue detenido esa misma noche por los enemigos del general Moraz?. Ahora s? todo hab? acabado para ?. Las ?denes que vinieron de San Jos?es que lo llevaran all?cuanto antes.

LA CAPA. El general Saravia hab? muerto. Se hab? envenenado con una dosis de estricnina que siempre llev?consigo, y el general Villase?r, despu? de tratar de dispararse en la cabeza, se apu?l?en el pecho tratando de destrozar su coraz?, pero solo qued?mal herido y, en aquel momento, lo estaban condenando a morir ante el pelot? de fusilamiento. El general Moraz?, d?dole ?imos, le dijo, limpiando las l?rimas que corr?n por las mejillas heladas de su amigo:

?Amigo Villase?r, morir hoy o ma?na es lo mismo. La posteridad nos har?justicia?.

El testamento del general Moraz? estaba firmado y ahora abrazaba a su hijo de catorce a?s, tratando de darle ?imo.

Hac? poco que el coronel portugu? Antonio Pinto la hab? ordenado a un soldado:

?And?decile a los dos reos que se preparen para morir! ?Que tienen tres horas para expresar su ?ltima voluntad! ?Las circunstancias no me permiten tr?ite alguno ni m? tiempo para realizar un juicio!?.

El soldadito descalzo corri?a cumplir la orden pero las palabras sal?n atropelladamente de su boca ante la dominante presencia de aquellos hombres que hasta hace solo unas pocas horas hab?n sido tan poderosos. El general Vicente Villase?r, con estoicismo, sufr? sus heridas acostado en un catre, y el general Moraz?, con gran entereza y valent?, sin titubear, le respondi?

?Entonces tr?me papel y tinta para escribir?.

En ese momento entr?un oficial y, despu? de saludar a Moraz?, le dijo:

?Se?r, ?me deja la capa??

Los ojos azules del general echaron chispas. Apart?su rostro del rostro c?ico del oficial, y le dijo, con suprema autoridad:

?Qu?ese de aqu? hombre imprudente!?.

Poco despu? estaba redactado el testamento del general Moraz?.

LA MUERTE. El general Villase?r estaba sentado, lloroso, al lado de Moraz?. Al frente, a varios metros de ellos, estaba el pelot? de fusilamiento.

M? atr?, apenas contenida por una l?ea de soldados, la multitud insultaba al general Moraz?. Este los ve? sin verlos, como si sus ojos miraran m? bien hacia la eternidad, hacia la gloriosa inmortalidad.

En ese momento debi?pasar por su mente su vida entera, y aquella sonrisa era una muestra de que mor? satisfecho por la vida que hab? llevado, y que ahora ofrendaba en nombre de la libertad de Centroam?ica.

?Porque la libertad ha recobrado el imperio del orbe!?

Teresa, la mujer del velo negro, lo ve? desde un punto que ? jam? podr? identificar. Sus promesas de amor eterno, juradas hac? apenas una semana, ya no podr?n cumplirse. En alg?n lugar estaba do? Josefa, y a ellas les dedic?un delicado suspiro. Puso la mano en un hombro del general Villase?r, y luego se irgui?con hombr?. Su voz reson?aun entre el bullicio de la muchedumbre.

?Pelot?, preparen?.

Los soldados temblaron y el chasquido uniforme de los cerrojos de los fusiles hizo eco a la orden del general Moraz?.

?Apunten!?.

Las bocas heladas de los fusiles apuntaron hacia adelante. El general Moraz? dio un paso al frente, se plant?frente a un soldado descalzo que temblaba con el fusil en las manos, y le dijo:

?Soldado, corrija la punter?!?.

En medio de su nerviosismo, el soldado apuntaba en otra direcci?.

Hubo un momento de silencio. Moraz? mostr?el pecho, levant?el ment?, y dijo, con voz de trueno:

?Fuego!?

El estruendo de los fusiles subi?al cielo como el eco de un trueno que se aleja y se pierde entre las nubes. En ese momento, Moraz? levant?la cabeza del suelo, con el pecho ensangrentado. A su lado, estaba muerto el general Villase?r.

?Soldados, todav? estoy vivo!?.

El disparo se perdi?entre el silencio solemne de la multitud. Moraz? se estremeci?una sola vez y muri? En San Jos?de Costa Rica acababan de asesinar al m? grande hombre que ha producido la regi? centroamericana.