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Anécdotas que marcaron la historia

Los acropolitanos le invitan a reflexionar y hasta sonreír con las experiencias de personajes históricos.

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11.12.2011

Pequeños relatos de personajes que nos cuentan hechos curiosos y entretenidos sobre sus vidas y nos muestran las virtudes porque los hicieron tan grandiosos: valor, astucia, esfuerzo, discernimiento, perseverancia. Las experiencias de Demóstenes, Hipócrates, Diógenes de Sinope, Julio César, nos invitan reflexionar y hasta sonreír.

Victoria Pírrica.
Pirro, el rey de Epiro, se consideraba como descendiente de Aquiles y era célebre como guerrero y como rey. Este monarca con alma de conquistador, se asfixiaba en su pequeño reino y aprovechaba la menor ocasión para ensancharlo, lanzándose con entusiasmo a cualquier empresa. En cierta ocasión consiguió una nueva victoria, esta vez en Ausculum, pero la pagó tan cara que exclamó:

-'Otra victoria como esta y estoy perdido'


De ahí viene la frase 'victoria pírrica', para referirse a lo que se logra con demasiado sacrificio.

Demóstenes.

Demóstenes perdió a la edad de siete años a su padre y su astuto tutor lo despojó de toda su fortuna. En una ocasión el muchacho asistió a un juicio y oyó el discurso del defensor; el pueblo vitoreaba al orador, entonces decidió dedicarse también a la elocuencia.

Tartamudeada un poco al hablar; para remediar este defecto y para que su lengua se moviera sin trabazón, se ponía una piedrecilla debajo de aquella; se iba a la orilla del mar y gritaba con todas sus fuerzas. Sus pulmones eran débiles, para robustecerlos daba grandes paseos al aire libre y recitaba en voz alta discursos y poesías… Llegó a ser un formidable orador.

Espartanos.

Los espartanos, tan célebres por su valor, usaban espadas muy cortas. Preguntando a uno de ellos por la razón de ello, respondió:

-Para estar más cerca del enemigo.

Cuando se les preguntaba del porqué no hay murallas que rodeen la ciudad de Esparta para su defensa, al igual que las había en la ciudad de Atenas, estos respondían:

-Las murallas de Esparta están en el corazón de sus ciudadanos.

El Oráculo de Delfos.

Una narración muy conocida refiere cuando el rey de Lidia, Creso, preguntó al Oráculo de Delfos si le convenía pasar un determinado río que señalaba el límite entre su reino y el imperio persa, el oráculo respondió con decisión:

-'Si lo haces, causarás la ruina de un poderoso reino'.

Creso pensó que los persas caerían, pero, al cruzar el río, Creso fue completamente derrotado y provocó desde luego la ruina de un poderoso reino: El suyo. Esto nos indica cómo las respuestas a la ligera, con una dosis de imprudencia (recordemos que para los griegos, prudencia era sinónimo de conocimiento), se puede errar y arrastrar consigo al error a quienes se tiene bajo responsabilidad.

Hipócrates y la Peste.

Dícese cierta vez de Hipócrates iba rumbo a Alejandría, y encontrándose con la Peste le dijo:

-¡Ea!, Peste ¿Adónde vas?

-Voy a Alejandría –respondió esta.

-¿Y qué vas hacer en Alejandría?

-Bueno, voy a llevarme a veinticinco mil hombres, porque esa es la cuota que me corresponde este año.

-De acuerdo, pero no te llegues a pasar. Llévate solo esos veinticinco mil hombres, porque esa es tu cuota, le dijo Hipócrates.

-No, Hipócrates, créeme. Te digo que solamente mataré veinticinco mil hombres.

La Peste fue a Alejandría; pasaron algunos meses y estando Hipócrates sentado, ve volver a la Peste con unas bolsas enormes llenas de hombres, los cuenta, y ve que son medio millón de hombres los que habían muerto en Alejandría y todos los alrededores, y le dice:

-¡Oh, Peste!, Has faltado a tu palabra. Me habías dicho que solo matarías a veinticinco mil hombres, ¿y todos los demás?

-¡Ah, Hipócrates!, le contestó la Peste, tú que eres médico de cuerpos deberías entender a las almas. Los restantes murieron de miedo.

Diógenes de Sinope. Se decía que Diógenes de Sinope iba por la calle en pleno día, con la lámpara encendida, diciendo 'Busco un hombre'. Y se refería así a que en realidad ningún ser humano se comporta enteramente como lo que es: Un ser humano.

Régulo: Héroe Romano.

Atilio Régulo fue un general y estadista romano (siglo III a.C.) durante la Primera Guerra Púnica entre Roma y Cartago. Su legendaria fidelidad a la palabra empeñada lo inmortalizó en la historia romana.

Sucedió que Régulo fue capturado y llevado a Cartago. Enfermo y solitario, soñaba con su esposa y sus hijos, que estaba allende el mar, y tenía pocas esperanzas de volver a verles. Amaba entrañablemente su hogar, pero creía que su primer deber era con la patria.

Un día algunos notables de Cartago fueron a la prisión para hablar con él.

-Nos gustaría pactar la paz con los romanos -dijeron- y estamos seguros de que tus magistrados aceptarían con gusto. Te pondremos en libertad y te dejaremos regresar, si aceptas hacer lo que decimos.

-¿Y en qué consiste?- preguntó Régulo.

-En primer lugar, debes contar a los romanos acerca de las batallas que habéis perdido, y debes aclararles que con la guerra no han ganado nada. En segundo lugar, debes prometernos que si no aceptan la paz, regresarás a tu prisión.

-Muy bien. Prometo que, si no aceptan la paz, regresaré a la prisión. Y lo dejaron en libertad, sabiendo que un romano cumpliría su palabra.

Cuando Régulo llegó a Roma, todo el pueblo lo saludó con regocijo. Su esposa y sus hijos estaban muy felices, pues pensaban que no se separarían nunca más. Los canosos senadores que redactaban las leyes de la ciudad fueron a verle. Le preguntaron acerca de las guerra.

-Fui enviado de Cartago para pediros que aceptarais la paz -dijo Régulo-, pero no sería aconsejable aceptarla. Nos han derrotado en algunas batallas, es verdad, pero nuestro ejército gana terreno día a día. Los cartaginenses tienen miedo, y con buena razón. Continuemos la guerra un poco más, y Cartago será nuestra. En cuanto a mí, he venido a despedirme de mi esposa, e hijos y de Roma. Mañana regresaré a Cartago y a la prisión, pues lo he prometido. Los senadores trataron de persuadirlo de que se quedara.

-Enviemos a otro hombre en su lugar -dijeron.

-¿Acaso un romano faltará a su palabra? -Respondió Régulo, regresaré tal como prometí-.

Su esposa y sus hijos lloraron, le rogaron que no los abandonara de nuevo.

-He dado mi palabra- dijo Régulo-. Será lo que deba ser.

Luego se despidió y regresó con gallardía a la prisión y la cruel muerte que le esperaba.

Este es el coraje de sus ciudadanos transformó a Roma en la gran civilización que llegó a ser.

Julio César.

Cuenta Plutarco que Julio César, el mismo día de su muerte, comía en casa de Marco Lépido, y que durante la comida se trataba y discutía sobre el cuál sería la muerte más bella, a lo que Julio César dijo:

-La muerte más bella para mí es la más inesperada. Julio César murió a manos de un grupo de conspiradores, entre los cuales estaba su hijo adoptivo Bruto.

Plutarco dice que, pocos días antes, le advirtieron del peligro diciéndole que tomará precauciones, pues algo se tramaba contra él, a lo que respondió:

-Prefiero morir de una vez que vivir con miedo a la muerte.